En las grandes
ciudades, podemos ver todos los días marchas, actos, entre otras
manifestaciones. En las ciudades más pequeñas no es algo tan cotidiano, pero
los medios nos muestran asiduamente lo que pasa en las grandes urbes. No solo desde la pantalla, también muchos de
nosotros hemos acompañado estos hechos por el reclamo de una causa particular o
conmemoración de una fecha significativa de nuestra historia.
Sin
embargo, muy pocas veces hemos visto que
participemos como Iglesia. ¿Por qué será
que no participamos de los gritos que exigen justicia, memoria, pan, techo,
trabajo? Hay multisectoriales que aúnan todo tipo de organizaciones; las cuales
difiriendo entre sí, no dudan en unirse en un reclamo o reivindicación de una
causa justa. ¿Por qué no podemos formar
una columna, que muestre esa Iglesia que nace desde abajo? ¿Por qué nos parece
lejano participar como grupo, como movimiento en una marcha, en un acto? No
dudamos que muchos decidimos participar individualmente, pero nuestros espacios
pastorales no son individuales, sino
esencialmente comunitarios.
Los Obispos en Aparecida
nos recuerdan que “de nuestra fe
en Cristo, brota también la solidaridad como actitud permanente de encuentro,
hermandad y servicio, que ha de manifestarse en opciones y gestos visibles,
principalmente en la defensa de la vida y de los derechos de los más
vulnerables y excluidos, y en el permanente acompañamiento en sus esfuerzos por
ser sujetos de cambio y transformación de su situación” (DA N°394). Este
acompañar creemos que no es solo de sentimiento o palabra, es “estar con” en los momentos donde se
juega a la vida, en donde se hacen visible los reclamos, las luchas, es estar
en la calle. Allí podemos realmente lograr, como canta León Gieco, “la comunión de los que pensamos parecido”.
Quedarnos exclusivamente en las diferencias, en las particularidades de cada
sector, es hacer oídos sordos al mandato de la unidad. Ser sujetos de la historia implica meternos en
ella y estar dispuestos a embarrarnos de pies a cabeza. Conscientes de que si
nosotros no decidimos por nuestro futuro, otros tomarán esas decisiones y,
quizás, nunca lo sepamos. Es la misma historia que nos enseña que muchas luchas
se han ganado en la calle y, aunque algunas no han sido victorias –es imposible no recordar a los jóvenes que
reclamando por el boleto estudiantil, fueron secuestrados en la llamada “Noche
de los Lápices” – nos demuestran que
puede dejarse un legado mucho más grandes para las generaciones futuras.
A esto se
refirió Francisco en el Encuentro Mundial de Movimientos Populares, allí decía:
“¡Me alegra tanto! Ver la Iglesia con las
puertas abiertas a todos Ustedes, que se involucre, acompañe y logre
sistematizar en cada diócesis, en cada Comisión de Justicia y Paz, una
colaboración real, permanente y comprometida con los movimientos populares. Los
invito a todos, Obispos, sacerdotes y laicos, junto a las organizaciones
sociales de las periferias urbanas y rurales, a profundizar ese encuentro”[1]
. Pongamos sobre la mesa esta cuestión en nuestros espacios, profundicemos este
encuentro. No caigamos en el encierro y
el egoísmo pastoral, nuestra participación se torna inminentemente necesaria,
para que podamos ser verdaderamente Iglesia, es decir, Pueblo de Dios, que
camina y lucha por la búsqueda del Reino y su justicia (Mt. 6, 33).
CULTURA DE BARRO
[1] Discurso del Papa Francisco en el Encuentro Mundial de Movimientos
Populares, Santa Cruz de la Sierra (Bolivia),
2015
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