En estos últimos días la palabra frutos llegó a mis oídos más de una vez. ¿Cuáles son los frutos que vemos? ¿Cómo lograr esa fecundidad que da frutos? Y otras tantas preguntas que, con personas distintas y en lugares distintos, fueron surgiendo.
Esta claro que para ver frutos es necesario una acción previa: sembrar. Muchas veces hablamos de que sembramos pequeñas semillas por donde vamos; nuestros espacios en las barriadas suelen significarse como una semilla. Esto es algo evidente, primero debe estar la actitud de sembrar.
La semilla germina y va creciendo (Mc. 4,27) la mayoría de las veces no sabemos como se da ese proceso. Pero un poco más o un poco menos vamos viendo su crecimiento; aunque a veces creamos que los vientos, las heladas, la falta o la sobreabundancia de agua quite todo el potencial de Vida que tiene ella en si misma.
La semilla germina y va creciendo (Mc. 4,27) la mayoría de las veces no sabemos como se da ese proceso. Pero un poco más o un poco menos vamos viendo su crecimiento; aunque a veces creamos que los vientos, las heladas, la falta o la sobreabundancia de agua quite todo el potencial de Vida que tiene ella en si misma.
En todos los que compartimos nuestros espacios, la semilla va calando hondo. Si bien en la profundidad de la tierra no se nota, en sí misma produce primero un tallo, luego una espiga, y al fin grano abundante en la espiga (Mc. 4, 28).
¡Qué lindo es cuando vemos esa espiga con grano abundante! ¡Qué realizados nos vemos al ver que cada cosa que pensamos, planeamos, rezamos va tomando forma! E incluso, ¡Cuan gratificante es ver los brotes que ni siquiera hubiésemos imaginado que esa semilla pudiese dar!
La semilla nos sorprende, pero también nos interpela. Hasta aquí, todo muy lindo. Y hasta inclusive pareciese de por si algo "fácil". Sembramos la semilla, vamos cuidándola y sin saber muy bien cómo, da frutos. Pero... ¿Qué hacemos con los frutos? ¿Qué pasa con ellos?
Cuando el fruto está a punto, él aplica en seguida la hoz, porque ha llegado el tiempo de la cosecha (Mc. 4, 29) Paremos la bocha un rato, hay algo que a veces nos olvidamos.
Con la cosecha, los frutos son recogidos. Y quién no puede imaginarse un campo después de ella. Todo parece ser inhóspito como al principio, desolador, como si fuese un desierto. Estas situaciones calan tan hondo que muchas veces nos desalentamos. Ya esos frutos quedaron en el "pasado". Como alguna vez me dijo un viejo sabio, el desaliento es el peor de los males, desalentados cualquier cosa que se nos presente nos va a tirar abajo.
Es aquí donde me gustaría que podamos pensar algo más. Si bien, luego de recoger y ver los frutos el paisaje parece desierto, debemos tener la certeza de que no es así, esa tierra no es desierta, esa tierra es fértil. Allí aquella pequeña semilla "prendió" y provocó tantísima vida. Ante esto surgen nuevos interrogantes... ¿Eso ya pasó? ¿Y ahora qué? ¿Cómo?
Con pocas nociones de agricultura creo que siempre se apoya la idea de rotación de cultivos para que la tierra no se agote. Aclaro que habrá muchos que puedan echar más luz a esta idea, pero sino me equivoco los distintos cultivos van utilizando diversos nutrientes de la tierra y dejando otros. Si siempre cultivamos lo mismo ¿algún día esa tierra fértil no se agotará?
No podemos pensar que siempre tenemos que sembrar lo mismo. Los tiempos cambian y con ellos, nosotros; y entiéndase por nosotros a todos aquellos que formamos parte en nuestros lugares de apostolado. Frente a la imagen presuntamente desolada luego de la cosecha, debe seguir necesariamente una marcada decisión de volver a sembrar. Pero ya no como aquella vez, como el "siempre se hizo así"; sino más bien como el hoy, el aquí y ahora nos pide. No podemos pensar que como sociedad, como barrio, como comunidad siempre necesitemos lo mismo. Tenemos que estar dispuestos a sembrar no aquello que la tierra ya se acostumbró, que a medida que pasa el tiempo ya da pocos frutos; sino aquello que necesita realmente, para que se nutra y pueda dar fruto en abundancia, que responda a las necesidades de hoy.
Ojalá en vez de desalentarnos, luego de la cosecha, de ver los frutos; podamos sentir la felicidad de contar con una tierra fértil, que sólo necesita que pensemos y replanteemos cuál es la mejor semilla que hoy necesitamos. Muchos ejemplos de vida nos mostraron que cuando se siembra con fe y esperanza, la cosecha es grande. Vienen a mi cabeza la imagen de tantos hombres y mujeres que no se desalentaron, Madre Teresa, Monseñor Romero, Sor Emmanuelle, Pocho Lepratti, Carlos Mugica y tantísimos más que, sin hacer alarde de ello, han sido fieles a la siembra. Sigamos creyendo, apostando, y repito, aunque parezca pesado, no nos dejemos vencer por el desaliento; más bien en comunidad pensemos en sembrar, siempre sembrar...
Gustavo
CULTURA DE BARRO
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