miércoles, 9 de agosto de 2017

Un grito revolucionario de amor: las Bienaventuranzas

En los Evangelios resuenan fuerte las palabras que Jesús pronuncia por medio de las bienaventuranzas. Ante el dolor de los más desfavorecidos y la opresión que sufre el pueblo de Dios, no se queda cruzado de brazos y pronuncia palabras de salvación y vida eterna: las bienaventuranzas…

“Bienaventurados los pobres, porque de ustedes es el Reino de Dios.
Bienaventurados ustedes que ahora tienen hambre, porque serán satisfechos.
Bienaventurados ustedes que lloran, porque reirán.
Bienaventurados ustedes si los hombres los odian, los expulsan, los insultan y los consideran unos delincuentes a causa del Hijo del Hombre…” (Lucas 6, 20-22)

Rezando en un retiro, no puedo dejar de pensar en los pibes privados de la libertad y escondidos detrás de enormes murallas y rejas, no puedo dejar de pensar en que se está debatiendo en la opinión pública la baja en la edad de imputabilidad… Pienso en esas cosas y no puedo concentrarme en la charla que nos están dando… Siento que las bienaventuranzas destrozan mis esquemas cerrados, egoístas y conformistas. 

Cristo asume el rostro y los sentimientos del pobre, del que sufre, de los últimos, de las víctimas… Sus bienaventuranzas son una Buena Nueva para los desposeídos, para los que cargan con la cruz de la indiferencia y el llanto continuo. Sin embargo no es opio, no es un remedio para ahogar penas, sino que es un grito incómodo, una piedra en el zapato, una molestia, para los que vivimos encerrados en la seguridad, en el conformismo y el ritualismo que nos deja serenos y con la conciencia de cumplir todo al pie de la letra.

Las bienaventuranzas no resisten a los matices, a los barnices que muchas veces les queremos aplicar: “pobres de espíritu” (aunque puede ser la invitación a ser humildes, pero muchas veces se usa como justificación o suavizante), “justicia de perfección y santidad”, “perdón ciego e ingenuo como sinónimo de misericordia”, entre otras síntesis que reducen y “potabilizan” el mensaje subversivamente compasivo de Jesús. 

Las bienaventuranzas y el Reino de los cielos son un grito de amor y un regalo para el pibe que pide en el semáforo, para la madre soltera que cría a sus hijos pese a la ausencia del padre y los golpes que recibe, para el pibe preso que ve pasar la vida detrás de la reja y sus sueños se ahogan en un llanto mudo, para el padre o la madre que pierden injustamente un hijo, para la prostituta que es mal vista y rebajada en su dignidad por “la gente de bien” que consume, para el flaco que gasta sus dos mangos que tiene en porquerías que lo destrozan pero le dan un rato de amnesia y consuelo… Y así, la lista sigue…

Es un desafío y un cuestionamiento continuo no “endulzar” el Evangelio y las exigencias que implica el seguimiento de Cristo… ¿Y a nosotros? ¿Qué “felices” nos queda? Participamos en esa felicidad, nos “colamos”, nos hacemos incluso santos, en tanto asumimos el mensaje de Cristo y lo intentamos hacer carne, aún con nuestras limitaciones y nuestras incoherencias. Participamos de las bienaventuranzas en tanto sentimos con Cristo, lloramos con Cristo, nos duele y nos escandalizamos con el dolor de Cristo… De ahí nace una praxis evangélica que nos hace ser dignos del Reino de los cielos, y nos hace parte del mensaje de Vida contenido en las bienaventuranzas. 

¡Bienaventurados los pibes y las pibas que se animan a dejar la comodidad y la seguridad, y se lanzan a trabajar y construir el Reino donde la vida duele y grita!

¡Bienaventurados los docentes que con dos mangos en el bolsillo salen a luchar cuerpo a cuerpo contra los prejuicios, reconociendo en cada pibe el rostro vivo de Dios!

¡Bienaventurados los que saben ver un ser humano atrás de una gorrita o un trapito!

¡Bienaventurados los que se animan a bajar al encuentro de Dios!

Y la lista sigue… ¿Te animás a escribir y rezar tus “bienaventuranzas”?


Emiliano

CULTURA DE BARRO




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