Te vimos en el barrio, te vimos en las calles, te vimos en
la esquina. Te vimos todo el día yirando con tus hermanos. Te vimos solo, te
vimos golpeado, te vimos lastimado. Te vimos triste, te vimos enojado, te vimos
masticando bronca a más no poder.
Te vimos llegar a casa, te vimos comenzar nuestros espacios.
Te vimos empezar en el oratorio, te vimos jugar, te vimos divertirte, te vimos
patear. Te vimos pelearte, pegarle algún sopapo a alguno. Te retamos, te vimos
pedir perdón y también te vimos hacerte el boludo. Te vimos correr, te vimos
putear, te vimos saltar. Te vimos saltar la soga, jugar al quemado y hacer
trampa en el dos perros para un hueso. Te vimos sonreír, aunque no siempre.
Te vimos crecer.
Te vimos correr en casa, te vimos tirar piedras, te vimos romper las plantas. Te
vimos venir a pedir comida. Te vimos llorar cuando tu hermano se pegó un tiro.
Te vimos no dejar nunca de extrañarlo. Te vimos querer a tu abuela. Te vimos
odiar a tu viejo. Te vimos escaparte de tu casa lo más que podías, aunque el
refugio de la calle noche tras noche se iba asemejando a un infierno cada vez
más difícil de salir. Te vimos furioso cuando la policía se llevó a tu mamá. Te
vimos destrozado cuando te separaron de tus hermanos. Te vimos solo, más solo
que nunca. Vimos tus primeros tropiezos.
Te vimos empezar a robar. Te vimos juntar con gente que te
hacía mal. Te vimos desafiar cada norma y cada límite con el que intentábamos,
como nos sale, ayudarte a crecer. Te vimos consumir. Te vimos violentarte un
poco más. Te vimos bardearnos. Te vimos querer salir una y otra vez. Te vimos
no poder hacerlo. Te vimos meterte con nuestros sentimientos, con nuestras
opciones y con nuestras cosas. Nos enojamos. Nos pusimos tristes. A veces hasta
furiosos. También te puteamos y te bardeamos. Se nos acabaron las respuestas y
los slogans de manual. La cruda realidad se nos ponía cara a cara y desafiaba
nuestra labor cotidiana y nuestras opciones. Te vimos cada día más cerca
abrazado al peligro y cada noche más cerca del dolor y la tragedia. Te vimos en la boca de los vecinos. Te vimos en
las viles intenciones de las fuerzas de seguridad.
Ahora te vemos preso. Vemos tu nombre y tus fotos en los
principales diarios y sitios de internet de la ciudad. Te vemos como el
“rompedor de puertas del centro”. Vemos, puteamos y hasta lloramos ante cada
comentario en los diarios digitales que te desea mucho sufrimiento y el peor de
los destinos. Vemos pedir tu cabeza. Vemos sueños de prisión eterna para tu
cuerpo. Vemos deseos de sangre. Vemos odio, enojo, rencor. Vemos alegría al
imaginar lo que te estarán haciendo en la cárcel.
¿Cómo ver a Jesús, frente a historias desoladoras y vidas
llenas de dolor y sufrimiento? ¿Cómo no perder la esperanza? ¿Cómo no dudar, si
tantas vecemos hicimos todo lo posible (y otras no…) para que nuestros pibes y
nuestras pibas puedan esquivar la vulneración de derechos, y sin embargo, todo
sigue igual? ¿Cómo no llenarse de bronca si a veces todo lo que hacemos parece
no alcanzar?
Frente a este panorama, me quedo con una frase del Evangelio
del jueves pasado: “renúnciate a ti mismo”. No creo en un Dios que quiera
sacrificios inútiles, sino en un Dios que quiere que todos y todas vivamos
bien. Por eso hoy creo que el “renunciar a mí mismo” es renunciar a mi mirada, a nuestra mirada: que muchas
veces es prejuiciosa, estigmatizadora, pesimista, desesperanzada, rígida,
rencorosa… Y aprovechando que estamos en Cuaresma, donde pareciera que la
“conversión” es una invitación bien concreta, pido al buen Dios de la Vida esa
conversión: la conversión de la mirada. Con el deseo de que podamos tener una
mirada un poco más parecida a la de él: liberadora, compasiva, esperanzadora,
misericordiosa, comprensiva, profunda, dignificante… Creo que con sólo cambiar la mirada y ayudar
a cambiar la mirada a otros, muchas historias pueden ser transformadas. Y,
sobre todo, la experiencia de compartir con tantos animadores y animadoras que
han podido transformar su mirada y, sobre todo, vidas concretas de pibes y de
pibas, me renueva el entusiasmo y la confianza y me ayuda a seguir apostando
por la posibilidad de vivir de otra manera. Pero primero, convertir la
mirada…porque sino, tengo el miedo y la sospecha de estas historias como la de
recién, pueden repetirse cada vez mas..
Mauro
CULTURA DE BARRO
Gracias por compartirlo Rolo
ResponderBorrarQue bueno no lo habìa leìdo! Gracias Rolo por tus palabras.
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