Es jueves
santo, comienza el triduo pascual, la cuenta regresiva para que la Vida
destroce a la muerte, la Justicia rompa la corrupción, la Esperanza le cante el
vale cuatro a la resignación. Es jueves, y queremos compartirte algunas cosas
Señor, algunas preguntas, algunas lágrimas y unas pocas sonrisas rebeldes, que
brotan desde el barro que vos pisaste y convertiste en sagrado.
Perdonanos
Señor, no nos tildes de zurdos, subversivos o chamuyeros, pero nos duele la
realidad, nos golpea. No podemos apartar de nuestra cabeza algunas imágenes: educadores
docentes reclamando ser tratados dignamente, mujeres muertas a causa de la más
cruda y fría violencia, pibes y pibas en condiciones inhumanas que parecen no tienen
derechos humanos detrás de las rejas, barriadas inundadas y azotadas por la
naturaleza que grita dolorida, capítulos siempre nuevos de corrupción y robo
dentro la política, marchas y contramarchas en un pueblo dividido y antagónico. En esta realidad, ¿hay tiempo para celebrar la Semana Santa? ¿Qué tiene esta
“semana mayor” de los cristianos para calmar tanto llanto de un pueblo que
sangra?
Sin embargo,
es Jueves Santo, y por tu corazón pasan otras cosas. Tenés tiempo de preparar
una cena, la última. Nos imaginamos esa escena. Sabías lo que se te venía,
sabías que la muerte estaba acechando tus pasos a la vuelta de la esquina,
sabías que a tu lado comía un traidor, sabías que era el “último” rato con tus
amigos. Sin embargo, no te diste un banquete, no armaste una fiesta
multitudinaria, solo pan y vino.
Nos
regalaste desde la sencillez de una cena, tu cuerpo y tu sangre, nos regalaste
la Eucaristía, que nos congrega para rezar en comunidad, para llenarnos de
fuerza, para llenarnos de Vos y salir al encuentro de los más necesitados. Pero
no te quedaste ahí. Hubiese sido todo más fácil. ¿Por qué se te ocurrió también
el gesto revolucionario de abajarte y lavar los pies a los más sencillos? Al
final, el jueves santo no es solo la institución de la Eucaristía, sino también
la institución del Servicio. Las dos juntas, inseparables: Eucaristía y
Servicio, Servicio y Eucaristía. Era más fácil vivir una “fe de Domingos por la
tarde”, pero quisiste “complicarla”, no alcanza solo con la oración por los
demás, por más que es necesaria y vital.
Comulgar es
volvernos un poco más parecidos a Vos, es sintonizar con tu corazón, con tus
búsquedas, con tus sueños, con tus luchas, con tus opciones, con tus ideales. Compartir la Eucaristía es abrazar el Servicio, es dar la vida por los “insignificantes”,
por los “últimos”, por tus preferidos: los pobres y los que más sufren. Aunque
nos cueste entender la locura de tu amor, queremos ser hostias vivas, queremos
jugárnosla por el Reino, aquí y ahora.
En
definitiva, no entendemos por qué dar la vida por los demás, luchando hasta el
último suspiro por la dignidad de todos tus hijos, cuando los que a Vos te
aplaudieron y ovacionaron, después huyeron corriendo, te traicionaron, te
negaron, te asesinaron… Sin embargo, no dudaste al decir “no los llamo siervos,
yo los llamo amigos”. No
entendemos por qué la urgencia de luchar por la verdad y la justicia, cuando tu
muerte en la cruz es la injusticia más grande la historia… Sin embargo te
hiciste solidario con todos los crucificados de la historia.
Quizás no se
trate tanto de entender, sino de sentir cómo vos… Dar la vida no es un concepto
lógico, es justamente la ilógica del Reino, no es una idea sino que es una
acción, es verbo. Dar la vida no se piensa, se siente, se juega, se apuesta, se
vive… No es un cálculo matemático, no son estadísticas vacías. Es una opción.
Hoy jueves
santo, regalanos la gracia Señor de no claudicar ante la utopía del Reino,
porque el mismo se hace realidad cuanto tú cuerpo y tú sangre, nos hacen
arrodillar ante el pobre para lavarle los pies, conscientes que en el Servicio
por los más sufrientes te haces verdadera Eucaristía.
Emiliano
CULTURA DE BARRO
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