Me llegó una
invitación a una jornada de capacitación en adicciones para agentes pastorales. Me sumé porque las
realidades que encuentro en el oratorio son cada vez más jodidas y con más
droga encima, entonces pensé que ésta jornada me ayudaría en algo, por más
chiquito que fuera. Todo viene bien.
Consta de 4
encuentros y hace un par de días tuve el primero. Hubo una presentación e
introducción al tema, etc. Hasta que llegó el momento de dividirnos en grupos
con gente desconocida y trabajar un fragmento que nos dieron.
A nuestro grupo le
tocó uno que hablaba sobre que el encuentro con Dios no puede darse al margen
de los desafíos de nuestro tiempo y de nuestra cultura, lo cual implica no caer
en el romanticismo religioso/espiritual que intenta negar la realidad de los
límites del sufrimiento, propios de la vida.
Hasta ahí iba
bárbaro el texto, ligado al compromiso social vivido desde la espiritualidad y
el encuentro con Dios. Pero continuamos leyendo y el texto cada vez me gustó
menos. Terminó con ésta frase: “Todo nuestro esfuerzo es brindar un encuentro
con Jesucristo como lo verdaderamente sanador.”
La jornada hasta el
momento seguía ésta idea, y yo me venía tragando comentarios. Hasta que leí
esto, no aguanté más, y largué: “A mí me
parece que todo esto es muy utópico, irreal. Conozco pibas y pibes que tienen
el padre preso/muerto, hermanos transa, con familias amenazadas, que dejan de
estudiar para mantenerla. Pibes que la policía para y maltrata cada vez que los
encuentran en la calle, que van por la vereda y la gente se cruza a la del
frente cuando los ve. Que no comen todos los días ni tienen buenas casas, que
caen en el faso. Y realmente me parece una falta de respeto acercarse a esos
pibes y pibas e intentar brindarles un encuentro con Jesucristo como sanador.
Sea de manera implícita o explícita, yo me lo tomaría como una tomada de pelo.
Intentamos generar nuevas propuestas en el barrio para que haya otras
alternativas. Hacemos charlas, paseos, salidas, juegos, pernoctadas, campamento
de fin de año, y no alcanza. Entiendo que abordar una adicción es bien complejo
y entran en juego todas las situaciones y horas cotidianas (y no solo la tarde
del sábado) que vive el/la pibe/a que consume. Por eso, pienso que ofrecerles
un encuentro con Jesús como lo verdaderamente sanador es bastante ingenuo.”
Terminé mi discurso
de desesperación y bajón y una doña me dijo: “Y bueno mamita, pero eso ya es una cuestión de fe.” Me quedé muda. Me
cerró la boca, ¡y de qué forma!
Al margen de si brindar este encuentro (y de qué manera) es sanador o
no, entendí que el ruido y el bajón muchas veces nos aleja de Dios. Entendí que
más de una vez me falta fe, la cual (creo yo) es confiar en que Él
verdaderamente nos da una mano y labura con nosotros, pero que hay que dejarlo.
Volver al barr[i]o, y dejarlo. Y hacer con Él, juntos. Entendí que
jugarselá por el Reino es entender que no podemos construirlo sólo desde la fe,
ni tampoco sólo desde el hacer. Es vivir ese intento constante de mantener un
equilibro entre ambos. De estar socialmente comprometida/o y ofrecerseló a
Mamá/Papá Dios, siempre con el oído y la mirada atenta pero simple, para encontrarlo en nuestra
cotidianeidad, entre la pibada, y también, entre el mismísimo ruido y bajón.
El de arriba (que tan arriba no está) es un viaje, pero a la vez es
simple, concreto. Jugársela por el Reino de Dios es tener los pies en la tierra
y el corazón en el cielo. Es apostar a ese lindo equilibrio, que logró Jesús,
que logró papá Don Bosco, que intentamos lograr tantos locos seguidores de
ellos dos.
Mari Bertschi
Hermoso testimonio, gracias Mari
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