Jesús fue al monte de
los Olivos. Al amanecer volvió al Templo, y todo el pueblo acudía a él.
Entonces se sentó y comenzó a enseñarles. Los escribas y los fariseos le
trajeron a una mujer que había sido sorprendida en adulterio y, poniéndola en
medio de todos, dijeron a Jesús: «Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en
flagrante adulterio. Moisés, en la Ley, nos ordenó apedrear a esta clase de
mujeres. Y tú, ¿qué dices?». Decían esto para ponerlo a prueba, a fin de poder
acusarlo. Pero Jesús, inclinándose, comenzó a escribir en el suelo con el dedo.
Como insistían, se enderezó y les dijo: «El que no tenga pecado, que arroje la
primera piedra». E inclinándose nuevamente, siguió escribiendo en el suelo. Al oír
estas palabras, todos se retiraron, uno tras otro, comenzando por los más
ancianos. Jesús quedó solo con la mujer, que permanecía allí, e incorporándose,
le preguntó: «Mujer, ¿dónde están tus acusadores? ¿Alguien te ha condenado?».
Ella le respondió: «Nadie, Señor». «Yo tampoco te condeno, le dijo Jesús. Vete,
no peques más en adelante». (Juan 8. 1-8)
Cada
vez estoy más convencido que un significado posible para nuestra fe en la
dificultad de los tiempos que estamos atravesando es la de convertirse en una
especie de “lente” a través del cual mirar la realidad. Desde esta perspectiva
decir que somos “cristianos” implica no sólo afirmar que creemos en Dios, sino
también hacer un esfuerzo valiente de animarse a observar los acontecimientos
que suceden a nuestro alrededor desde la lógica misericordiosa de Jesús. De lo
contrario, probablemente estemos construyendo un “ídolo” bastante lejano al
Dios que nos reveló Jesús.
Desde
allí, es que cada día que leo el texto con el que comenzaron estas líneas me impacta
más la compasión, la cercanía y el coraje de Jesús. Frente a la comisión
explícita de un delito contra la propiedad (ya que en aquel tiempo la mujer era
propiedad del hombre, por lo que el adulterio era un delito contra la
propiedad), dónde se captura “in fraganti” a una mujer cometiendo un delito
castigado por la ley, nos encontramos con una palabra de Jesús que desarticula
y ridiculiza cualquier intento de condena: “El qué esté libre de pecado, que tire la primera piedra”.
Inmediatamente después, afirma sin titubear: “Yo tampoco te condeno”.
Se
me ocurren una gran cantidad de escenas similares que podrían haber ocurrido en
nuestra Argentina actual. Delitos contra la propiedad cometidos por los más
frágiles de nuestra sociedad. Supuestos garantes de la moral, la ley y las
buenas costumbres atrapándolos “in fraganti”. Frente a esto, la pregunta
incómoda: ¿y tú, que dices? La respuesta de Jesús ya la conocemos. ¿Y,
nosotros, como sociedad, qué decimos? ¿Cuál es nuestra respuesta?
Mirar
con los ojos de Jesús las complejas problemáticas de nuestra actualidad lejos
está de justificar el delito o de despreciar y deslegitimar a las víctimas de
quiénes los sufren y a sus familiares. Pero nos impulsa a buscar respuestas que
garanticen, al menos, el derecho fundamental de todo hombre y de toda mujer: el
de una vida digna. El Dios de Jesús nos revela que cada vida es sagrada, por lo
que debe ser respetada, cuidada y acompañada. Si despreciamos el carácter
sagrado de la vida, probablemente estemos lejos de ser cristianos, por más que
digamos que creemos en Dios y en Jesús.
Por
otra parte, ¿alguno de nosotros se animaría a tirar alguna piedra después de la
pregunta de Jesús? ¿En serio podemos creer que estamos limpios de pecado? Muchos
de nosotros somos cómplices, al menos, de la piedra de la indiferencia, la
invisibilización y la naturalización del sufrimiento del pobre. Lamentablemente,
tantos otros vestidos de saco y corbata y a cargo de nuestras instituciones son
quiénes no titubean en tirar la primera piedra a pesar de ser los primeros
responsables de la situación que estamos viviendo.
Ojalá
que aprovechemos esta Cuaresma fundamentalmente para convertir nuestra imagen
de Dios. Que dejemos de lado ese esquema ya agotado de “pensar que malo soy, intentar acceder al
perdón de un dios triturado por nuestra culpa y esbozar un inútil voluntarismo
para intentar cambiar algo por cuarenta días” y podamos vivirla desde la
misericordia y el amor de Dios. Eso implica creer que Dios nos ama no cómo
debemos ser ni como querríamos ser, sino como somos. Que comprende nuestra
fragilidad y nuestros pecados, porque todos tenemos en el corazón algo para
convertir y para ser cambiado. Y cómo todos tenemos algo para laburar en lo más
profundo de lo que somos, nos afirma sin dudar que “el que esté libre de
pecado, que tire la primera piedra”.
En
la Argentina de hoy y frente a quienes pretenden que volvamos a vivir en la ley
del ojo por ojo, Jesús nos dice con claridad que “el que esté libre de pecado, que tire la primera bala”. Porque actuando por medio del ojo por ojo,
el mundo se quedará ciego.
Mauro
CULTURA DE BARRO
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