martes, 27 de febrero de 2018

En medio de la desesperación, ¡apostar a la esperanza!

Se complica comenzar a escribir, porque en las venas la sangre hierve y corre con dejos de bronca, tristeza, alegría, desafío, resignación, lucha, entre otras antinomias. Estos últimos tiempos, diversos hechos de inseguridad, hicieron reaparecer debates en torno a la baja de edad de imputabilidad, castigos más severos para los delincuentes, e incluso, muchos se enfilaron detrás de la necesidad de pena de muerte (totalmente decadente y retrógrada, perdón por no disimular mi desacuerdo). Desde estas líneas, vaya un intento de buscar río abajo donde el piso está barroso. 

¡Hay que matarlos a todos!, ¡si mataron que los maten!, esos negros de mierda son la lacra de la sociedad, viven a costa de planes y no hacen nada ¿quiénes se creen que son?, nosotros que laburamos todo el día nos tenemos que aguantar que nos vengan a robar… Ellos: malos, desgraciados, negros de mierda, lacra de la sociedad, vividores del sistema. Nosotros: buenos, ejemplos de civilización, laburadores, merecedores de una vida digna, pobres víctimas de la corrupción, desprotegidos. ¿Quién forjó la distancia que hay entre el ellos y el nosotros? ¿Quién se hace cargo de esa grieta que divide a los buenos de los malos, a los laburantes de los vagos, a la gente de bien y a los delincuentes? 

Polarizar la mirada nos hace perder de vista un elemento central (y absurdo por lo obvio que es): ¡TODOS SOMOS SERES HUMANOS! El Otro, por ser humano es mi hermano… Existen miles de organizaciones que luchan por los perros y los gatos (me parece genial), nos conmueve y le damos “me gusta” en Facebook a los reclamos por los bosques deforestados del norte argentino (espectacular iniciativa), juntamos miles de firmas en “change.org” por mil iniciativas y reclamos que atentan contra miles de cosas, ¡pero no nos conmueve un tipo o una tipa que se mandan un “mocazo” y son mis hermanos, mis parientes, es nuestra gente!

Transcribo un momento reiterado de las clases de Formación Ética y Ciudadana que se da a menudo con los pibes: “Los Derechos Humanos, no se otorgan, se reconocen. Nadie puede administrarlos y darlos, porque significaría decir que hay alguien que determina el nivel de humanidad que tiene cada persona, y eso sería absurdo… Entonces, les pregunto: ¿quién tiene más derechos: la familia de un pibe asaltado y herido, o el asaltante que fue preso? ¡La familia del chico y la víctima! ¿Y el asaltante preso no es humano? (silencio reflexivo)”

¿Cuántas veces este último tiempo se escucha: “a los bobos militantes por los derechos humanos que defienden a los choros y a todos los chantas, hay que matarlos también”? Ojo, a no confundir Derechos Humanos con justicia… Nadie duda que sea necesario esclarecer tantos hechos de inseguridad que nos aquejan y que se haga justicia por tantas víctimas inocentes (es lo que se debe hacer, una obligación), pero también es una urgencia recuperar el valor del Otro, que uno también es responsable de tal macana. Pero ojo también, que linchamientos, justicia por mano propia, pena de muerte, gatillo fácil (tristemente de moda, celebrado y socialmente aceptado en los últimos casos mediáticos) son asesinatos disfrazados y “políticamente correctos”. Armas en posesión de menores de edad (¿qué adulto se la dio?), armas sin registro (¿qué organización controla?), armas de importación (¿quién hizo la vista gorda para que entren?), armas en definitiva (¿a quién se le ocurre?)… El arma no se dispara sola, la disparamos todos cuando somos cómplices de la corrupción. Lo que mata es la corrupción, y no está solo en los organismos estatales: ¿qué aportamos nosotros? 

Soy un injusto, el árbol tapa el bosque y me estoy volviendo cómplice: en estos momentos veo fotos de pibes y pibas armando una olla popular en la barriada, de una familia luchando por una adopción, de un oratorio que le está cambiando la vida a un barrio entero, de unos docentes que por un mango y medio se rompen el lomo por los que más necesitan… ¡Hay tantos motivos para no perder la esperanza! ¡Apostemos a esa esperanza! Recuperar el valor del Otro, es dejar de ser indiferente, es sentir desde las entrañas (compasión), que mi hermano grita pidiendo ayuda, y que desde el reconocimiento de su dignidad se abren las puertas para una vida buena y en comunidad. 

El Reino es de los últimos, pero no por capricho, sino porque Dios mismo hizo la opción de abrazar a las prostitutas, a los impuros, a los que robaban con los impuestos, a los estafadores, a los ladrones. El Reino comienza en la tierra y se hace carne cuando el otro pasa a ser Otro, pasa a ser Nos-Otros.

Emiliano

CULTURA DE BARRO



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