Podríamos
decir que al escuchar las palabras “Viernes Santo”, de entre las miles de
imágenes que se nos pueden venir a la cabeza, la cruz podría ser la más
recurrente de ellas. Y con la imagen de la cruz, también vienen las
experiencias y situaciones de dolor, de sufrimiento, de muerte, de violencia,
de injusticia. Al contemplar la imagen de la cruz, no podríamos no contemplar
la cantidad de viernes santos que
acontecen todos los días a tantos y tantas: porque nos duele la aparición sin
vida de Mica García y de tantas mujeres víctimas de la violencia de género,
porque nos duele la represión violenta del estado a los docentes que reclaman
sus derechos, porque nos duelen los jóvenes que son violentados fruto del abuso
de poder de un código que condena por portación de rostro, porque nos duele el
atropello de más de 500 años a nuestros hermanos de los pueblos originarios,
porque nos duele la explotación y el sometimiento de nuestra madre Tierra que
solo parece estar al servicio del mercado, porque nos duele el hambre y la
opresión, de entre innumerables dolores que nos habitan.
Pareciera
que ante tanto viernes santo, no
queda lugar para el domingo. Pero ante tanto dolor e impotencia de no saber qué
hacer, Dios se nos adelanta con una buena noticia: creemos en el Dios que ama a
su humanidad. Y la buena noticia sigue, porque este Dios no ama desde un
pedestal: a este Dios humano en el que creemos, a este mismo Dios que murió en
la cruz, le duele lo que nos duele. A este Dios le duele Mica y las tantas
desconocidas víctimas de femicidio, le duelen los gurises víctimas de este
sistema que los excluye a las periferias, le duele la represión a docentes y
estudiantes, le duele la corrupción de los mandatarios y poderosos que solo
buscan enriquecerse, le duele el prejuicio que nos atropella unos contra otros,
le duele la ignorancia y el individualismo del “sálvese quien pueda”.
A
este Dios de la cruz, no le es indiferente ni mi dolor ni el de los demás. Nos
consuela, no porque alguien le contó en algún rezo perdido lo mucho que podemos
llegar a sufrir los seres humanos, sino que nos consuela porque sabe desde sus
entrañas lo que es el sufrimiento, la traición, la injusticia, el abuso de
poder.
Monseñor
Romero, que bien supo de viernes santos, decía en marzo del ’78: “cuando en estas jornadas de Semana Santa lo
miremos a Cristo humillado bajo el peso de la cruz, no lo olvidemos, digamos
desde el fondo de nuestra fe: aunque se parece a mí, que va sufriendo, es el
Señor, y aunque yo me parezco a Él llevando la cruz, participaré de su Gloria;
Él no ha pasado solo el túnel doloroso de la tortura y de la muerte, con Él va
pasando todo un pueblo y resucitaremos con Él”.
Quizás así tenga un
poco más de sentido atravesar este viernes santo, aferrándonos a la certeza de
que JUNTOS vamos a resucitar. Que en las experiencias de viernes santo que
vamos atravesando en el andar del camino, podamos encontrar el consuelo y el
abrazo de un Dios que conoce en carne propia nuestros dolores y nuestras
muertes. Que podamos aferrarnos a la esperanza del domingo, tan inseparable del
viernes, de que como canta Cerati “del
mismo dolor, vendrá un nuevo amanecer”. Y con el amanecer, la Vida Nueva y
el Reino.
Julieta
CULTURA DE BARRO
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