Pistas para evaluar el año pastoral... (1era Parte)
Llegando a fin de año, nos adentramos en un período de balances, evaluaciones, cierres de procesos y proyección de nuevas opciones, dentro de nuestros apostolados. Desde estas vivencias nacen estas reflexiones.
Nos parece bueno traer a colación las palabras del Papa Francisco que tanto nos conmueven y a su vez nos sacuden: “Prefiero una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias seguridades” (Evangelii Gaudium 49).
Haciendo eco de esta invitación del Papa Francisco, que tanto ruido hizo, que tanto nos cuestionó y nos motivó para salir de nuestras estructuras, creemos conveniente parafrasear la invitación a los fines de cuestionarnos: “prefiero un apostolado, un grupo, un movimiento accidentado, herido y manchado por salir a la calle, antes que se encuentre enfermo por el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias seguridades”.
A esto, podemos sumar un elemento que el Papa no deja de mencionar, que es el hecho de no ser “autorreferenciales”, de considerarnos el centro de forma exclusiva. Por esto queremos reflexionar en torno a no generar evaluaciones y procesos autorreferenciales, que nos ayuden a colocar en el centro, lo que verdaderamente es el Centro. Nos referimos al ser autorreferentes respecto a la escucha, la urgencia de una mirada más amplia y el trabajo en redes. Desde aquí, queremos buscar algunas pistas que nos ayuden a reflexionar.
Escuchar: A la hora de evaluar nuestras prácticas pastorales, podemos pensar qué lugar han tenido los gritos y las necesidades de los jóvenes del apostolado, de qué manera nuestras propuestas han surgido a partir de la realidad o fueron una linda creación a la cual todos se tuvieron que adaptar, y quien no lo hizo durante el año, no participó más del grupo.
Es urgente cultivar esta virtud de escuchar las demandas, escuchar los gritos, prestar atención a los jóvenes. De lo contrario, nos volvemos autorreferentes al tomarnos como punto de partida y referencia para pensar y planificar las cosas, respondemos a nuestras inquietudes y a nuestras ideas, nos conformamos con sentirnos bien nosotros mismos.
Podemos preguntarnos: ¿qué lugar ocupó durante el año la voz de los jóvenes que asisten a nuestros grupos o espacios?, ¿qué lugar le damos a dichas voces en esta evaluación?, ¿hemos respondido a sus demandas y necesidades?, ¿qué lugar le hemos dado al verdadero Centro?, ¿hemos caído en actitudes autorreferentes?, ¿qué podemos hacer para salir de ellas?
Ampliar la mirada: Algo que nos cuestiona mucho, es escuchar continuamente evaluaciones donde se afirman, a modo de ejemplo, frases como “los chicos se portaron mal, por lo cual, todo salió mal”. Vemos en cuestionamientos como este, un claro ejemplo de ser autorreferenciales, dado que el parámetro desde el cual se evalúa una situación, no deja de ser el nosotros mismos. Evaluamos y pensamos desde lo que nosotros queremos que se dé, desde los comportamientos que nosotros esperamos, desde los horarios que nosotros pensamos, entre otras cosas.
Creemos necesario ampliar la mirada para no reducirla a nuestra propia mirada, para mirar nuestras propuestas con los ojos de los pibes que asisten al grupo. Muchas veces nos ahorraríamos más de un disgusto si escucháramos en sus comportamientos, en sus quejas, en sus berrinches, algunos reclamos que generalmente no atendemos. Quizás en esos enojos se esconde aburrimiento, falta de comprensión, desinterés por lo que se presenta, falta de reconocimiento, disgusto por un mal trato recibido, una homogeneización donde a todos hay que darles lo mismo, entre otras cosas.
Ampliando la mirada, quizás podríamos darnos cuenta, que detrás de todo eso se encierra una sutil denuncia de escolarización de nuestras propuestas, violencia en la casa, problemáticas más profundas que necesitan ser vistas y reconocidas. Quizás se esconden gritos de ayuda.
Podemos preguntarnos: ¿de qué manera atendemos los reclamos de los chicos?, ¿cuánto los conocemos a cada uno?, ¿alguna vez dialogamos profundamente con cada uno?, ¿de qué manera atendemos a la historia de cada uno?, ¿cuáles son nuestros parámetros para juzgar que alguna actividad salió bien o mal?, ¿tenemos expectativas reales de nuestras prácticas o puros ideales inalcanzables?, ¿reflexionamos sobre “lo que no sale” o simplemente atribuimos esa responsabilidad a los chicos?, ¿qué autocrítica hacemos de esto?
Trabajo en redes: Ahora que el Papa insiste tanto en una iglesia en salida, donde es más preferible el dejar seguridades para abrazar la novedad, podemos evaluar y pensar la relación con el entorno, con otras instituciones. Muchas veces somos autorreferentes al pensar que nuestro grupo o nuestra propuesta es la única para los jóvenes, que somos los únicos que nos ocupamos de ellos, y la realidad indica que esto no es cierto.
Por esto, podemos pensar desde esta pista, cuánto nos hemos vinculado con el contexto de nuestro apostolado, con las demás instituciones que trabajan en el barrio, agrupaciones, centro vecinal, club, dispensarios, escuelas, otras iglesias, entre otras instituciones que también apuestan por el bien para los jóvenes y buscan el crecimiento. Podemos evaluar hasta dónde nos hemos puesto en contacto he informado de las propuestas, organizando algo juntos, invitando a eventos, participando de otros, entre otras cosas que aúnen fuerzas.
Muchas veces tenemos miedo a enfrentarnos con la novedad, con lo desconocido, y preferimos abrazar lo caduco pero seguro, lo mediocre. Esto nos lleva a encerrarnos en nuestra “quinta”, a proteger lo que tenemos, volviendo a todo lo que viene de afuera como un enemigo, sin darnos la chance de interactuar y crecer en comunión. Hoy más que nunca, es necesario crear esta conciencia de trabajar en redes dentro de nuestra pastoral, si estamos interesados en una promoción integral de los jóvenes.
Podemos preguntarnos: ¿qué lugar le dimos al contexto en nuestras prácticas pastorales?, ¿cuántas veces caminamos el barrio para ver que necesita o simplemente para conocerlo?, ¿conocemos de donde provienen los chicos?, ¿qué instituciones están presentes en el barrio y trabajan por los jóvenes?, ¿alguna vez visitamos alguna de ellas para informarnos sobre que se hace o nos sumamos algún evento?, ¿nos animamos a salir de nuestras estructuras que nos confortan y nos tienen seguros?
Darnos cuenta de nuestras limitaciones, o reconocer que muchas veces nos ponemos en el centro, no es motivo para entristecernos y tirarnos abajo, sino que es oportunidad de crecer, oportunidad de comenzar a vivir las prácticas pastorales desde un descentramiento que nos permita poner en el centro al Centro.
Si nos evaluamos con una actitud esperanzadora y proyectiva, bienvenido sea el habernos dado cuenta de estas limitaciones para comenzar a caminar de una mejor manera, y si no las notamos, bienvenido sea también, para seguir creciendo en nuestro ser animadores y pastores, alejándonos de todo lo que nos ponga en el centro y nos reduzca a una mirada egoísta y poco abierta.
Emiliano
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