jueves, 21 de diciembre de 2017

El pesebre incómodo

La última etapa del año es tal vez la más agotadora, tumultuosa y agitada: los estudiantes terminan sus exámenes y cierran materias, a los que trabajan ya les pesa el calor y todo el año vivido. Pero a la vez, cual frutilla del postre, el año cierra con una celebración: la Navidad. Pero no necesariamente el frenesí de regalos y compras, sino más bien el encuentro que gesta el recordar que Dios se hizo hombre.

Adviento se nos propone como un tiempo para ir preparando el nacimiento de Jesús, pero esta tarea puede, o debería, ser un poco incómoda. ¿Por qué? Que el mismo creador de todo se haga hombre es una idea incómoda, es algo absurdo, ¿para qué Dios saldría de su comodidad divina, haciéndose hombre? Solo podemos entender el sentido de la encarnación si verdaderamente nos atrevemos a pensar en el valor que tiene el ser humano, pero no entendiéndolo como medio, sino como absoluto fin en sí mismo. 

Para los tiempos que corren incomoda la idea de pensar en el que sufre, en el que necesita, en el marginado; sale más fácil sostener que el pobre es así porque quiere y lo seguirá siendo. A los que nos consideramos personas de fe no siempre nos sale tan fácil reconocer a Jesús en las mujeres y hombres de nuestro tiempo. Hace dos mil años las posadas se cerraban a padres que iban en burro tratando de encontrar un lugar para recibir a su hijo. Hoy seguimos cerrando nuestros corazones a Jesús ¿cómo? callando ante las injusticias, metiendo a todos en la misma bolsa, reclamando igualdad mientras marginamos y discriminamos.

Herodes se incomoda al saber que el Mesías que su pueblo (y tal vez él también) había esperado acababa de nacer. Significaba que el poder que había obtenido, del cual se sentía orgulloso de poseer, estaba a punto de desvanecerse. Jesús incomoda a los poderosos, a los opresores, a los que juegan con las personas para sacar su propio provecho. Adviento también encuentra a nuestra patria sumergida en injusticias y dolores: Santiago, Rafita, los reprimidos, los atrapados por la droga, tantas y tantos más que hoy incomodan a algunos poderosos al igual que un niño en el pesebre. Pero no podemos desanimarnos, deben ser impulso para seguir construyendo el Reino, y es que Adviento no es preparación depresiva, sino que es para la alegría más grande: Dios se hizo hombre, puso su carpa en medio de las nuestras, hizo su casa en medio de nuestro barrio.

Que lindo seria poder preparar en nuestro corazón un pesebre que incomode con el mensaje del amor, de la esperanza, de que no hay nada ni nadie perdido, de la igualdad, de la transformación, del deseo de una sociedad justa por y para todos y todas. Que los primeros incómodos seamos nosotros mismos, porque el deseo del Papa de salir a las periferias es lo opuesto a estar cómodos: es saberse accidentado, perseguido, pero con un corazón desbordado de Dios en el encuentro con los que más sufren. ¿Es fácil? Capaz que no, pero tampoco es difícil. El Papa Benedicto XVI escribía: “Hemos creído en el amor de Dios: así puede expresar el cristiano la opción fundamental de su vida. No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva…” (Deus Caritas Est 1)

Por eso podemos dejarnos algunas preguntas para orientar nuestra experiencia de Adviento: ¿me animo a ver la dignidad de mi hermano, de mi hermana? ¿Cómo puedo seguir creciendo en la Fe en el encuentro con otros? ¿Puedo potenciar en este tiempo algún espacio de encuentro con Jesús que viene a cambiar mi vida? ¿Cómo preparo mi pesebre incómodo? Y cuando pase Navidad ¿seguiré dándole lugar a Dios que nace?

“Calle Belén” una canción del P. Meana que nos puede ilustrar algunas incomodidades para este Adviento. Ahí van algunos fragmentos que tal vez pueden irse haciendo carne…

Ustedes sean mi voz.
Con suavidad, limpien mi herida.
Lloren mi soledad.
Siempre acompáñenme.
“Hermano” llámenme.
Defiéndanme y hagan justicia.
Gusten mi humilde pan.
Mi hambre y sed, pálpenlos.
Conmuévanse de mi abandono.
Oigan mi débil voz..


¡Vengan a mí, estoy aquí!

Gaston Ibañez


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