La última etapa del año es tal
vez la más agotadora, tumultuosa y agitada: los estudiantes terminan sus
exámenes y cierran materias, a los que trabajan ya les pesa el calor y todo el
año vivido. Pero a la vez, cual frutilla del postre, el año cierra con una
celebración: la Navidad. Pero no necesariamente el frenesí de regalos y
compras, sino más bien el encuentro que gesta el recordar que Dios se hizo
hombre.
Adviento se nos propone como un
tiempo para ir preparando el nacimiento de Jesús, pero esta tarea puede, o debería,
ser un poco incómoda. ¿Por qué? Que el mismo creador de todo se haga hombre es
una idea incómoda, es algo absurdo, ¿para qué Dios saldría de su comodidad divina, haciéndose hombre? Solo podemos entender el sentido de la encarnación si verdaderamente nos
atrevemos a pensar en el valor que tiene el ser humano, pero no entendiéndolo
como medio, sino como absoluto fin en sí mismo.
Para los tiempos que corren
incomoda la idea de pensar en el que sufre, en el que necesita, en el
marginado; sale más fácil sostener que el pobre es así porque quiere y lo
seguirá siendo. A los que nos consideramos personas de fe no siempre nos sale
tan fácil reconocer a Jesús en las mujeres y hombres de nuestro tiempo. Hace
dos mil años las posadas se cerraban a padres que iban en burro tratando de
encontrar un lugar para recibir a su hijo. Hoy seguimos cerrando nuestros
corazones a Jesús ¿cómo? callando ante las injusticias, metiendo a todos en la
misma bolsa, reclamando igualdad mientras marginamos y discriminamos.
Herodes se incomoda al saber que
el Mesías que su pueblo (y tal vez él también) había esperado acababa de nacer.
Significaba que el poder que había obtenido, del cual se sentía orgulloso de
poseer, estaba a punto de desvanecerse. Jesús incomoda a los poderosos, a los
opresores, a los que juegan con las personas para sacar su propio provecho.
Adviento también encuentra a nuestra patria sumergida en injusticias y dolores:
Santiago, Rafita, los reprimidos, los atrapados por la droga, tantas y tantos
más que hoy incomodan a algunos poderosos al igual que un niño en el pesebre. Pero
no podemos desanimarnos, deben ser impulso para seguir construyendo el Reino, y
es que Adviento no es preparación depresiva, sino que es para la alegría más
grande: Dios se hizo hombre, puso su carpa en medio de las nuestras, hizo su
casa en medio de nuestro barrio.
Que lindo seria poder preparar en
nuestro corazón un pesebre que incomode con el mensaje del amor, de la
esperanza, de que no hay nada ni nadie perdido, de la igualdad, de la
transformación, del deseo de una sociedad justa por y para todos y todas. Que
los primeros incómodos seamos nosotros mismos, porque el deseo del Papa de
salir a las periferias es lo opuesto a estar cómodos: es saberse accidentado,
perseguido, pero con un corazón desbordado de Dios en el encuentro con los que
más sufren. ¿Es fácil? Capaz que no, pero tampoco es difícil. El Papa Benedicto
XVI escribía: “Hemos creído en el amor de Dios: así puede expresar el cristiano la opción fundamental de su
vida. No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea,
sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo
horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva…” (Deus Caritas Est
1)
Por eso podemos
dejarnos algunas preguntas para orientar nuestra experiencia de Adviento: ¿me
animo a ver la dignidad de mi hermano, de mi hermana? ¿Cómo puedo seguir
creciendo en la Fe en el encuentro con otros? ¿Puedo potenciar en este tiempo
algún espacio de encuentro con Jesús que viene a cambiar mi vida? ¿Cómo preparo
mi pesebre incómodo? Y cuando pase Navidad ¿seguiré dándole lugar a Dios que
nace?
“Calle Belén”
una canción del P. Meana que nos puede ilustrar algunas incomodidades para este
Adviento. Ahí van algunos fragmentos que tal vez pueden irse haciendo carne…
Ustedes sean mi voz.
Con suavidad, limpien mi herida.
Lloren mi soledad.
Siempre acompáñenme.
“Hermano” llámenme.
Defiéndanme y hagan justicia.
…
Gusten mi humilde pan.
…
Mi hambre y sed, pálpenlos.
Conmuévanse de mi abandono.
Oigan mi débil voz..
¡Vengan a mí, estoy aquí!
Gaston Ibañez
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