lunes, 1 de agosto de 2016

Arraigarse en el barro y nutrirse de las aguas profundas

Muchas veces pensamos que es necesario convertirnos en súper evangelizadores, cuando en realidad Dios ya está en medio de la gente, ya llegó antes que nosotros. Quizás nuestra tarea consista en abajarnos, en pisar la tierra santa y “develar” la presencia viva de Dios en medio de nuestro pueblo. Develar que no es anunciar o traer, sino que es quitar el velo, es destapar algunas situaciones para que irrumpa la presencia de Dios que libera, que sana, que dignifica, como lo dice de manera genial el Papa Francisco: “Necesitamos reconocer la ciudad desde una mirada contemplativa, esto es, una mirada de fe que descubra al Dios que habita en sus hogares, en sus calles, en sus plazas (…) Él vive entre los ciudadanos (…) Esa presencia no debe ser fabricada sino descubierta, develada”[1].

Así mismo, es necesario llevar el anuncio, no podemos sostener experiencias de oratorios, de grupos juveniles, de movimientos, de asociacionismo donde no hablemos de Dios. No podemos negarle a los jóvenes, a nuestra gente querida, el regalo de Dios, el regalo de un Padre y Madre que nos ama a todos y quiere que seamos felices. Escuchamos seguidamente: “no les vamos a hablar de Dios porque se van todos”. Es cierto que debemos generar procesos, pero no podemos negar la posibilidad del encuentro con Dios al otro, debemos proponerlo, debemos generarlo, debemos con gran creatividad hacer que el mensaje de vida y esperanza se desparrame como agua que corre y se la rebusca para llegar a los últimos rincones.

Podemos preguntarnos qué pasa que las iglesias evangélicas, las escuelitas dominicales, se llenan tanto y nuestros templos cada vez están más vacíos. Sin dudas que el análisis es complejo, pero al menos dejemos la pregunta picando… ¿Será que la gente necesita más que le hablen de Dios, qué les propongan espacios de oración y de lectura creyente de la Buena Noticia? 

Nuestro encontrar a Dios y nuestro anunciar a Dios ya presente en la vida de nuestro pueblo, no tiene los pies volados, sino que parte desde la realidad. Dice el Papa Francisco con gran sabiduría y corazón de Buen Pastor: “…hace falta desarrollar el gusto espiritual de estar cerca de la vida de la gente (…) La misión es una pasión por Jesús pero, al mismo tiempo, una pasión por su pueblo (…) Así redescubrimos que Él nos quiere tomar como instrumentos para llegar cada vez más cerca de su pueblo amado”[2].

Ser personas orantes, animadores orantes, es un desafío que comienza por sentirnos parte del pueblo, por sentir que los pies los tenemos bien embarrados de la realidad de nuestra gente. Solo echando raíces y conectando con las aguas profundas, puede brotar en nuestro corazón la oración confiada, que se vuelve lamentación, acción de gracias, canto de alabanza, súplica porfiada…

Todo esto nos recuerda a nuestro querido obispo mártir Monseñor Angelelli, cuando afirmaba la necesidad de tener “un oído en el pueblo y otro en el Evangelio”. ¡Qué clara la tenía! ¡Qué frase tan corta pero tan profunda! Es un programa de vida más que un lema (y así lo vivió). 

Es bueno recordar un fragmento del libro de los Reyes en el Antiguo Testamento, donde se habla de Elías… El texto corresponde a 1 Reyes 19, 11-14, y en él podemos descubrir a Elías, un profeta, que está escapando de la ciudad porque mataron al resto de sus compañeros. Se va al desierto y allí se esconde en una cueva. Dios lo hace salir porque va a pasar. Pasa un viento fuerte, pasa un huracán, pasa un fuego, y Dios no está en ninguno de estos fenómenos extraordinarios. Sin embargo, luego pasa una brisa suave, y allí estaba Dios, en el suave murmullo de la brisa.

¿Por qué este pasaje de la Biblia? Porque nuestra oración debe estar llena de silencios donde más que buscar experiencias extravagantes o extraordinarias de oración, donde muchas veces el centro somos nosotros mismos y no Dios, debemos aprender a callar, a afinar el oído para escuchar la suave brisa de Dios que nos habla en lo cotidiano, en lo de todos los días, en el levantarnos, lavarnos la cara, tomar algo, ir a la escuela, ir a laburar, encontrarse con un amigo, ir al barrio, dar una mano en algún problema, ir a misa, ir al grupo, encontrarse con el novio o la novia, acariciar un hijo, encontrarse con un hermano de comunidad, y así, la lista sigue… 

Por esto hablamos al comienzo de arraigarnos, echar raíces en el barro de nuestra gente. Solo echando raíces podremos sintonizar con lo más profundo de nuestro pueblo, con el agua que alimenta el andar, con el agua que da fuerza en la pobreza, en la injusticia, en la discriminación, que sostiene pese a que la vida le duela a muchos. 

Que privilegiados que somos de poder aprender de la gente más sencilla, que no duda en levantar sus ojos y echarse una oración en las dificultades. Sin haber leído grandes tratados de teología ni de ascética, entendieron que a Dios se lo trata como un Padre y Madre, se le habla sin vueltas, se le reta, se le agradece, se le ama, se llora sin problemas. 


Pistas para seguir creciendo:
  • La oración hunde sus raíces en la realidad, conecta con la vida, con la historia… 
  • Aprender de la fe sencilla de la gente… ¡Dios es Padre y Madre!

Emiliano

CULTURA DE BARRO





[1] Francisco (2013). Evangelii Gaudium, N° 71. 


[2] Francisco (2013). Evangelii Gaudium, N° 268.

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