Facundo Ferreira tenía 11 años y que feo es conjugar el
verbo “tener” en pasado. Porque él ya no tendrá más años por delante, porque su
vida solo llegó a ver 11 cumpleaños, porque quedara inmortalizada así, con esa
edad. Una vida tan corta y tan frágil como la de todos nosotros.
Leo que algunos medios “hegemónicos” informan que un
niño murió por un “incidente” en una persecución. Incidente es que en una
salida con amigos, un sábado a la noche, se me pierda el celular en el boliche,
no la muerte de un pibe. Otras plataformas periodísticas, de carácter más
independiente, atentan directamente contra las fuerzas del Estado, a quienes no
podemos dejar de darle el beneficio de la duda, como sujetos de opinión pública
activa que creo que somos. Además, porque como sea que paso realmente, no somos
jueces de nadie, ni acreedores de ninguna verdad absoluta. Pero, en fin, nos
queda esto, Facundo muerto. Que en si solo ya es alarmante. Y una sociedad
fragmentada que cada vez se odia y maltrata más.
Facundo era un chico (de nuevo esta horrible sanción de
tener que escribir en pasado) que evidentemente no recibió la contención familiar
necesaria. Un abrazo de mamá, un juego con papá, algún reto por una macana
realizada, cargado de amor y preocupación que ayudara a entender que hay
límites. Era un niño que quizás no supo encontrar en su primaria un espacio
educativo que lo acompañe y que piense que antes de educarlo en conceptos
intelectuales, está bueno educar en valores humanos y ayudar a entender que su
vida es (bueno, era) hermosa. No. ¿Saben qué? Es, es hermosa. Y por supuesto
que fue un pibe que hizo amigos, de seguro con realidades muy parecidas a la
suya, tratando de bancarse los unos a los otros, como pueden. Ahora, sin
Facundo.
Lo que si me queda claro es que creció sin los
derechos fundamentales que todo niño y toda niña debe tener siempre para poder
crecer y desarrollarse plenamente. ¿Y cómo es que tengo esta certeza? Porque un
amigo me pregunto, confundido y consternado: “¿Qué es lo que un chico de 11
años tendría que estar haciendo un miércoles a las 01:00 de la mañana?”. Y en
mi limitación solo pude contestar lo que yo hacía a esa edad y en ese horario:
“Dormir para ir a la escuela al otro día”. Perdón si soy muy básico en mi
respuesta, pero creo que contesté eso porque yo tuve la dicha de que no se me
negara contención, afecto, inocencia. Y toda pareciera indicar que a Facu si, y
eso solo incrementa el dolor.
¿Por qué un chico de 11 años no pudo gozar de sus
derechos fundamentales, de una infancia feliz? ¿Qué situaciones de su vida lo
obligaron a perderla tan rápidamente, a dejarla olvidada tan de golpe, tan
atrás, tan sola? Hago una pausa aquí, para pedirle perdón a usted, que
lee estas líneas de confusión y dolor, por si me he colocado en papel de ser
conocedor irrefutable de la vida de Facundo Burgos. Lo cierto es que no la
conocí, y lo ciertamente triste es que ya no podré hacerlo.
Por último, pero no menos importante, pienso también
en los niños y niñas que todavía siguen con vida, en los Facundos que todavía
están con nosotros, pero lo hacen pidiendo una moneda en un semáforo, o
queriendo venderte algo en un viaje de colectivo, o tocando la puerta de tu
casa para ofrecerte un producto. ¿Qué hacemos con nosotros mismos después de
que nuestras vidas se cruzan con esa niñez, la de la calle, la de la villa, la
de la pobreza, la de la falta de oportunidades y amor? Espero no quede en la
indiferencia, en la tibieza de corazón. Y espero estos niños y niñas no queden
tendidos en una balacera de un miércoles a la madrugada.
Efrain Arlati
Excelente artículo! toca sensibles fibras y señala llagas de la sociedad.
ResponderBorrarMuy bueno Efraín. Muy bueno.
ResponderBorrarExcelente Efraín. El mejor artículo periodístico que he leído en mucho tiempo. Te felicito.
ResponderBorrarEs verdad lo que dices. Duele saber que hay tantos niños que crecen de esa forma. Que nadie haya visto en lo que se convierten. Que les nieguen la posibilidad de ser simplemente niños!
ResponderBorrarFelicitaciones Efra
ResponderBorrarMuy buen artículo