Pistas para evaluar el año pastoral... (2da parte)
Así como reflexionábamos sobre nuestra relación con el contexto del apostolado, la necesidad de salirnos del ser autorreferentes y la urgencia de un apostolado en salida, ahora queremos evaluar y pensar nuestra vida en comunidad, como animadores comprometidos con el servicio a Tata Dios que ama y nos espera en los jóvenes. Seguiremos nuevamente, ideas del Papa Francisco respecto a la comunidad.
A ejemplo de las primeras comunidades, donde compartían todo, aportamos también en la construcción de esta, nuestras virtudes, pero también nuestras fragilidades. Por esto, la comunidad no está exenta de conflictos. El tema es cómo asumir el conflicto, ya que puede ser problema en una mirada negativa, o puede ser oportunidad de crecimiento si se lo mira de forma esperanzadora.
Nos dice el Papa en su exhortación: “ante el conflicto, algunos simplemente lo miran siguen adelante como si nada pasara, se lavan las manos para poder continuar con su vida. Otros entran de tal manera en el conflicto que quedan prisioneros (…) Pero hay una tercera manera, la más adecuada, de situarse ante el conflicto. Es aceptar sufrir el conflicto, resolverlo y transformarlo en el eslabón de un nuevo proceso” (Evangelii Gaudium 227).
A partir de estas tres maneras de afrontar el conflicto, podemos pensar en las relaciones que conforman el entramado de la comunidad de animadores, la forma en la que nos comunicamos, qué cosas son las que generan conflictos, entre otras cosas, conscientes de que evangelizamos con nuestro testimonio, y que en las primeras comunidades, el signo por el cual se debía reconocer a los Cristianos, era por cómo se amaban los unos a los otros. Amor que no es un discurso y no es “hacer como que todo está bien”, sino que se manifiesta de forma especial, allí donde hay diferencia, pero se abraza a esta como oportunidad y aceptación.
Ser comunidad no es sinónimo de ser todos mejores amigos, sino que es forjar relaciones de hermandad, donde quizás sin ser amigo o confidente, reconozco la necesidad y el valor del otro, nos podemos corregir fraternalmente por y con amor, nos conocemos, compartimos las actividades, compartimos nuestra vivencia de fe y entrega a Cristo, rezamos juntos y recreamos el espíritu que animaba a la evangelización de las primeras comunidades de discípulos misioneros.
Podemos preguntarnos: ¿cómo hemos resuelto las situaciones de conflicto?, ¿reconocemos durante el año algunos conflictos?, ¿qué causas lo originaron?, ¿qué paso podemos dar para sumirlo y transformarlo en parte de un nuevo proceso?, ¿de qué manera nos comunicamos entre los animadores?, ¿nos sentimos responsables de los demás?, ¿somos comunidad o simplemente un grupo de pibes que de casualidad estamos todos juntos?
Dice también el Papa: “quiero pedirles especialmente un testimonio de comunión fraterna que se vuelva atractivo y resplandeciente. Que todos puedan admirar cómo se cuidan unos a otros, cómo se alientan mutuamente y cómo se acompañan (…) ¡Atención a la tentación de la envidia! ¡Estamos en la misma barca y vamos hacia el mismo puerto!” (EG 99). En continuación con lo anterior, es urgente generar comunidades que contagien y que despierten atracción por aquello que nos mueve, ¡por Cristo que es la razón de ser comunidad en torno a él y es fundamento para ir a los pibes!
En un mundo fragmentado, donde se abren muchas brechas fomentadas por la violencia, la desigualdad e injusticia social, donde cada vez se generan nuevos bandos de buenos y malos, donde pareciera que ya no se puede confiar en nadie, entre otras cosas negativas, nuestras comunidades de apostolado están llamadas a ser una luz que se enciende en la oscuridad, para testimoniar que podemos ser hermanos, que nos podemos amar, que podemos forjar entre nosotros relaciones sanas y bien humanas.
Por todo esto, es de vital importancia evaluar cómo vivimos esta dimensión de la evangelización, ya que hoy en día, como nos dice el Papa Pablo VI, “el hombre contemporáneo escucha más a gusto a los testigos que a los maestros, o si escucha a los maestros lo hace porque son testigos”. No podemos dejar de lado la urgencia del ser testigos de que el amor de Dios nos hace amarnos y ser hermanos.
Podemos preguntarnos: ¿qué conciencia tenemos acerca de ser llamados por Dios a trabajar en comunidad?, ¿se puede reconocer desde afuera el amor que nos tenemos?, ¿nuestra comunidad es atractiva y acogedora?, ¿de qué manera testimoniamos nuestra opción por Dios?, ¿nos sentimos parte de un proyecto común, de un mismo barco, o cada uno se “corta” solo?, ¿cómo es nuestro trabajo en equipo?, ¿nos animamos a confiar y a dividir tareas en la misión?, ¿está presente en la comunidad la tentación de la envidia?, ¿cómo afrontamos esta tentación?, ¿evitamos las murmuraciones o el comentario por atrás?
Respecto a las murmuraciones o los comentarios que quizás se pueden generar en el silencio o a espaldas de los implicados, el Papa nos advierte: “todos tenemos simpatías y antipatías (…) Al menos digamos: “Señor, yo estoy enojado con éste, con aquélla. Yo te pido por él y por ella”. Rezar por aquel con el que estamos irritados es un hermoso paso en el amor, y es un acto evangelizador. ¡Hagámoslo hoy! ¡No nos dejemos robar el ideal del amor fraterno!” (EG 101). Un buen testimonio del amor que nos tenemos, es rezar por aquel con quien estamos enemistados, animarnos a no hacer comentarios por atrás, acercarnos a tomar unos mates y dialogar, sabiendo que nuestro testimonio se juega no en grandes discursos, sino en estos gestos concretos (sencillos y por eso difíciles).
Por último, es necesario pensar y evaluar: ¿qué lugar le dimos al Centro?, ¿cuánto tiempo en nuestras actividades le dedicamos a la oración comunitaria?, ¿nuestra oración comunitaria se redujo a un retiro anual o es algo cotidiano como Don Bosco quería?, ¿cómo vivimos los sacramentos en la comunidad?, ¿cómo nos formamos respecto al ser hermanos?, ¿qué lugar le damos a la corrección fraterna, al diálogo profundo?
La vida en comunidad es un desafío, no viene dada por el simple hecho de estar juntos, es una construcción que se debe dar de manera conjunta. Es forjar lazos de familia que no vienen dados solos, que exigen renuncias y sacrificios, pero que traen aparejados grandes gratificaciones, momentos hermosos de compartir y saberse amados por Dios.
No podemos pensarnos como animadores que se cortan solos y al mejor modo de super héroes trabajamos por los chicos, sino que porque nos reconocemos frágiles y limitados, consideramos que la mejor manera de anunciar el Reino, es desde la vida en comunidad. Además, hace más de 2000 años, un grupo de “locos”, no pudieron callar lo que vieron y oyeron, y juntos salieron a anunciar el Reino de Dios. Al contagiarnos del mismo espíritu, abrazamos la comunidad y creemos en ella, ¡nos animamos a vivir en comunidad y no solo a estar en comunidad! ¡Vale la pena!
Emiliano
CULTURA DE BARRO
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