A partir de “Una pascua desde atrás de las rejas”[1]…
Citando un párrafo del texto “Cuaresma, pasar de nuestra lógica, a la lógica del Reino”, decíamos que “Cuaresma es entonces, un tiempo especial para salir de nuestra lógica y convertirnos a la lógica del Reino, donde ayudar a un hermano, hacerse pequeño, ayudar a los más pobres, dar la vida por los demás, entre otras cosas, hacen que seamos más solidarios con Cristo que en este tiempo camina hacia la cruz, por haber hecho estas opciones primero. Descentrarnos y convertirnos a la lógica del Reino es el desafío”[2].
En esta lógica del Reino, se resaltan elementos que hasta parecieran contradictorios: pierdo mi vida/la ganaré, muerte/resurrección, grandeza/pequeñez, entrega/renuncia, mi voluntad/voluntad de Dios, éxito/cruz, entre otras cosas que podríamos seguir enumerando. De todas estas, queremos reflexionar en torno al “éxito/cruz”.
La cruz era un elemento de tortura y castigo para los ladrones de la época de Jesús. A lo crucificados se los exponía como espectáculo público para que todos aprendiesen las consecuencias de no ser “buena gente”. Era dejar en claro el fracaso de aquellas personas que querían hacer las suyas.
Sin embargo, para nosotros, cristianos, la cruz adquiere un relieve mayor. De repente, el lugar de fracaso es donde Dios mismo quiso hacerse presente para mostrar su amor por los hombres y ocupar hasta el más indigno de los lugares que existían. Hasta esa muerte injusta quiso redimir. Hoy, pleno año 2015, son diversos rostros los que allí yacen y por eso en estas reflexiones, no podemos dejar de lado, la vida de los jóvenes que semana a semana encontramos en la pastoral carcelaria. Ellos no están sobre una cruz de madera. La cruz que ellos llevan a cuesta es aún más grande.
La mayoría (para no decir todos y se nos tome de exagerados) no eligió esa cruz, sino que le vino anexada junto al llegar a este mundo. Una cruz que toma el dolor también del hambre, la falta de educación formal, la falta de oportunidades laborales, la no contención familiar o falta de cariño, las secuelas de lo que muchas veces es lo único que los ayuda lastimosamente: las drogas. Frases como: “Los jóvenes están perdidos”, “esos no se recuperan más”, “hay que quemarlos a todos” (y muchas otras hasta irreproducibles), terminan demostrando y afirmando esta “imposición” de la cruz.
Siguiendo las resonancias, Jesús no va alegremente a la cruz, sino que es condenado. Pensar que muchas personas de la sociedad, que en lugar de pensar como reintegrar a estos chicos, de analizar causas y no solo juzgar consecuencias, ver cómo ayudarlos, entre otras cosas, acepta y lo que es más grave aún, fomenta, que los encierren, sabiendo que lejos de “recuperarse”, la pasan muy mal, provocando mucha ansiedad y en varios, sentimientos de “revancha”, lo cual aún ante el deseo personal de cada uno de “hacer las cosas bien” y “cambiar”, hace muy difícil el no reincidir. Los mismos pibes comentan que cuando estas adentro es fácil decir que vas a cambiar, pero a la hora de tener un pie afuera todo es distinto. ¿Cómo ayudar sin gritar: “¡Crucifíquenlo!”? ¿Será necesario sumar dolor, sumas más clavos a una cruz tan pesada?
Jesús es “injustamente” llevado a la cruz, no se busca otra “solución”, se le impone un castigo. Ante esto, con su testimonio nos enseña a abrazar y aceptar la cruz. No es una decisión que lo hace más o menos valiente ya que Él también tuvo miedo, también se quejó ante la soledad. Da la vida y se hace solidario con todos los crucificados de la historia.
En este camino no podemos simplemente ayudar a cargar la cruz, acompañar desde al lado como Simón de Cirene, sino que es necesario también estar crucificado a la par de los chicos. Solo abrazando la cruz junto a ellos vamos a sentir el dolor que generan los clavos, los azotes, las burlas, solo así vamos a poder comprender que es lo que sienten y están pasando.
Muriendo con ellos en la cruz, es la única manera de hacernos solidarios, “tocando fondo”, muriendo a nuestros esquemas muchas veces ya caducos, muriendo a nuestros prejuicios, muriendo a nosotros mismos para resucitar juntos. Subir a la cruz junto a ellos es imitar a Jesús, en el gesto de “abajarnos” para desde allí gestar un proceso que haga sentir al joven seguro de que no está solo, que no vamos a criticarlo, que queremos ayudarlo, que no queremos sumar dolor, que vamos a estar a la par de el aunque eso nos genere muchos problemas y dolores, porque nos aferramos a uno que hizo primero esta opción de encarnarse y de ahí sacamos la fuerza.
Jesús eligió no bajarse de la cruz, por eso, el compromiso para todos nosotros es no mirarla desde abajo, sino sentirla en carne propia. Es necesario asumir la cruz, sabiendo que desde el “tocar fondo”, desde la angustia y el dolor nace el grito desgarrador que se abandona en Dios: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”. Allí comienza a brotar una nueva vida, aferrada en aquel que la tiene y la regala en abundancia. ¡Qué difícil vivirlo, pero vale la pena!
Para seguir pensando, rezando, personalmente y en grupo:
- ¿Cómo ayudar a los jóvenes sin gritar: “¡Crucifíquenlo!”?
- ¿Con qué actitudes concretas podemos hacer más liviano el peso de la cruz?
- ¿Cuáles son las cruces que tenemos que abrazar y redimir, sabiendo que incluso Dios paso por allí?
Emiliano
CULTURA DE BARRO
[1] Reflexiones luego de la celebración de Pascua en la Pastoral Carcelaria (Córdoba - 2013).
[2] http://culturadebarro.blogspot.com.ar/2015/03/cuaresma-pasar-de-nuestra-logica-la.html
"Jesús no va alegremente a la cruz"
ResponderBorrarCuánta falta nos hace entender esto. Jesús no desea la cruz, Jesús sufre, Jesús soporta nuestras violencias pero no las avala, Jesús perdona nuestro egoísmo pero lo entristece.
¡Cuánta falta nos hace Su Espíritu de Amor! Ese que amplia nuestra mirada, despliega nuestras manos, y abre nuestro corazón.