miércoles, 15 de noviembre de 2017

¿Se puede creer en Dios y en Jesús, sin creer en el Dios de Jesús?

No puede dejar de impactarme ver muros de Facebook dónde, luego de compartir una foto de esas bien romanticonas de Jesús o alguna frase del Evangelio del día, aparezca una publicación apoyando la expulsión de extranjeros de nuestro país. Me cuesta creer que en grupos de Whatsapp parroquiales podamos intercalar fotos románticas de jesuses milagreros a la vez que nos envíanos publicaciones donde despreciamos y estigmatizamos a los hermanos y hermanas más pobres. Me impacta encontrarme con personas de misa dominical (o incluso diaria) que no tendrían reparos en condenar, encarcelar o hasta asesinar a la porción privilegiada de vida que nos confío Dios: los pibes y las pibas más pobres.

En medio de este escenario tan complejo que nos toca vivir asolaron sorpresivamente una buena cantidad de preguntas acerca de la fe. ¿En qué Dios creo? ¿En qué Dios creemos? ¿Qué Dios anunciamos? ¿Creemos en el Dios de Jesús? ¿En su propuesta del Reino? ¿Se puede creer en Dios y en Jesús sin creer en el Dios de Jesús? ¿Podemos creer en Dios y no en el hombre? ¿Podemos sostener nuestra fe a la vez que defendemos, sin ponernos colorados, tantas propuestas que atentan contra la dignidad e incluso la vida del hombre? ¿Acaso la fe no consiste también en una mirada concreta sobre el mundo, desde la vida de Jesús?

Estas y otras tantas preguntas me fueron animando a intentar ponerle algunas pocas palabras a mi experiencia actual de fe. Creo que construimos nuestra subjetividad y nuestra fe a medida que la narramos y resignificamos…y creo también que compartir estas experiencias enriquece nuestra relación con Dios. Soy consciente también qué es muy difícil ponerle palabras a algo tan íntimo y sagrado como nuestra experiencia de fe. Es algo sobre lo cual apenas podemos decir alguna palabra, dónde a veces es mejor recurrir al silencio. Pero me duele esta situación y por eso ahí va un sencillo y seguramente insuficiente intento.

Hoy creo que, desde Jesús y el Dios que anunciam se puede entender la fe cómo…
  •          Confianza en la misericordia, la fidelidad y la bondad de Dios.
  •           Un regalo que me da fuerza para construir el Reino y afrontar la vida cotidiana.
  •           Una experiencia que me sostiene, que me funda.
  •           Fuente de esperanza y de vida
  •           Impulso creativo y libre en búsqueda de la plenitud.
  •           Inspiración en la lucha por la justicia propia de la construcción del Reino.
  •          Un encuentro con Otro en los hermanos y hermanas más pobres, en nosotros, en el mundo, en nuestras profundidades más hondas.
  •          Una opción concreta y real por los más pobres y desfavorecidos del mundo desde la cual intentamos construir un mundo nuevo habitado por la justicia, la paz y la igualdad.
  •           Un horizonte de sentido desde el cual leer la vida, el mundo y la realidad.
  •           Un proyecto de liberación y de humanización plena.
  •           Una búsqueda constante de “dejarse amar y sostener” para intentar “amar y sostener”.
  •           Un don de Dios para cambiar el mundo.
  •           Un amor personal, apasionado y compasivo de la persona concreta de Jesús.

También, creo que la fe hoy no puede ser...

  •           Cumplimiento
  •           Intimismo.
  •           Ritualidad vacía.
  •           Deber ser.
  •           Una experiencia que coarta la libertad y la plenitud del hombre.
  •           Una mochila más pesada de la que podemos cargar.
  •           Decirle al otro lo que tiene que hacer o tiene que pensar.
  •           Una visión moralizante de la vida.
  •           Magia o soluciones inmediatas para los problemas.
  •          Una experiencia que te descompromete con los dolores concretos de los hermanos y las hermanas más pobres.

Decía San Ireneo que “La gloria de Dios es que el hombre viva”. En el mismo sentido, el apóstol Santiago nos recuerda: “Supongamos que un hermano o una hermana andan sin ropa y faltos del alimento diario, y que uno de vosotros les dice: “Dios os ampare; abrigaos y llenaos el estómago”, y no les dais lo necesario para el cuerpo; ¿de qué sirve? Esto pasa con la fe: si no tiene obras, por sí sola está muerta”. (San, 2, 15-17). Ojalá que no construyamos espiritualidades desconectadas del sufrimiento del mundo y que, como Jesús, nuestra intimidad con Dios nos ayude a tener una mirada compasiva, misericordiosa y transformadora del mundo, jugándonos la vida por los hermanos y las hermanas que más sufren.


Mauro

CULTURA DE BARRO


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