Luciano es un pibe que vive en la
calle. Sus noches están atravesadas por la incertidumbre de saber si tocará
dormir en algún hogar, en un auto abandonado, debajo de la autopista o en
alguno de los centros habilitados por el gobierno. Una fría mañana de sábado
llega por primera vez al Oratorio junto con Agustín, quién en estas últimas
semanas se convirtió en su “compañero de la calle”. Conversando un poco
conocemos sobre su historia, que pareciera ser una sucesión de dolores
interrumpida esporádicamente por algunas caricias de serenidad. Uno se
encariña, lo empieza a querer, se imagina como acompañarlo y hasta empieza a soñar
sueños ajenos. Dos semanas después, un llamado del operador encargado de uno de
los centros de noche nos sorprende anunciando que hace varios días que Luciano
no aparece. ¿Se habrá vuelto a Mar del Plata, ilusionado con reencontrase con
su familia? ¿O seguirá caminando, invisible, las calles de la ciudad? Si bien
nuestros sueños de plenitud para él permanecerán siempre vigentes, la realidad indica
que pareciera que no lo volveremos a ver.
Coco hace siete meses que está
preso. En el sector 8 es el más picante de todos: su personalidad fuerte hizo
que rápidamente se erigiera cómo líder del pabellón. Coco propone y dispone de
sus compañeros con total impunidad. Hasta que en una mañana de sábado, sus
compañeros se cansan y le propician una golpiza difícil de olvidar. Los
guardias lo retiran y queda sólo en la sala de los maestros, hasta que el
director disponga a donde trasladarlo. El sector de “máxima contención” (aunque
en realidad todos sabemos que es “máxima seguridad”) pareciera ser el horizonte
más próximo. Justo cuando cruzamos con el pasillo, Coco rompe en llanto. Coco,
el fuerte, el duro, el líder del sector 8. Llorando como un nene y fundiéndonos
en un abrazo que intenta inspirar consuelo. Después de varios minutos, lo
tranquilizo y conversamos un rato. Quedamos para seguir charlando el próximo
sábado. Sin embargo, no hubo próximo sábado. Coco ya no estaba en el módulo
“Nuevo Sol”. Efectivamente, no lo volvimos a encontrar.
Tres hermanos vivaces e inquietos
irrumpían la cotidianeidad de un oratorio hace muchos años atrás. De esos pibes
que parecieran tener siete vidas y una capacidad de ponerse de pie ante la
adversidad difícil de encontrar. La situación familiar no da para más y dos de
ellos son llevados por el gobierno a dos hogares distintos. El otro hermano sigue dando
vueltas por el barrio. Pasan los años y por amigos en común, seguimos en
contacto con su vida y su realidad. Uno de los hermanos cada día está peor.
Hace unas semanas cayó preso por primera vez. Los años de laburo no dan fruto
y su vida se deteriora cada vez más. Nos da la sensación que nada cambió, que
nada cambia y que difícilmente podrá cambiar. Nos da la impresión de que las cartas
de su juego ya están echadas.
¡Qué difícil es convivir con el límite! Con los límites propios, con
las fragilidades personales que hacen que a veces que no nos banquemos ni a
nosotros mismos y qué si tuviéramos la oportunidad, las cambiaríamos instantáneamente.
¡Qué difícil es convivir con el límite! Con los límites comunitarios
que a veces nos alejan de los otros, qué nos impiden comprender y perdonar a
los que nos rodean y que nos abren la puerta a la tentación de cortarnos solos
y trabajar como francotiradores
¡Qué difícil, más difícil aún, es convivir con los límites de los pibes
y de las pibas! A veces le ponemos el cuerpo a sus problemáticas cómo a ninguna otra situación.
Damos todo lo que podemos. Nos duelen sus dolores, nos alegran sus felicidades,
soñamos sus sueños y, aún así, no alcanza. Hay vidas que se nos van de las manos
y, con ellas, pareciera que también se va el sentido de nuestro trabajo.
Creo que convivir con el límite
es una de las tareas más difíciles de animar. Asumir un límite es reconocer
nuestra fragilidad y nuestra finitud. Es
reconocer que no lo podemos todo. Es un golpe a nuestra omnipotencia e incluso
a nuestra buena voluntad. Es darse cuenta que muchas veces no llegamos a
tiempo y, aun llegando a tiempo, no podemos hacer lo que deseamos. Es reconocer
que, por más que nos duela, hay historias y contextos que nos exceden.
¿Cómo sintetizar esta experiencia
que pareciera estar destinada a la desesperanza y el pesimismo con nuestra fe en Jesús
resucitado? Es una pregunta que me habita cotidianamente y a la cual intento
esbozar algunas respuestas. Y es en el mismo Jesús donde aparece la luz de
esperanza que sostiene nuestros esfuerzos y sigue llenando de sentido nuestras
opciones. Es el mismo Jesús es el que convivió con el límite, incluso con el
límite más extremo: la muerte. Muerte que, lleno de preguntas y miedos (“Dios
mío, porque me has abandonado…” “Padre, aleja de mi este cáliz...”), aceptó, abrazo
y amó. Límites qué, tal vez, tendremos que aceptar, amar y abrazar.
Pero después de la muerte, la
Vida. Después del fin, la Resurrección. Después del límite, la posibilidad. La
muerte no tiene la última palabra. La muerte abrió el paso a la vida en
abundancia, a la vida cargada de sentido. La muerte estuvo. La muerte estará.
Pero después de la muerte, la resurrección. Los límites estuvieron. Los límites
estarán. Pero desde la fe intuyó: ¿quién dijo que el límite no es la puerta a
un horizonte cargado de vida y de plenitud?. Hoy, creo que amar, aceptar y
abrazar el límite es un ejercicio incuestionable si queremos seguir abriendo
puertas de vida plena para los pibes y las pibas que más nos necesitan.
Mauro
CULTURA DE BARRO.
Gracias Mauro por este escrito, por este testimonio que sí viene cargado de esperanza, a pesar de los límites, o mejor dicho: a partir de esos límites. Donde no podran llegar nuestras manos, nuestras acciones, nuestra voluntad y nuestras intenciones;confiar en que Dios no se desentiende de la historia. Y luego, seguir amando y entregando todo lo que podemos, con más gratuidad, incluso si lo que hacemos parece inútil, poco, casi nada en medio de realidades muy difíciles que a veces nos toca acompañar. GRACIAS!!
ResponderBorrar¡Gracias Analía querida! Hay tiempos donde las dificultades son mayores...pero también son tiempos de esperar y confiar (esperanza que construye mientras espera, diría una sabia...jaja). ¡Un abrazo!
BorrarVaya...Mauro...Aleluia...Alegría encontrar este blog
Borrar"Amar.Aceptar.Abrazar el límite".Asi es Mauro.Ése es el camino...a mi entender, también.El límite también supone,...abrir fronteras.
�� abrazo en el camino!
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