domingo, 1 de abril de 2018

Es posible vivir de otra manera


En estas últimas dos semanas se multiplicaron por los diversos espacios educativo-pastorales que me toca habitar las celebraciones, espacios de reflexión o momentos de oración en torno a la Semana Santa. Dentro de la diversidad de propuestas y de las particularidades propias de cada grupo, me llamó la atención un denominador común que atravesó a todas estas experiencias: la misteriosa y tantas veces incomprensible experiencia del dolor.

Alumnos y alumnas del colegio, pibes y pibas del oratorio, animadores y animadoras de los grupos juveniles, docentes, directivos. Todos parecíamos estar traspasados por la experiencia del sufrimiento. Al llegar esta semana tan especial para quienes creemos, dónde tenemos la posibilidad de parar un poco la pelota y bucear en el corazón para ver cómo andamos, muchas veces lo primero que sale a la luz es aquello que nos está doliendo y qué no podemos terminar de descifrar o de darle sentido.

Dentro de estas propuestas, me conmovió profundamente poder leer o escuchar algunos de los dolores de los pibes y las pibas más pobres y frágiles que forman parte de muchos de nuestros espacios. Pobreza. Hambre. Hacinamiento. Viviendas precarias. Violencia familiar. Abusos sexuales. Soledad. Padres o madres que no están. Consumos problemáticos. Familiares o amigos que se mueren muy jóvenes a causa de tantas injusticias por las que atraviesa nuestro país. Suicidios. Precariedad de la salud. Tristeza. Miedo. Bronca. Deserción escolar. Madres prostitutas. Vidas castigadas. Dolores que forman parte de la cotidianeidad de nuestros chicos y chicas y que parecen muy difíciles de poder sanar.

Frente a un escenario tan complejo, triste y desolador, podría ser muy fácil perder la esperanza y sumergirse en el pesado mundo del pesimismo. Pareciera que nada tiene solución, que nada se puede cambiar, que las cartas ya están echadas y no hay vuelta atrás para revertir tanto dolor en vida de los chicos y de las chicas. Dejarse vencer por la desesperanza es una opción fácilmente tentadora y que muchas veces nos paraliza y no nos permite mirar más allá.

Sin embargo, en una de las tantas celebraciones de las que les contaba, un signo que nos ayudaba a rezar era prender el Cirio Pascual –signo de la vida de Jesús- en medio de un teatro completamente a oscuras. Esa tenue luz encendida cambiaba el panorama. En medio de la pesada oscuridad, se avizoraba una tenue pero clara luz. En medio de la desolación, una presencia que nos ayudaba a ver y que nos marcaba el camino. De repente, se abría la posibilidad de poder escabullirse de la oscuridad para poder mirar con un poco más de seguridad.

Creo que un poco así es la presencia del Dios de Jesús. Misteriosa, pero firme. Sencilla, pero segura. Suave, pero amorosa.  Que nos indica un camino pero respeta la libertad de elegirlo o no. Que nos permite mirar las cosas de otra manera. Que no se convierte en un escenario espectacular, sino que aparece así: humilde, silenciosa, serena, pero constante, fiel y aguantadora.

Creo también que esa es la invitación que nos hace la resurrección. Que seamos luz en medio de la oscuridad. Que seamos serenidad en medio de la tragedia. Que seamos amor en medio del odio. Que seamos liberación en medio de la esclavitud. Que seamos compasivos en medio del dolor. Que seamos camino en medio de las incertidumbres. Y, sobre todo, que seamos vida y vida en abundancia, en medio de las múltiples situaciones de muerte que todos los días del año le arruinan la vida a los pibes y las pibas más vulnerables de la sociedad. Creo que es posible vivir de otra manera y, sobre todo, creo que es posible que otros y otras, que pibes y pibas, invadidos por la esclavitud de la injusticias, también puedan vivir de otra manera.

Mauro

CULTURA DE BARRO





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