martes, 23 de agosto de 2016

Que nazcan cosas nuevas

¿Por qué no comenzamos con una oración? Dale, buenísimo… En el nombre de Padre, del Hijo y del Espíritu Santo Amén. Compartimos nuestras intenciones. Te pedimos por la salud de mi abuela. Te pedimos por un amigo que tuvo un accidente. Te pedimos por los chicos de la calle. Por todos los que tienen alguna necesidad. Por los que no tienen casa ni algo para comer. ¿Alguien tiene otra intención? Silencio. Rezamos un Padre Nuestro, un Ave María luego de alguna frase hecha que quede lindo.. Señal de la cruz y a planificar y discutir actividades –aunque no tengan nada que ver con lo que rezamos-.

 ¿Te suena esto? ¿No nos pasa muy a menudo? ¿Te acordás de cuantas reuniones empezaste así? Me parece que las búsquedas que vamos encarando desde este espacio acerca de la oración quieren ser una especie de mecanismo de defensa preventivo que nos ayuden a luchar contra una de las grandes tentaciones a las cuáles solemos sucumbir a menudo como cristianos: la de la peligrosidad de la costumbre.

¿Por qué me parece que la costumbre es una tentación? Sobre todo porque la costumbre es fundamentalmente estática. Todavía se cruzan por la cabeza aquellas clases de derecho civil donde repetíamos una y otra vez que el origen de esta palabra hacía referencia a aquellas conductas que la gente sigue constantemente y a la convicción arraigada  de su obligatoriedad. La constancia (su repetición habitual) y la obligatoriedad (la conciencia de deber cómo motivación a la realización de la conducta) son dos adjetivos necesariamente partícipes de la estaticidad.

¿Cuál sería el problema, entonces? Que el Dios en quién creemos nunca se queda estático. Es el Dios Padre-Madre que escuchó el clamor de su pueblo y, de la mano de Moisés, lo liberó de su esclavitud. Es el Dios Hijo que puso su carpa en medio nuestro para romper con las estructuras de opresión y pecado en la que estaba sumergida la humanidad. Es el Dios Espíritu que sustenta la historia y que no se cansa de animarnos para que luchemos por la edificación de un mundo mejor. Si verdaderamente creo en un Dios presente (desde estas grandes certezas, hasta en los detalles más preciosos de cada día de nuestra vida) no podemos concebir nunca a Dios cómo estático. Si no puedo concebir a un Dios estático, mucho menor podemos desear que así sea mi relación con él.  Sin embargo estamos tentados a sumergir el rezo que nos sostiene en “prácticas comunes y constantes con la conciencia de su obligatoriedad” ¿No les parece?

No ponemos en tela de juicio la necesidad, profundidad o validez de este tipo de oraciones en lo más mínimo. A medida que pateamos la vida tiempo vamos rezando de distintas maneras en función de nuestras necesidades y motivaciones que nos impulsan, con aquellos elementos qué mejor nos hacen. Pero esto no nos puede detener a dar a algunos pasos más. Dios no es estático: está constantemente caminando al lado de su pueblo en sus luchas cotidianas. Definitivamente el mundo en el que vivimos también cambia constantemente. Entonces, nuestra relación con Dios, que se manifiesta en nuestra historia personal y comunitaria también puede darse de modo fluyente, activo, venciendo la estaticidad, rompiendo con la monotonía.

Está bueno poder tomar conciencia de que la costumbre es un mal que siempre acecha y que silenciosamente se va haciendo dueño de nuestra vida interior haciéndonos estáticos, repetitivos, obligatorios. Pero cómo dice un gran director técnico de básquet que no hay mejor defensa que un buen ataque: por eso creemos que es una invitación constante generar herramientas que, cuándo la rutina nos asedie y nos quiera hacer instalar en zonas de confort interiores, cuando la costumbre nos haga cesar de buscar y cuestionar, nos permitan seguir buscando a un Dios que se hace presente en las pinceladas más sencillas de nuestro día a día.

Estas búsquedas van en sintonía con los artículos anteriores que les compartíamos con la oración. Es una dimensión más que significativa en nuestro laburo como animadores, pero también difícil de vivirla con intensidad, creatividad y realidad. Ojalá que nos animemos a, también en la oración, discernir los signos de los tiempos y animarnos a pensar una vida interior juvenil, actual y profundamente anclada en el Evangelio.

Mauro

CULTURA DE BARRO


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