Uno de los textos más
significativos y actuales que nos regala la Palabra de Dios en este tiempo de
Cuaresma -al menos en mi experiencia personal- es el capítulo 58 de Isaías, conocido por una afirmación tan clara cómo
desafiante: “¿Es este acaso el ayuno que
yo amo, el día en que el hombre se aflige a sí mismo? (Is, 58, 5) […] Este es
el ayuno que yo amo: soltar las cadenas injustas, compartir tu pan con el
hambriento, albergar a los pobres sin techo” (Is. 58, 6-7)
El libro de Isaías es uno de los
que más influencia ha tenido en el Nuevo Testamento así como también es uno de los
libros cuyo mensaje es más cercano a la propuesta del Reino anunciada por
Jesús. Este capítulo 58 pone en tela de juicio una de las prácticas más tradicionales
de la religiosidad judía: el ayuno. Uno de los biblistas más importantes de
habla hispana, Xavier Pikaza, nos dirá relacionando este texto con el programa
del Evangelio y la propuesta del Reino de Dios que: “Jesús no ha sido promotor
de ayunos, no ha querido reprimir a base de ley los malos instintos de los
hombres, sino que se ha presentado como amigo universal de los pobres y caídos
[…] iniciando con su entrega una nueva forma de cuaresma: la solidaridad”.[1]
Teniendo en cuenta esto, me tomé
el atrevimiento de pensar, reflexionar, rezar y tratar de ponerle palabras a una pregunta que me resonaba en el corazón: ¿qué nos diría Dios hoy a
nosotros en este texto de Isaías 58? Lo que salió fue algo así:
¡Querido hermano, querida hermana!
¡Que no te coman la voz! Ponele valientes palabras a la dramática injusticia
que hemos construido como humanidad. Denunciá las estructuras de pecado que
oprimen hasta la muerte a tantos hijos y tantas hijas de Dios. Hablá sin miedo
de la sangre que se derrama en nombre del dinero, que se erige como el dios
alrededor del cual se organiza el mundo. Hacelo sin miedo, con el coraje de
quién se siente amado, impulsado y sostenido por el Dios de la Vida, Padre y
Madre del mundo que modeló con tanto amor y cariño.
Sedientos de tu compasión y de tu
justicia te buscamos Señor. ¿Cuáles son los caminos que nos llevan a Vos?
Sabiendo que confías y contás con nuestra libertad te preguntamos: ¿cuál es tu
voluntad en este tiempo de hambre y dolor, de pobreza y represión, de
injusticia y de falta de amor? Si rezamos y te adoramos todos los días. Si
vamos a misa todos los domingos. Si bautizamos a nuestros hijos y nuestras
hijas y nos decimos creyentes. Si confesamos nuestros pecados y nos golpeamos
el pecho por nuestra culpa, nuestra gran culpa. Si ayunamos, si los viernes de
cuaresma no comemos carne. Si celebramos los sacramentos sin saltearnos ni una coma de lo que dicen los canones ¿Por qué no lo reconocés?
¿Sabes por qué? Porque el mismo día que vas a Misa
le cerrás el vidrio del auto al pibe que te pide una moneda por cuidarte el
coche. Porque el mismo día que me adoraste alejaste, en medio de regaños y
excusas, a la piba que te quería limpiar el vidrio. Porque el mismo día que me
rezaste maltrataste a tu hijo, tu hija, a tu empleada o empleado, a tu mujer o
a tu marido. Porque el mismo día que te golpeaste el pecho hiciste un gran
negocio para acrecentar tu fortuna sin pensar en el que más necesita. Porque el
mismo día que ayunaste contrataste a alguien en negro, le pagaste menos del
salario mínimo o le regateaste las vacaciones. Porque el mismo viernes que no
comiste carne comentaste en Facebook que a esos pibes había que matarlos a
todos, había que encerrarlos a los catorce años… y que esas pibas se embarazaban
para cobrar un plan.
¿Es este el ayuno que yo amo?
¿Afligirte a vos mismo mientras la vida del que sufre te pasa por al lado, como
si fuera invisible? ¿A eso lo llamás ayuno y día aceptable al Señor? Este es el
ayuno que yo amo: que crezcas en solidaridad, que puedas compartir los bienes
con los que menos tienen. Que seas instrumento de liberación para los oprimidos
del mundo. Que rompes las cadenas que atan a tantos hermanos y tantas hermanas
a la indignidad, al sufrimiento, al dolor. Que te preocupes de los pobres, los
que no tienen techo, los que pasan frío y hambre. Qué cuides con el corazón al
pibe o a la piba que te limpia el vidrio, que te cuida el auto. Que apuestes
por la misericordia y la compasión con quiénes te hicieron daño. Que reconozcas
que los chicos y las chicas más pobres no son peligrosos, sino que están en
peligro. Que aprendas de ellos y ellas, es más: que te dejes convertir por
ellos y ellas. Que le tires una moneda al borracho de la peatonal, pero qué
también te acerques y le preguntes qué le anda pasando. Que apuestes por la
pedagogía de la mediación y de la ternura –qué es la que te revelé en el
Evangelio- y no por las prácticas de
estigmatización y represión.
Entonces llamarás y el Señor te
responderá en cada una de esas situaciones ¡AQUÍ ESTOY! Si ponés en práctica
todo esto, alcanzarás la luz en la oscuridad, la felicidad de aquellos y
aquellas que hoy sufren. Sólo así encauzarás tus trayectorias por el camino del
Reino de Dios. Sólo así serás pleno, sólo así serás feliz. Ayudarás a construir
un mundo nuevo y te llamarán “el tendedor de puentes”, “el edificador de un
mundo mejor”.
En medio de tiempos difíciles
para la vida de nuestro país y de nuestro continente, “la Palabra de Dios,
siempre viva y eficaz, que penetra hasta la raíz del espíritu y discierne los
pensamientos y las intenciones del
corazón” (Heb., 4:12) nos marca cuál es el criterio central de esta “conversión” a la que nos invita el
tiempo de Cuaresma. En medio de tiempos difíciles dónde se ha puesto de moda
hablar de la “brecha” que divide a unos de otros, ojala que todos los
cristianos y cristianas del mundo seamos, cómo dice Isaías, “llamados Reparador
de brechas, Restaurador del moradas en ruinas” (Is. 58, 12).
Mauro.
CULTURA DE BARRO.
[1]
Pikaza, X. (2010). Cuaresma: meditación
bíblica. Disponible en
blogs.21rs.es/Pikaza/2010/02/16/cuaresma-meditacion-biblica/
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