miércoles, 14 de febrero de 2018

El qué no tenga pecado, que tire la primera bala.

Jesús fue al monte de los Olivos. Al amanecer volvió al Templo, y todo el pueblo acudía a él. Entonces se sentó y comenzó a enseñarles. Los escribas y los fariseos le trajeron a una mujer que había sido sorprendida en adulterio y, poniéndola en medio de todos, dijeron a Jesús: «Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. Moisés, en la Ley, nos ordenó apedrear a esta clase de mujeres. Y tú, ¿qué dices?». Decían esto para ponerlo a prueba, a fin de poder acusarlo. Pero Jesús, inclinándose, comenzó a escribir en el suelo con el dedo. Como insistían, se enderezó y les dijo: «El que no tenga pecado, que arroje la primera piedra». E inclinándose nuevamente, siguió escribiendo en el suelo. Al oír estas palabras, todos se retiraron, uno tras otro, comenzando por los más ancianos. Jesús quedó solo con la mujer, que permanecía allí, e incorporándose, le preguntó: «Mujer, ¿dónde están tus acusadores? ¿Alguien te ha condenado?». Ella le respondió: «Nadie, Señor». «Yo tampoco te condeno, le dijo Jesús. Vete, no peques más en adelante». (Juan 8. 1-8)

Cada vez estoy más convencido que un significado posible para nuestra fe en la dificultad de los tiempos que estamos atravesando es la de convertirse en una especie de “lente” a través del cual mirar la realidad. Desde esta perspectiva decir que somos “cristianos” implica no sólo afirmar que creemos en Dios, sino también hacer un esfuerzo valiente de animarse a observar los acontecimientos que suceden a nuestro alrededor desde la lógica misericordiosa de Jesús. De lo contrario, probablemente estemos construyendo un “ídolo” bastante lejano al Dios que nos reveló Jesús.

Desde allí, es que cada día que leo el texto con el que comenzaron estas líneas me impacta más la compasión, la cercanía y el coraje de Jesús. Frente a la comisión explícita de un delito contra la propiedad (ya que en aquel tiempo la mujer era propiedad del hombre, por lo que el adulterio era un delito contra la propiedad), dónde se captura “in fraganti” a una mujer cometiendo un delito castigado por la ley, nos encontramos con una palabra de Jesús que desarticula y ridiculiza cualquier intento de condena: “El qué esté libre de pecado, que tire la primera piedra”. Inmediatamente después, afirma sin titubear: “Yo tampoco te condeno”.

Se me ocurren una gran cantidad de escenas similares que podrían haber ocurrido en nuestra Argentina actual. Delitos contra la propiedad cometidos por los más frágiles de nuestra sociedad. Supuestos garantes de la moral, la ley y las buenas costumbres atrapándolos “in fraganti”. Frente a esto, la pregunta incómoda: ¿y tú, que dices? La respuesta de Jesús ya la conocemos. ¿Y, nosotros, como sociedad, qué decimos? ¿Cuál es nuestra respuesta?

Mirar con los ojos de Jesús las complejas problemáticas de nuestra actualidad lejos está de justificar el delito o de despreciar y deslegitimar a las víctimas de quiénes los sufren y a sus familiares. Pero nos impulsa a buscar respuestas que garanticen, al menos, el derecho fundamental de todo hombre y de toda mujer: el de una vida digna. El Dios de Jesús nos revela que cada vida es sagrada, por lo que debe ser respetada, cuidada y acompañada. Si despreciamos el carácter sagrado de la vida, probablemente estemos lejos de ser cristianos, por más que digamos que creemos en Dios y en Jesús.

Por otra parte, ¿alguno de nosotros se animaría a tirar alguna piedra después de la pregunta de Jesús? ¿En serio podemos creer que estamos limpios de pecado? Muchos de nosotros somos cómplices, al menos, de la piedra de la indiferencia, la invisibilización y la naturalización del sufrimiento del pobre. Lamentablemente, tantos otros vestidos de saco y corbata y a cargo de nuestras instituciones son quiénes no titubean en tirar la primera piedra a pesar de ser los primeros responsables de la situación que estamos viviendo.

Ojalá que aprovechemos esta Cuaresma fundamentalmente para convertir nuestra imagen de Dios. Que dejemos de lado ese esquema ya agotado  de “pensar que malo soy, intentar acceder al perdón de un dios triturado por nuestra culpa y esbozar un inútil voluntarismo para intentar cambiar algo por cuarenta días” y podamos vivirla desde la misericordia y el amor de Dios. Eso implica creer que Dios nos ama no cómo debemos ser ni como querríamos ser, sino como somos. Que comprende nuestra fragilidad y nuestros pecados, porque todos tenemos en el corazón algo para convertir y para ser cambiado. Y cómo todos tenemos algo para laburar en lo más profundo de lo que somos, nos afirma sin dudar que “el que esté libre de pecado, que tire la primera piedra”.


En la Argentina de hoy y frente a quienes pretenden que volvamos a vivir en la ley del ojo por ojo, Jesús nos dice con claridad que “el que esté libre de pecado, que tire la primera bala”. Porque actuando por medio del ojo por ojo, el mundo se quedará ciego.

Mauro

CULTURA DE BARRO




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