En nuestro caminar la cuaresma, queremos reflexionar y sacar conclusiones acerca de este tiempo litúrgico, identificado como un fuerte “tiempo de conversión”.
Cuando hablamos de año litúrgico, citando al YOUCAT (Catecismo para jóvenes), decimos que el “año litúrgico o año cristiano es la superposición del transcurso normal del año con los misterios de la vida de Cristo: desde la Encarnación hasta su retorno en gloria. El año litúrgico comienza con el Adviento, el tiempo de la espera del Señor, tiene su primer punto culminante en el ciclo festivo de la Navidad y el segundo, aún mayor, en la celebración de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo en la Pascua. El tiempo pascual termina con la fiesta de Pentecostés, el descenso del Espíritu Santo sobre la Iglesia. Las fiestas de la Virgen María y de los santos jalonan [marcan, señalan] el año litúrgico; en ellas la Iglesia alaba la gracia de Dios, que ha conducido a los hombres a la salvación” (N°186).
El tiempo de cuaresma, es un tiempo de preparación para la pascua, que comienza el miércoles de ceniza y culmina en el Jueves Santo. Es un tiempo de conversión y preparación, que nos ayuda a revisarnos cómo estamos caminando nuestro seguimiento de Cristo.
La cuaresma nos confronta con muchos de nuestros ideales como el éxito, el querer ganar a toda costa, ser reconocidos, tener más, estar cómodos y seguros, entre otras cosas que nos gustan y muchas veces nos hace poner en el centro.
Pensar y rezar sobre la pasión, la muerte y la resurrección de Jesús, nos hace ver que aparecen elementos como la cruz, la muerte, la injusticia, el abuso, el atropello, el hacer la voluntad de Dios, que no tienen nada que ver con nuestras expectativas.
Cuando el pueblo esperaba al Salvador, pensaba en un Rey que vendría con fuerza a separar buenos de malos, que impondría una nuevo Reino mediante la fuerza, que vengaría todas las injusticias sufridas, y sin embargo, ese Mesías y Salvador termina muriendo en la cruz. Totalmente contrario a las expectativas de su gente. Este “desencanto”, también puede ser el nuestro.
Muchas veces, según nuestra lógica, pareciera que es bienaventurado, próspero o bueno, quien gana, no sufre, la pasa bárbaro, tiene éxito en la pastoral, su grupo se llena de pibes y pibas, vive rodeado de gente que lo quiere, todas las cosas les salen “bien”, nunca fracasa ni se equivoca, entre otras cosas que podemos seguir enumerando.
Es una lógica arraigada en un “autorreferencialismo”, como diría el Papa Francisco, que no deja lugar a la acción de nadie en nuestra vida, incluso puede llegar a no dejar lugar para la acción de Dios. Detectarla, no es motivo para andar culpándonos y lamentándonos, sino que es una hermosa oportunidad para, en este tiempo de cuaresma, de conversión, pasar a la lógica del Reino.
¿Qué entendemos por lógica del Reino? Aquella que responde a los deseos de Dios y al Reino que se hace vida e irrumpe desde la muerte. Aquella lógica que nace desde Dios y nos permite descubrir cómo va obrando en lo cotidiano, lo sencillo, lo escondido, que nos deja captar su presencia y descansar en ella.
¿Y en qué se concretiza el Reino? En una vida de hermanos alentada por la compasión que tiene hacia todos el Padre del cielo; un mundo donde se busca la justicia y la dignidad para todo ser humano, empezando por los últimos; donde se acoge a todos, sin excluir a nadie de la convivencia y la solidaridad; donde se cura la vida liberando a las personas y a la sociedad entera de toda esclavitud deshumanizadora; donde la religión está al servicio de las personas, sobre todo de las más desvalidas y olvidadas; donde se vive acogiendo el perdón de Dios y dando gracias a su amor insondable de Padre[1].
Podemos pensar que en la realidad de nuestros grupos, construir el Reino de Dios, puede ser tener relaciones de hermanos entre nosotros, dialogar, no murmurar, ayudarnos a crecer, ayudarnos en las necesidades económicas, espirituales, entre otras cosas. Es salir al barrio a dar una mano, encontrarnos con la gente y compartir la Palabra, compartir un mate, la vida, como Jesús mismo lo hacía. Y así, podemos pensar muchísimas cosas donde el Reino se hace presente.
Para esto, es un desafío agudizar la mirada de los ojos y del corazón, para captar la presencia viva de Dios, teniendo la certeza de que Él ya está en medio nuestro; sintonizar con la mirada de Dios para captar los signos del Reino que nacen a nuestro alrededor y atender a ellos.
Cuaresma es entonces, un tiempo especial para salir de nuestra lógica y convertirnos a la lógica del Reino, donde ayudar a un hermano, hacerse pequeño, ayudar a los más pobres, dar la vida por los demás, entre otras cosas, hacen que seamos más solidarios con Cristo que en este tiempo camina hacia la cruz, por haber hecho estas opciones primero. Descentrarnos y convertirnos a la lógica del Reino es el desafío.
Para seguir pensando y rezando:
o ¿Mediante que gestos podemos hacer presente la lógica del Reino?
o ¿Qué aspectos de nuestra vida, nuestro grupo, necesita convertirse?
Emiliano
CULTURA DE BARRO
[1] Pagola José Antonio, Fijos los ojos en Jesús, PPC (2012), p. 162.
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