Hace un par
de semanas se convocó en diversos puntos de país a la realización de una marcha
en contra de la inseguridad, la impunidad y la injusticia. La misma fue
convocada por diversas organizaciones compuestas por familiares y amigos de
hombres y mujeres afectados por la comisión de algún delito y alcanzó una
rápida viralización mediática por medio del hashtag #paraquenotepase.
Atravesado
por la curiosidad, empecé a indagar en los tweets que muchas personas iban
compartiendo donde este hashtag estaba mencionado, con la sorpresa (o en
realidad no tanto) de encontrarme con una enorme cantidad de comentarios que
mencionaban a Dios. Les comparto algunos de los que más me llamaron la atención:
“Un juez que no cree en las penas
es cómo un cura que no cree en Dios”
“Si la ley no nos ayuda, la
justicia divina de Dios lo va a hacer”
“Que Dios bendiga Argentina y los
jueces estén a la altura, sino que abandonen sus puestos”
“Dios quiera que esta marcha sea
una bisagra en la lucha contra la inseguridad”
“Es misión de Dios perdonar a los
narcos y a los violadores, es misión del estado enviárselos cuanto antes”
La verdad
que con algunos de ellos quedé impactado. Rápidamente me volvió a habitar una
pregunta qué me estoy haciendo mucho en este último tiempo: ¿en qué Dios creo?
¿En qué Dios creemos? ¿En el Dios de Jesús? ¿En un Dios hecho a nuestra imagen
y semejanza? En muchas ocasiones –y esta es una de ellas-, creo que a veces
utilizamos a Dios para legitimar o justificar algunas miradas que muy lejos
están del núcleo fundamental del Evangelio.
No es la
intención de estas palabras poner en tela de juicio la validez o no de
participar en marchas contra la inseguridad. Simplemente creo que es necesario
convencerse de una vez por todas que la propuesta del Dios de Jesús atraviesa
todas las dimensiones de nuestra vida. La fe y la vida no pueden transitar
senderos distintos, sino que más bien la fe es la clave de lectura de todas
estas dimensiones: la política, la económica, la social, la cultural y también
la de las políticas de seguridad.
Por eso me
llama la atención el uso que tantas veces le damos a Dios para pedir mano dura
o la instalación de un modelo represivo en relación a los delitos. ¿En serio
alguien puede justificar la pena de muerte desde Jesús? ¿A alguien se le ocurre
que el Evangelio puede legitimar los
linchamientos? ¿Acaso la pedagogía de Dios, tan delicadamente descripta por el
Evangelio de Lucas en el pasaje de los discípulos de Emaús, incluye la
violencia, la represión, el castigo desmedido, la desconfianza?
Mirar
cristianamente las políticas de la seguridad implica leer todo lo que forma
parte de ellas desde los ojos de Jesús. Sino, lejos estamos de creer en el Dios
revelado por Él. Resulta urgente asumir una mirada compleja, multidimensional y
crítica acerca de la seguridad para no caer en discursos simplistas que no sólo
se alejan de nuestra fe, sino que están desacreditados por todos los estudios
serios acerca de criminología, por más que los grandes medios de comunicación
los sostengan una y otra vez.
Francisco lo expresó con claridad en su visita a
la cárcel de máxima complejidad de México: “el problema de la seguridad no se
resuelve encarcelando gente”. También en Evangelii Gaudium, se expresa ante
esto en el N°59 “cuando la sociedad abandona en la periferia una parte
de sí misma, no habrá programas políticos ni recursos policiales o de
inteligencia que puedan asegurar indefinidamente la tranquilidad. Esto no
sucede solamente porque la inequidad provoca la reacción violenta de los
excluidos del sistema, sino porque el sistema social y económico es injusto en
su raíz”. Redimensionar nuestra mirada,
es también comprender que no hay una única causa de la inseguridad, no son las
condiciones de pobreza lo que provocan unidireccionalmente los hechos
delictivos; la cuestión es más amplia y, como Jesús, debemos estar dispuestos a
ampliar nuestra mirada.
Me conmueve
leer a nuestro querido Papa argentino en una carta enviada a la madre de una
víctima de un linchamiento: “sentía las patadas en el alma. No era un marciano,
era un muchacho de nuestro pueblo. […] Me acordé de Jesús: ¿qué diría si
estuviera allí de árbitro?: el que este sin pecado que dé la primera patada. Me
dolía todo, me dolía el cuerpo del pibe, el corazón de los que pateaban. Pensar
que a ese chico lo hicimos nosotros” Decididamente excluir de la fe dimensiones
tan cotidianas como esa, es creer en un Dios diferente al que nos presentó
Jesús.
Para
terminar me parece lindo compartir estas palabras de alguien que la tenía muy
clara: Don Bosco. En su opúsculo sobre el Sistema preventivo, finaliza con una
frase que nos tiene que tocar el corazón, sobre todo a los creemos en su
propuesta educativa: “Si se pone en práctica
este sistema en nuestras casas, creo que podremos obtener buenos resultados sin
acudir ni al palo ni a castigos violentos. Hace cerca de cuarenta años que
trato juventud y no recuerdo haber impuesto castigos de ninguna clase y, con la ayuda de Dios, he obtenido
siempre no sólo cuanto era obligatorio, sino también lo que sencillamente yo
deseaba, y esto de aquellos mismos alumnos sobre quienes parecía perdida
esperanza de buen resultado”
Sigamos pensando, reflexionando y problematizándonos, #paraquenotepase
perder la compasión, la misericordia y sobre todo la mirada de fe sobre nuestra
realidad a la cual nos invita el Dios de Jesús.
Mauro
CULTURA DE BARRO
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