martes, 23 de junio de 2020

"Todo será distinto"... ¿VOLVER A SOÑAR?

En este último texto, queremos aproximarnos a la cuestión del mañana: ¿todo será distinto? Evidentemente lo “normal” es medio traicionero, la soledad es un buen momento para volver a las raíces, el “nada será como antes” es complicado si convierte al pasado en una necesidad. Hoy queremos centrarnos en el mañana, en lo por-venir, porque creemos que no todo será muy distinto, o en todo caso, lo único distinto puede estar en cada uno de nosotros. En los barrios, la pandemia vino a desnudar las fragilidades que ya estaban presentes y que no nos animábamos a percibir con tanta fuerza. De un día para el otro las cosas no van a cambiar, o en todo caso, las problemáticas se van a agudizar más. Ante esto, creemos que pueden surgir tres reacciones negativas: desánimo, desinterés y división. 

El desánimo es lógico: la realidad duele, el grito de los pobres resuena con una fuerza inaudita. Los pibes del apostolado la pasan mal y eso nos hace ver que nuestras propuestas pastorales parecen ser ínfimas contra todo lo que acontece. Daría la sensación de que por más voluntad que pongamos, nunca llegamos a hacer todo lo que hace falta. Sin embargo, puede ayudarnos a salir de esta actitud, romper con la omnipotencia de que podemos solucionar todo, con la idea mesiánica de convertirnos en los “genios que la tenemos clarísima”. Nos cuesta mucho, pero desde nuestra fragilidad podemos aportar un granito de arena, como las dos monedas de la viejita del evangelio, entregadas sinceramente y dando lo mejor (Lucas 21, 1-4). 

Puede ocurrirnos, que ante la incertidumbre de lo que vendrá, el desinterés se apropie de nosotros: que otro venga a hacerse cargo, demasiado hacemos nosotros y el resto nunca nada. El desánimo y el desinterés pueden venir de la mano. Sentirnos mal, puede hacernos caer en la indiferencia, en el desinterés de no buscarle la vuelta a las cosas, a no generar propuestas creativas para acompañar la vida de los apostolados. También, puede darse, que ante lo apabullante de la realidad que duele, nos quedemos pensando en una serie de juegos y actividades, sin mirar todo lo otro que rodea nuestra actividad. Podemos escaparnos del desinterés, volviendo a las motivaciones más profundas que nos han llevado a dar la vida en el apostolado. Como en el primer artículo, “¿no ardía acaso nuestro corazón?” (Lucas 24, 32). La comunidad de animadores también es una clave para sostener y acompañar el desánimo. 

Por último, la tentación de la división puede hacerse más latente que nunca. Cortarnos solos, creer que podemos resolver todos, convertirnos pura y exclusivamente en una ONG para intentar paliar la situación, entre otras cosas. Hoy, y mañana más que nunca, debemos ser ingenieros expertos en construir puentes, en tender redes entre las instituciones, personas de buena voluntad, comunidades eclesiales, miembros de otros credos, vecinos, movimientos sociales, entre otros agentes que trabajan por el bien de las barriadas. Nuestros espacios de apostolado pueden ser el refugio para tantas propuestas solidarias, para que la misma pueda ser organizada y efectiva. Podemos ser un espacio de diálogo para tejer acuerdos, para coordinar acciones, para que acompañar y sostener la vida sea realmente posible. No podemos cortarnos solos, “nadie se salva solo”. 

A un tiempo fuerte de oscuridad, debe precederle necesariamente un tiempo de luz, lleno de sueños, de desafíos por alcanzar. Pero cuidado. No deben ser nuestros sueños, nuestras propuestas, nuestro trabajo. Necesitamos des-centrarnos para que la gente tome el protagonismo, para que la transformación irrumpa desde abajo y no desde nuestros esquemas. Aferrados al Dios que habita en la barriada, tenemos la misión de develar su presencia, encontrarlo barro adentro, y aferrados a Él, convencernos que “todo será distinto” en la medida que nos animemos a ver que el Reino está entre nosotros y lo hagamos evidente cada día. 

Pistas para seguir andando y reflexionando juntos: 
  • ¿Qué instituciones, movimientos, vecinos u otros agentes trabajan en el barrio? 
  • ¿De qué manera podemos crear espacios de diálogo y organización en el barrio? 
  • ¿Cómo podemos comprometer a la gente para concebir y poner en práctica procesos de transformación que permitan hacer realidad los sueños de la gente?

CULTURA DE BARRO



martes, 16 de junio de 2020

“Cuando vuelva la normalidad”... ¿VOLVER A LO NORMAL?

En el primer texto reflexionábamos en torno al “siempre se hizo así”, y luego, en el siguiente, nos detuvimos a pensar la identidad de nuestro ser animador y la necesidad de volver Dios como origen y fuente de nuestra praxis. Hoy queremos detenernos a pensar sobre la vuelta a lo “normal”. ¿Qué queremos decir cuando anhelamos “volver a la normalidad”?

Evidentemente la normalidad es comprendida como una sucesión de cosas que se vuelven rutinarias, identificando así lo normal con la rutina. Cuando algo en ella se ve abruptamente modificado irrumpe aquello que identificamos como “anormal”. Por suerte, este último tiempo la palabra normal y todos los sentidos que se le asignan, están siendo bastante cuestionados, sin embargo, queremos rescatar uno de ellos y centrar nuestras búsquedas allí. Queremos pensar qué es lo normal en nuestro apostolado, a fines de problematizarlo y convertirlo en una riquísima posibilidad de evaluar nuestras prácticas.

La detención de actividades, como ya hemos dicho anteriormente, puede ser un problema, pero también lo podemos asumir como una enorme oportunidad. Es la chance para re-pensarnos, re-significarnos, re-encontrarnos, re-animarnos… Se vuelve normal levantarnos temprano en la semana, estudiar o ir a trabajar, rodearme de afectos, revisar las redes sociales, esperar que llegue el viernes a la noche, preparar el mate, salir el sábado para el barrio, juntarnos a la noche, almorzar en familia y preguntarnos por qué es tan deprimente la tarde de los domingos. La monotonía se va apropiando de nuestra vida. La ida al barrio no es descalzarse en tierra santa, sino que es lo normal, una actividad más. Los pibes del apostolado se convierten en compañeros o enemigos del equipo de fútbol, pero durante la semana, los apuntes ocupan su lugar. La presencia de Dios volverá a cobrar sentido cuando el sábado o el domingo tengamos que escuchar al cura en misa. Y así, lo normal se apropia de todo. 

Sin embargo, pareciera que con estas ideas estamos instalando una contradicción, porque nuestra espiritualidad es de lo cotidiano y no de las cosas extrañas o “anormales”. Sin embargo, estamos llamados a hacer de lo ordinario algo extraordinario, y esa es la posibilidad de salir de la normalidad, de escaparle a lo mismo de siempre, no por inventar cosas nuevas, sino por cómo nos disponemos a vivir lo de cada día. A partir de esto, se nos ocurre que podemos pensar la “normalidad” en tres aspectos: el apostolado, la vida comunitaria y la vida del animador. 

El apostolado: ¿qué cosas hemos normalizado y resulta que no lo son tanto? (hambre, violencia, adicciones, entre otras cosas), ¿por qué hacemos lo mismo todos los sábados?, ¿el apostolado se vive el fin de semana o toda la semana?, ¿cómo podemos hacer que los pibes estén presentes toda la semana dentro de nuestra vida?, ¿qué lugar ocupa el apostolado en mi vida?, ¿es un lugar de encuentro con Dios o solo es un lugar que me hace sentir bien?, ¿vamos a sacarle sonrisas a los pibes o vamos a luchar por intentar construir el Reino?, ¿rezamos por el barrio y los pibes, o no es tan importante como “hacer, hacer y hacer”?

La vida comunitaria: ¿se volvió normal encontrarnos y no saber lo que le pasa al otro?, ¿qué espacios tenemos para acompañarnos y sostenernos?, ¿sabemos lo que cada uno está viviendo en su “normalidad”?, ¿rezamos unos por otros?, ¿entendemos que el otro es indispensable para lo que hacemos? Pensando la comunidad donde se inserta el apostolado: ¿nos cortamos solos?, ¿quiénes más están en el barrio y son la oportunidad de tender puentes para acompañar mejor?, ¿cómo nos relacionamos con la gente que nos da una mano?, ¿cuidamos a quienes nos cuidan?

La vida del animador: ¿qué lugar tiene el apostolado en lo “normal” de mi vida?, ¿de qué manera puedo transformar lo ordinario en extraordinario?, ¿voy porque me siento bien o hay algo más profundo?, ¿qué lugar ocupa la oración en lo cotidiano?, ¿rezo por los pibes?, ¿de qué manera puedo articular mi vida con mi ser animador?, ¿qué cosas se volvieron “normales” y me gustaría repensarlas?, ¿qué tengo para aportar al apostolado y a la vida comunitaria? 

Nada debe y puede volver a la normalidad, o en todo caso, que se vuelva normal cuestionar y repensar la “normalidad” con los lentes de Dios que hace nuevas todas las cosas (Ap. 21, 5).


CULTURA DE BARRO




miércoles, 10 de junio de 2020

"Me siento solo"... ¿VOLVER A DIOS?

Luego de analizar la añoranza de un pasado que ya fue y no será igual, queremos detenernos en algo que unos cuantos experimentamos dentro del aislamiento social y preventivo: la soledad. Son muchos quienes experimentan angustia ante encontrarse solos, no poder visitar afectos, no cruzarse con los compañeros de estudio, no ver a los pibes del apostolado, entre otras cosas. Sin embargo, nos atrevemos a preguntarnos: ¿estamos solos? Nos acostumbramos a hacer un montón de cosas, a no parar nunca, y quizás, la soledad y el encierro, sean una buena excusa para poner la pelota abajo del pie, para re-pensar nuestra identidad más profunda, nuestra identidad de animadores. 


Identidad significa “lo mismo”, aquello que refleja nuestro ser más profundo. Somos un texto en constante escritura: ¿quiénes somos?, ¿de dónde venimos?, ¿hacia dónde vamos?, ¿qué buscamos?, ¿qué soñamos? Parece un trabajo práctico de Filosofía, y sin embargo es un simple disparador para abrazar la pregunta con que Eduardo Meana comienza su canción llamada Corazón Animador: “¿Qué hay en tu corazón?”. 

El encierro de la cuarentena nos evoca el desierto en el libro de Oseas 2, 16: “La llevaré al desierto y le hablaré a su corazón”. El desierto puede ser oportunidad para re-enamorarnos. También nos recuerda a Jesús, que luego de multiplicar los panes y compartir una comida se retiró a rezar: “Después, subió a la montaña para orar a solas. Y al atardecer, todavía estaba allí, solo” (Mateo 14, 23). El tiempo de encierro puede ser la oportunidad de conectar con lo más profundo, con las raíces, con Aquel en quien creemos y llena de sentido nuestro apostolado, porque no podemos dar lo que no tenemos. 

La tentación de caer en el activismo, de transformarnos en una ONG siempre está latente. ¿Es necesario organizar la solidaridad en este tiempo? Si ¿Es necesario atender a la realidad sufriente de los pibes del apostolado? Si ¿Es urgente coordinar con otras instituciones para que podamos llegar a todo el barrio? Si… ¿Pero eso es todo? ¿Qué más tenemos para ofrecer? ¿Sólo una ayuda social? (la cual es justa, urgente y necesaria). Tenemos un “algo más”, o mejor dicho, un Alguien más. 

Lo nuestro, mediante el apostolado, es amor al pueblo, pero en palabras de Francisco, es “gusto espiritual de ser pueblo”, porque en el barro descubrimos la huella y la presencia de Dios que habita lo cotidiano. Nuestra espiritualidad sabe leer la presencia de Dios aun allí donde todo parece oscuro, sabe “develar” su presencia en las barriadas, porque Él ya está antes que nosotros. Las calles del barrio, los rostros que nos cuestionan, son tierra santa donde nos descalzamos los pies, como Moisés, porque allí se encuentra Dios (Éxodo 3, 5). 

Sin embargo, esta oportunidad de volver a Dios, volver a re-conectar con la fuente del apostolado, también nos hace pensar que nuestra fe no la podemos vivir solos, sino que tiene una dimensión necesariamente comunitaria. Si coincidimos con Francisco en la importancia de ser pueblo, ello nos desafía a que abracemos una fe comunitaria. Muchas veces nos quejamos de tal o cual animador, de tal o cual actitud, y ahora, en cambio, extrañamos encontrarnos. 

La frase “nadie se salva solo” no debe ser solo un slogan de este tiempo, sino que debe ser un programa de acción para recuperar y tomar conciencia de lo importante que resulta sostener la comunidad cueste lo que cueste. Sabernos hermanos, reconocernos acompañados, encontrar la presencia del otro que no me puede ofrecer un mate ahora, pero que me puede dar algo todavía más grande: el regalo de su presencia, su cercanía y el acompañamiento. 

Constatamos en medio de la pandemia que “todo pasa”, que nuestros esquemas son pequeños y limitados. Todo pasa, pero DIOS NO PASA. Cuando todo parece temblar, el piso se mueve y las seguridades flaquean, la presencia de Dios irrumpe trayendo calma. No estamos solos, nadie está solo. 

Para seguir rezando y pensando juntos:
  • ¿Cómo me relaciono este tiempo sin barrio, con el Dios que habita en las barriadas? 
  • ¿Cómo podemos crecer en el “gusto espiritual de ser Pueblo”? 
  • ¿De qué manera puedo sostener la vida comunitaria del apostolado?

CULTURA DE BARRO





martes, 2 de junio de 2020

“Nada será como antes”… ¿VOLVER ATRÁS?

En tiempos de pandemia, aparece una frase con mucha fuerza: “Nada será como antes”. Una afirmación tajante, dura, pero muchas veces llena de nostalgia… ¿Debemos extrañar el antes? Nuestras agendas, nuestros proyectos, cada una de las cosas planificadas, han quedado guardadas en un cajón. El COVID-19 nos ha quitado de nuestras seguridades y esquemas, dejándonos vulnerables ante la incertidumbre.

La cuarentena ha sido atravesada por la cuaresma, y es interesante pensar este tiempo de incertidumbre, haciendo analogía con los discípulos de Emaús (Lc. 24, 13-25) Ante el miedo de verse solos, acorralados, al ver que sus sueños y proyectos se desmoronaron y colgaban de una cruz, decidieron salir corriendo, optaron por fugarse. Sin embargo, Jesús haciendo siempre de las suyas, se pone en camino al lado de ellos. No les da un discurso, no les explica razones o teorías, simplemente dialoga. Al partir el pan lo reconocen, en la simpleza de un gesto. Ese encuentro, en lugar de aferrarlos al miedo por lo que habían pasado, los impulsó a embarcarse en un futuro sin precedentes, del cual somos humildes herederos y parte. La pandemia, al igual que el gesto de partir el pan, nos ha revelado la cara del “antes”: veníamos juntos, pero no la reconocíamos. 

Como dice el Papa Francisco, nos hace estar a todos en una misma barca, sin embargo, asumimos que varios la transitan en un yate y otros apenas en una canoa (algunos simplemente nadando). Este golpe ha dejado descubierta la cara más sufriente de las barriadas: hay hambre, hay muy pocas viviendas dignas, los sistemas de salud pública no existen o no tienen recursos, la escuela atiende todo menos la educación, la capilla banca como se puede, entre otras cosas que vemos a diario, pero quizás lamentablemente ya nos habíamos acostumbrado. 

Cuando pensamos en la vuelta atrás, tenemos que tener cuidado, porque desde ese dolor tiene que brotar la indignación y el compromiso por un presente más leve y un futuro más digno. No podemos ser indiferentes ante el rostro sufriente de los pibes que nos cuestionan. Es una buena ocasión para repensarnos, para poder evaluar cómo veníamos caminando, para analizar cuánto había de promoción integral de las personas en nuestras propuestas pastorales, o si solamente nos habíamos cerrado a trabajar algunas dimensiones sueltas. 

Volver a ser como antes, es abrazar con fuerza el tan viejo, pero hoy vigente, “siempre se hizo así”. Pareciera que las recetas antiguas siempre dan en la tecla, pero para quienes se animan a pensar lo cotidiano, pensar lo que hacemos, cuestionar los sentidos de las cosas, la pandemia ha arrasado con ese slogan. Creemos que será imposible volver a ser como antes, porque no queremos volver a acostumbrarnos a no ver el sufrimiento de la gente, porque no queremos poner todas las certezas en un calendario plagado de actividades, porque no queremos abrazarnos a las seguridades que recreamos sin darle una vuelta de rosca, por simplemente no somos ni seremos los mismos. 

En resumen, dentro de este primer artículo de la serie, queremos manifestar nuestra preocupación ante el deseo de volver a “ser” como antes, pero también nos inquieta el volver a “hacer” como antes. Nuestra agenda llena de fechas, horarios y eventos, muchas veces tapa el rostro sufriente de la realidad, acalla el grito de la gente, esconde todo aquello que nos cuestiona y nos hace temblar. La pandemia pone de manifiesto los límites de nuestras acciones, nos hace tomar conciencia de nuestra pequeñez: trabajamos por el Reino, no somos dueños del Reino. Sin embargo, si nos animamos ir a fondo, este tiempo se constituye como oportunidad para repensarnos. Es un desafío salir del miedo que nos paraliza y como en Emaús, ponernos en camino luego de discernir aquello que hace arder nuestro corazón, para no callar lo que hemos visto y oído, para sostener la esperanza cueste lo que cueste y bancar la vida que duele. 


Para seguir reflexionando y compartiendo: 

  • ¿Qué miedos nos hacen desear “que todo sea como antes”? 
  • ¿Cuáles son las barreras que encontramos para pensar nuevos caminos? 
  • ¿Por qué nos sentimos más cómodos con el “siempre se hizo así”?

CULTURA DE BARRO




viernes, 19 de abril de 2019

Vía Crucis de nuestra Argentina empobrecida...

1) "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen" (Lc 23,34)



Perdón Señor por no ver tu rostro en el hermano, por ir en contra de tu mensaje de amor, por dejar que el odio y los prejuicios condicionen nuestras formas de ser y actuar...

2) "Hoy estarás conmigo en el Paraíso" (Lc 23, 43)


Perdón Señor por ponerle condiciones y reglas a tu amor infinito, perdón por no comprender la parábola del Padre Misericordioso, por creer que tengo las llaves de la salvación...

3) "He aquí a tu hijo: he aquí a tu Madre" (Jn 19, 26)



Gracias Madre por caminar y sufrir junto a tu pueblo, por no escapar de la cruz, por bancar el dolor, por llenarnos de esperanza... Ayudanos a ser como vos...

4) "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?" (Mt 27, 46)


Perdón Señor, porque un 33,6% de la sociedad ha sido condenada sin previo juicio a la pobreza y a la indigencia, y no nos escandaliza ni nos duele...

 5) "Tengo sed" (Jn 19, 28)


Perdón Señor porque todavía existen los comedores en los barrios y están abarrotados de gente, porque el ruido de muchas panzas no me inquietan, porque en la patria bendita del pan, a muchos les falta...

 6) "Todo está consumado" (Jn 19,30)


Perdón Señor, porque con palabras y obras sentenciamos a muerte a quién se nos ocurre, porque la justicia por mano propia nos parece mas "efectiva" que la justicia social, porque a muchos pibes y pibas se les termina la vida ante tanta indiferencia...

7) "Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu" (Lc 23, 46)


Perdón Señor por encomendarme a mis seguridades y comodidades... En este Viernes Santo, de dolor, de llanto y de muerto, danos la fuerza de tener siempre "un oído en el pueblo y otro en el evangelio", de no tener miedo de amar hasta el fin, porque solo de tal manera podremos entender la locura de la cruz, la (i)lógica del Reino, la subversión del evangelio... Que en esta semana santa, y próximos a la beatificación de Mons. Angelelli y sus compañeros mártires, podamos aprender que no hay pascua sin muerte, que no hay gloria sin llanto, que es necesario permanecer en la cruz con los que sufren, bajar de la cruz a las víctimas, denunciar la cruz de la injusticia, bancar la cruz con todo lo que venga...


Emiliano

CULTURA DE BARRO.

viernes, 5 de abril de 2019

Y hoy... ¿a quién acusamos?



"Algunos hombres de Jerusalén acusaban a Jesús diciendo: <Nosotros sabemos de dónde es este...>" (Evangelio del día)


CULTURA DE BARRO.

domingo, 10 de marzo de 2019

Tratar de ganarle a la impotencia


Te vimos en el barrio, te vimos en las calles, te vimos en la esquina. Te vimos todo el día yirando con tus hermanos. Te vimos solo, te vimos golpeado, te vimos lastimado. Te vimos triste, te vimos enojado, te vimos masticando bronca a más no poder.

Te vimos llegar a casa, te vimos comenzar nuestros espacios. Te vimos empezar en el oratorio, te vimos jugar, te vimos divertirte, te vimos patear. Te vimos pelearte, pegarle algún sopapo a alguno. Te retamos, te vimos pedir perdón y también te vimos hacerte el boludo. Te vimos correr, te vimos putear, te vimos saltar. Te vimos saltar la soga, jugar al quemado y hacer trampa en el dos perros para un hueso. Te vimos sonreír, aunque no siempre.

Te vimos crecer. Te vimos correr en casa, te vimos tirar piedras, te vimos romper las plantas. Te vimos venir a pedir comida. Te vimos llorar cuando tu hermano se pegó un tiro. Te vimos no dejar nunca de extrañarlo. Te vimos querer a tu abuela. Te vimos odiar a tu viejo. Te vimos escaparte de tu casa lo más que podías, aunque el refugio de la calle noche tras noche se iba asemejando a un infierno cada vez más difícil de salir. Te vimos furioso cuando la policía se llevó a tu mamá. Te vimos destrozado cuando te separaron de tus hermanos. Te vimos solo, más solo que nunca. Vimos tus primeros tropiezos.

Te vimos empezar a robar. Te vimos juntar con gente que te hacía mal. Te vimos desafiar cada norma y cada límite con el que intentábamos, como nos sale, ayudarte a crecer. Te vimos consumir. Te vimos violentarte un poco más. Te vimos bardearnos. Te vimos querer salir una y otra vez. Te vimos no poder hacerlo. Te vimos meterte con nuestros sentimientos, con nuestras opciones y con nuestras cosas. Nos enojamos. Nos pusimos tristes. A veces hasta furiosos. También te puteamos y te bardeamos. Se nos acabaron las respuestas y los slogans de manual. La cruda realidad se nos ponía cara a cara y desafiaba nuestra labor cotidiana y nuestras opciones. Te vimos cada día más cerca abrazado al peligro y cada noche más cerca del dolor y la tragedia.  Te vimos en la boca de los vecinos. Te vimos en las viles intenciones de las fuerzas de seguridad.

Ahora te vemos preso. Vemos tu nombre y tus fotos en los principales diarios y sitios de internet de la ciudad. Te vemos como el “rompedor de puertas del centro”. Vemos, puteamos y hasta lloramos ante cada comentario en los diarios digitales que te desea mucho sufrimiento y el peor de los destinos. Vemos pedir tu cabeza. Vemos sueños de prisión eterna para tu cuerpo. Vemos deseos de sangre. Vemos odio, enojo, rencor. Vemos alegría al imaginar lo que te estarán haciendo en la cárcel.

¿Cómo ver a Jesús, frente a historias desoladoras y vidas llenas de dolor y sufrimiento? ¿Cómo no perder la esperanza? ¿Cómo no dudar, si tantas vecemos hicimos todo lo posible (y otras no…) para que nuestros pibes y nuestras pibas puedan esquivar la vulneración de derechos, y sin embargo, todo sigue igual? ¿Cómo no llenarse de bronca si a veces todo lo que hacemos parece no alcanzar?

Frente a este panorama, me quedo con una frase del Evangelio del jueves pasado: “renúnciate a ti mismo”. No creo en un Dios que quiera sacrificios inútiles, sino en un Dios que quiere que todos y todas vivamos bien. Por eso hoy creo que el “renunciar a mí mismo” es renunciar a mi mirada, a nuestra mirada: que muchas veces es prejuiciosa, estigmatizadora, pesimista, desesperanzada, rígida, rencorosa… Y aprovechando que estamos en Cuaresma, donde pareciera que la “conversión” es una invitación bien concreta, pido al buen Dios de la Vida esa conversión: la conversión de la mirada. Con el deseo de que podamos tener una mirada un poco más parecida a la de él: liberadora, compasiva, esperanzadora, misericordiosa, comprensiva, profunda, dignificante…  Creo que con sólo cambiar la mirada y ayudar a cambiar la mirada a otros, muchas historias pueden ser transformadas. Y, sobre todo, la experiencia de compartir con tantos animadores y animadoras que han podido transformar su mirada y, sobre todo, vidas concretas de pibes y de pibas, me renueva el entusiasmo y la confianza y me ayuda a seguir apostando por la posibilidad de vivir de otra manera. Pero primero, convertir la mirada…porque sino, tengo el miedo y la sospecha de estas historias como la de recién, pueden repetirse cada vez mas..


Mauro

CULTURA DE BARRO