martes, 12 de septiembre de 2017

Nuestro Dios se hizo pueblo.

Estos días estuve caminando mucho en Rosario, y lo que pasa cuando camino mucho es que veo mucha gente. Personas que van, que vienen, que caminan o corren, todas pinchadas por la misma espina de la rutina. Lo que me llamó la atención es cómo vamos tan metidos en nosotros y nuestros quehaceres. Pareciese que las obligaciones que cada uno tiene se deben imponer naturalmente y cambiar las formas en que habitamos los espacios y, sobretodo, la manera en que nos relacionamos con nuestrxs pares. Juzgamos a lxs hermanxs con los mismos criterios que pesan sobre nosotros, pero con una exigencia altísima, sin conocer sus historias, sus alegrías, sus miedos, sus miserias.

Hoy, entre mate y mate, hojeaba el Evangelio del día y me interpeló mucho. El texto en cuestión es el siguiente (pueden encontrarlo en Lucas. 6, 1-5):
"Un sábado, Jesús atravesaba un sembrado; sus discípulos arrancaban espigas y, frotándolas con las manos, se comían el grano. Unos fariseos les preguntaron: "¿Por qué hacen en sábado lo que no está permitido?" Jesús les replicó: "¿No han leído lo que hizo David cuando él y sus hombres sintieron hambre? Entró en la casa de Dios, tomó los panes presentados -que sólo pueden comer los sacerdotes-, comió él y les dio a sus compañeros". Y añadió: "El Hijo del Hombre es señor del sábado"."

Esto me parece revolucionario. ¿Cómo, en ese momento, podrían estar haciendo eso un sábado? Justamente ellos, que andaban junto a Jesús anunciando el Reino, parecían ir en contra de la ley, una ley que era fuertemente constitutiva de la identidad del pueblo judío en aquellos tiempos. ¿O no iban tan en contra?

No puedo dejar de pensar que este Dios vino a liberarnos y a incomodarnos, que nos invita a mirar a nuestro prójimo en vez de a leyes que no son cercanas al pueblo, en una demostración de estar atentos a los signos de los tiempos. Dijo Jesús: "No crean ustedes que yo he venido a suprimir la ley o los profetas; no he venido a ponerles fin, sino a darles su pleno valor" (Mt. 5:17) ¿Entonces?

La tarea es difícil: dar de comer a lxs hermanxs. O mejor dicho, comer con los hermanos, en espacios en los que no es bien visto, como los discípulos que arrancaban las espigas todos juntos en aquel sembrado. Podemos preguntarnos ¿Qué es arrancar las espigas con las manos hoy? ¿Cuáles son las "leyes sobre el sábado" que nos están oprimiendo a abrirnos realmente a las necesidades de lxs hermanxs? ¿No somos a veces como esos fariseos, mirando siempre el error en vez de la necesidad genuina de vida?

Jesús nos hace invitaciones: a repensarnos, a replantearnos, a re plantarnos; porque sólo así -en comunión, como dijo Paulo Freire en su Pedagogía del oprimido y privilegiándonos como hijxs de Dios- podemos construir el Reino, porque es un Reino en el que cabemos todxs. Sólo así recuperaremos la dignidad que perdemos cuando aceptamos, casi sin querer, o sin darnos cuenta, lo que nos propone el mercado: la cultura del descarte, la lógica del cálculo, del "yo primero", del "algo habrán hecho", "a mí nadie me regaló nada", del progreso, de cuidarse del otro y no cuidarnos entre nosotrxs...

Sólo así, atentos a los signos de los tiempos y -aunque temiendo- acompañados por el Espíritu que nos anima, podemos estar en esto que nos pide Dios hoy. Que no nos agarre el miedo, el pudor, el privilegio de la norma por sobre lxs hermanxs, para poder decir juntos que no: a la criminalización de lxs pibxs, a la privatización de los encuentros, a la pérdida del contacto en persona, a olvidarnos de la presencia viva y vivificante del Jesús compañero, que camina con nosotros como lo hizo junto a los discípulos en aquellos sembrados de trigo.

"El hijo del hombre es dueño del sábado", y nos lo ha dado a su pueblo.

                      Juan Francisco Misuraca


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