Hace poco, en varias
instituciones escolares de nuestro país, se le pidió a los alumnos que expresaran, según su parecer, si determinadas cualidades eran más propias del
hombre o de la mujer. Entre estas cualidades se hallaba la ternura y, casi en
su totalidad, se determinó que era una práctica más propia de la mujer.
Este hecho, como agentes
pastorales y educadores, no nos puede pasar desapercibido. Creemos que la
ternura es una actitud universal propia del ser humano que expresa la
empatía de la que somos capaces y que no se circunscribe a un género en particular. Mujeres y hombres somos aptos para la ternura.
Creemos que hay que educar en y para la
ternura para poder tener una sociedad más fraterna. Y entendemos, a su vez, que
la ternura se expresa de diferentes maneras: es el vehículo de la compasión, es
la actitud subversiva mediante la cual negamos el encubrimiento del otro y la
violencia, es el increíble acto por el cual podemos crear lugares donde
educarnos como sujetos éticos, es el mismo amor que Tata Dios nos ofrece.
No hay que asociar a la ternura
con la debilidad y la falta de carácter, sino que hay que reivindicarla como la
actitud que soporta todo, que ama a pesar del dolor y que descubre en cada
persona un hermano y una hermana que, sin importar quién sea o qué haya hecho,
merece cariño. “No tengamos miedo a la ternura” pidió el Papa Francisco. No
tengamos miedo de ofrecer una mano, una caricia, de sostener la vida
permaneciendo, soportándolo todo. No dejemos de escuchar, de recibir, de mirar
a los ojos y de dar abrazos aun cuando, acostumbrados a los golpes, haya
quienes sean reacios a recibirlos.
Y es en las barriadas donde la
ternura es más necesaria, donde pareciera ser tristemente ahogada por la
violencia, por el ímpetu de imponerse bajo la ley del más fuerte. Es ahí donde
la ternura destruye lógicas y deconstruye discursos, proponiendo una alternativa,
la alternativa del encuentro con el otro, que no entiende de prejuicios,
acusaciones, ni condenas sociales hipócritas, porque no hay quien no merezca ternura.
No significa obviar aquellas
cosas que suceden negando el dolor, como encerrándonos en una burbuja, sino
todo lo contrario. Hay que “endurecerse sin perder la ternura” dijo el Che
Guevara, entendiendo que es necesario persistir, seguir adelante y
fundamentalmente, permanecer, con el corazón abierto, sí, pero también con el
espíritu combativo que siempre denunciará y no callará lo que es injusto.
Defendamos la ternura ante los
detractores, ante los que dividen, ante los que empobrecen, ejercen la
violencia institucional y dañan la vida de tantos jóvenes. Defendamos la vida convirtiéndonos
en guardianes de la ternura.
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