lunes, 18 de julio de 2016

Desafiados a la contemplación en la acción

Hoy queremos traer a estas búsquedas compartidas el tema de la oración, ya que durante este último tiempo escuché con dolor muchas frases como las siguientes: “esos rezan muchos, no son como nosotros los salesianos”, “esos son pura oración”, “ustedes los salesianos no rezan nunca”, “hay que armar más juegos porque no les gusta rezar o se aburren los pibes”, entre otras que cada uno puede ir recordando. Me recuerdan también a la acusación del “abogado del diablo” en la causa para hacer santo a Don Bosco, cuando se hacía la pregunta “¿cuándo rezaba Don Bosco?”

Podemos comenzar preguntándonos qué es la oración, para qué sirve, por qué tenemos que rezar. Para eso me parece oportuno traer a colación un fragmento de un texto de Leonardo Boff que afirma: “es la oración la que nos posibilita el vuelo del águila, que nos lleva más allá de cualesquiera límites. La oración representa la ventana que abrimos desde dentro de los muros de nuestra situación concreta para hablar directamente con el Autor del universo y Señor de todos los destinos. La oración nos pone delante de un Tú que nos ama, nos escucha y nos responde. Ansiamos, desde lo más hondo del corazón, que Él nos susurre: Yo estoy contigo, tú eres mi hijo querido, mi hija amada”[1]

La primera conclusión que podemos establecer es que necesitamos de la oración como cualquier persona necesita del aire para respirar. Necesitamos de la oración si queremos abrir desde nuestra realidad finita, una ventana hacia el infinito, si queremos conectar nuestro pobre amor con el Amor con mayúsculas, nuestra vida con la Vida, la vida de nuestra gente con nuestro Padre y Madre. 

Necesitamos la oración porque nos permite conocer más a Dios. Dice el Papa Francisco: “La primera motivación para evangelizar es el amor de Jesús que hemos recibido, esa experiencia de ser salvados por Él que nos mueve a amarlo siempre más. Pero ¿qué amor es ese que no siente la necesidad de hablar del ser amado, de mostrarlo, de hacerlo conocer? Si no sentimos el intenso deseo de comunicarlo, necesitamos detenernos en oración para pedirle a Él que vuelva a cautivarnos”[2].

Ante la necesidad de conectarnos con Dios y a la hora de rezar, tenemos una manera muy propia que nos regaló nuestro papá Don Bosco. Nuestra oración no tiene los pies volados, no es trascendencia que escapa de la realidad, sino que es trascendencia que se alcanza desde la realidad para volver a ella con más fuerzas. Don Bosco nos regaló la difícil misión de la espiritualidad de lo cotidiano, como uno de los ejes de la Espiritualidad Juvenil Salesiana, que nos empuja a ser contemplativos en la acción.

Al hablar de contemplación en la acción no queremos decir que todo el tiempo tengo que estar pensando ahí está Dios, allá va Dios u otras cosas similares. Sino que hacemos referencia por ejemplo, a un sábado después de las actividades, estando ya tranquilo en casa, poder recordar el día, pasarlo por el corazón y descubrir por dónde pasó Dios, dónde pude encontrarlo, qué gesto tuvo conmigo. Se trata de ver más profundo que un conjunto de actividades o repasar qué cosas salieron mal y qué cosas salieron bien. Tampoco quiere decir que nunca nos vamos a sentar frente al santísimo, que nunca vamos a ir a misa porque lo nuestro es contemplar las acciones, no. 

Para culminar estas primeras líneas, está bueno recordar una anécdota que se le atribuye a Don Bosco y más o menos cuenta así: una vuelta llegó un salesiano muy preocupado a hablar con él y le dijo: “con este pibe ya no se puede más, hay que echarlo”… Don Bosco le preguntó si lo había hablado, si lo escuchó, si le llamó la atención, si le corrigió, si le habló con dulzura, si habló con sus compañeros para ayudarle, y otras cosas más, a las cuales a todas este buen salesiano respondió que sí. Entonces, Don Bosco convencido de que la gracia actúa en los corazones de los más complicados incluso, le preguntó: “¿rezaste por él?”, a lo cual el salesiano frunció su cara, dio media vuelta y salió enseguida a rezar por aquel joven. 

Una acción, una planificación, un sábado de actividades, el acompañamiento de las distintas realidad con las que nos enfrentamos, entre otras cosas que hacemos, cae en tierra estéril si no es precedida, acompañada y celebrada con la oración confiada a Dios. 


Pistas para seguir creciendo:
  • Necesitamos ser personas orantes… La oración es nuestro aire, nos empuja, nos anima.
  • Nuestra oración parte de la realidad, la de todos los días, de lo cotidiano. ¡Ahí está Dios!


Emiliano

CULTURA DE BARRO










[1] Boff, Leonardo. (2005). El Señor es mi pastor. Consuelo divino para el desamparo humano. Santander: Sal Terrae, p. 18. 

[2] Francisco (2013). Evangelii Gaudium. Buenos Aires: CEA, p. 198, N° 264.

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