lunes, 30 de mayo de 2016

Ni una piba menos


Transcurre la noche y entre mate y mate me siento a tratar de ponerle palabras a todo lo que anda rondando en mi corazón desde la madrugada de ayer. Les confieso que un cúmulo de sensaciones encontradas me atraviesa mientras voy intentando dar forma a estas líneas. Indignación. Bronca. Preocupación. Dolor -sobre todo por los amigos y amigas en común consternados por esta aberración-. Miedo. Incertidumbre. Preguntas. Muchas preguntas. Escasas respuestas.

También les soy sincero y les digo que me cuestioné muchísimo acerca de compartir en este querido espacio de Cultura de Barro algunas palabras o no. Por un lado siento la obligación de que así debe de ser: tenemos que decir algo, no podemos quedarnos con los brazos cruzados, esto no puede hacer que permanezcamos en la indiferencia. Ante situaciones como esta, la dimensión profética de nuestra fe tiene que estar más presente que nunca. Por otro lado, la complejidad de la situación, el misterio del dolor y la entrañable sensibilidad del tema me tientan a no decir nada. Soy consciente de que es una cuestión muy jodida, de que hay una vida que se perdió, de qué hay un crimen de por medio, de qué seguramente todos tengamos sensaciones y posturas muy diversas ante el tema. Pero opto por decir algo, opto por intentar esbozar alguna reflexión, recordando una frase que una vez me regalara un amigo como el hermano Ariel: “quién escribe manifiesta en público sus virtudes o sus defectos, lo que piensa y lo que cree, los valores que lo guían y las ideas que lo impulsan”.

El hecho es por demás conocido. Micaela Ortega, quién transitaba su cotidianeidad en los patios del colegio Marina Coppa (animado por las Hijas de María Auxiliadora), quién también compartía muchos sábados con sus amigos y sus amigas en las actividades de los sábados del grupo juvenil “Amigos de Laura” fue asesinada, luego de ser engañada por un hombre de 26 años a través de la redes sociales y secuestrada. No resulta en absoluto necesario profundizar en esta cuestión. Tres grandes preguntas me surgen y les comparto lo qué, entre puteadas y serenidades, con absoluta sinceridad y buscando de verdad intentar encontrar algunas respuestas en medio de semejante indignación, me va saliendo.

En primer lugar: ¿Qué nos genera y nos suscita todo esto como cristianos? Me parece que de una vez por todas tenemos que asumir que las causas que involucran la plenitud, la felicidad y la dignidad de los pibes y las pibas, de los hombres y mujeres, sobre todo los más vulnerables, son las causas de Jesús y las causas del Reino de Dios. Por favor, perdamos el miedo de una vez. No es ideología. No es política partidaria. No es proselitismo. Todas estas causas constituyen el corazón más profundo del evangelio. Ni una menos, ningún pibe nace chorro, nunca más y tantas otras luchas ancladas en el corazón del pueblo argentino son de verdad necesarias para la construcción del Reino de Dios. Sin prójimo, sin Reino, sin compromiso, no hay oración, Eucaristía ni Sacramento que valga. Nuestra vida es la que tiene que ser un sacramento.
Por favor, dejémonos de preocupar por boludeces –sobre todo los que estamos en ambientes eclesiales- de una vez por todas y encaremos en nuestra vida cotidiana opciones concretas por construir un mundo mejor.  Volvamos a lo esencial, a lo fundamental. Volvamos a Jesús. No seamos indiferentes. No callemos nuestra voz. No corramos la mirada. Asumamos de verdad la misión que Jesús nos dio. Es nuestra responsabilidad (¡SÍ, NUESTRA!) cuidar la vida de los pibes y de las pibas más frágiles. Para que no haya más Micaelas. Para que no haya más Jonathans.

¿Cómo mierda acompañar este dolor tan intenso? ¿Cómo se hace para ser fuerte? ¿Cómo ser sostén, reconociéndonos también doloridos, de aquellos que están sufriendo? Me cuesta mucho decir una palabra. Tal vez sea estar. Acompañar. Abrazar. Llorar con el que llora. Enjugar lágrimas. Bancar. “Sostener, hermano mío, la vida, como sea”, dice una canción de Edu Meana.
Se me viene enseguida al corazón el desconcierto de Jesús: “Dios Mío, por qué me abandonaste”. Cuántos nos sentiremos igual. Pero de inmediato me acuerdo de María al pie de la cruz. Tal vez hoy podamos hacer sólo eso. Estar ahí. Cuidar…acompañar…sufrir con el que sufre. Sin muchas palabras, sin falsas excusas ni retóricas tranquilizantes que en realidad son mentiras. Al pie de la Cruz. Bancando.

¿Y Dios? ¿Dónde está? ¿Está? ¿Cómo metemos a Dios en todo esto? Sólo se me cruza por la cabeza seguir afirmando en qué Dios no creo. No creo en el Dios de la Meritocracia. No creo en el Dios comerciante. No creo en el Dios mago. No creo en el Dios legalista. Tampoco en el castigador. También se me cruza seguir reafirmando en qué dios sí creo. Creo en el Dios de Jesús. Creo que en el Dios que me regala a los que me bancan en el medio del dolor. Creo en el Dios de la esperanza. Creo en el Dios que me anima a no bajar los brazos. Creo en el Dios que a cada rato me pide que construya un mundo mejor para mis hermanos. Creo en el Dios de la misericordia, de la compasión, del consuelo. Creo en el Dios que está en el otro. Creo en el Dios del Amor.

No sé si alcanza…es más, estoy seguro de qué no. Pero estas situaciones límite siempre nos llenan de preguntas… y cegado, un poco a tientas, tratamos de responderlas. En esta búsqueda andamos juntos y ojalá que tata Dios nos ayude a posicionarnos con mayor firmeza ante situaciones tan jodidas como esta.

Cuento con la certeza de que estamos unidos en el rezo y de qué el mañana nos encontrará reclamando justicia, pero justicia de verdad: un mundo mejor, donde quepan todos los mundos, donde podamos vivir una vida que valga la pena ser vivida. En situaciones así, no queda decir más que cuándo la razón no alcanza, el corazón va acompañando como puede.

Mauro

CULTURA DE BARRO







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