Si Dios eligió nacer en un rancho, creemos que
hoy nace tras las rejas. Durante la celebración en la cárcel de menores,
intentamos pensar la navidad desde la mirada de Dios, usando una sencilla
dinámica que consistía en ponerse los “lentes de Dios” (muy grandes y con
formas graciosas), y contar que era lo que uno podía ver. La invitación a dar
un paso más, consistía en poder mirar también con el corazón de Dios. Fue una
intensa celebración.
Decantando el momento y a la vuelta, mientras
el mate circulaba, era imposible no comentar algo sobre todo lo vivido. Pensaba
y me preguntaba que tendrá que ver el nacimiento con esa realidad de cárcel y
encierro, si puede ser posible que Jesús nazca en un lugar más bien de muerte,
si los pibes entienden realmente qué es la navidad. No podía hacerme el
desentendido ante la pregunta por mi familia, mi gente, mis costumbres. Preguntas
y más preguntas que sin querer hacen asomar algunas respuestas.
Evidentemente ya me había sacado los “lentes
de Dios”, pero bueno, quizás usarlo un poco más, podría ayudarme a clarificar
algunas cuestiones.
Sin darme cuenta, mis ojos y mi corazón se han
ido acostumbrando a despedir a los chicos semana tras semana, a saludarlos y
ver como de manera brusca se cierra el portón de rejas, y enseguidita nomás el
candado pone fin al encuentro. Nos vamos acostumbrando a que el tacho (así
llaman al plato de comida) es siempre el mismo y nunca dan ganas de sentarse a
comerlo, que las bananas siempre vienen negras y nadie se queja, que los
colchones pueden estar húmedos pero ahí se duerme igual, que con frio o calor
las ventanas se abren o se cierran en contra su voluntad, que no hay inodoros,
que los pisos a veces están sucios, que la ropa queda chica o grande pero es lo
que hay, entre otras cosas.
Creo necesario traer a estas reflexiones, unas líneas que una
compinche, María, escribió luego de las celebraciones, y resumen la idea
anterior muy graficamente: “Juan se me acercó de
repente, en medio del tumulto, a preguntarme qué iba a cenar en Navidad. Pensé
en el famoso pollo de navidad, que se come en el Instituto, “un pollo más seco
que la pared ésa”, del que se ríen para no llorar. Recordé que uno de mis
hermanos el 24 a la noche va a hacer asado, pero no, no podía decirle eso…Nunca
les miento, y en general tampoco evito decirles nada de mí, o de lo que hago,
pero esta vez, era demasiado. Le contesté que no tenía idea, a lo cual
respondió, casi como si fuera una pregunta obvia que se sigue necesariamente de
la respuesta que dí: Ah… ¿la vas a pasar con tu familia?”.
Si la mirada es siempre la misma, uno se
acostumbra, pero cuando de pasadita uno se calza los “lentes de Dios”, lo menos
que puede hacer, es acordarse de una oración de Padre Mugica que en algunos
fragmentos reza así: “Señor: Perdóname por haberme acostumbrado a ver que los chicos
parezcan tener ocho años y tengan trece. Señor: perdóname por haberme
acostumbrado a chapotear en el barro. Yo me puedo ir, ellos no. Señor:
perdóname por haber aprendido a soportar el olor de aguas servidas, de las que
puedo no sufrir, ellos no. Señor: perdóname por encender la luz y olvidarme que
ellos no pueden hacerlo (...)”. La lista de los
“perdóname”, podría tornarse interminable.
Así mismo, trascender la mirada superficial, que se acostumbra y deja
de ser contemplativa, hace valorar pequeños gestos y descubre en la
profundidad, esta experiencia de navidad dentro de la cárcel.
Releyendo el evangelio del nacimiento que propone Lucas (Lc. 2, 1-20),
y contrastando con la vida misma de Jesús, encuentro entre los chicos de la
cárcel y Él, un parecido interesante, que ambos tuvieron problemas con la ley.
Jesús fue en contra de la ley al nacer, como dice León Gieco en una canción,
“nació fuera de la ley”. Yendo en contra de las ordenanzas del Rey, que querían
que maten a todos los niños recién nacidos, sus padres infringieron dicha norma
y María pudo dar a luz.
Pero este tema de la ley, no es el único parecido. Pienso en el pesebre
y me lo imagino como un ranchito, con mucho mal olor, lluvia entrando por las
chapas podridas, animales sueltos y todo lo que implican estos, bichos de todo
tipo, poca comida, la inseguridad de no ser un lugar cálido, falto de higiene,
entre otras circunstancias adversas. Si hago un recuento, el pesebre no dista
demasiado con una celda. Sacando la parte de los animales, aunque muchas veces
sean otras personas quienes los hagan sentir como tales a los muchachos.
Pienso en el Rey, y ante el miedo a que sea cuestionada su autoridad,
no duda en tomar una medida extremadamente lapidaria y extrema, causante de una
injusticia terrible en nombre del orden. Imposible dejar de pensar en causas de
muertes injustas y al fin y al cabo legalizadas: drogas, abortos, falta de
alfabetización, discriminación por portación de rostro, baja de edad de
imputabilidad, reclamo por condenas de muerte, justicia por mano propia,
“linchamientos” (por no querer decir asesinato socialmente aceptado), falta de
empleo, desigualdades económicas, causas impuestas e inventadas, entre otras
cosas que afectan la vida de los pibes encerrados en la cárcel. Muchas de estas
cosas son impuestas por un sistema que vive a costa de ellos y no son opciones
que libremente hacen, como muchos reclaman.
La miro a María, y no puedo dejar de pensar en una madre aguantadora,
todo terreno, que se sobrepuso a las adversidades y se comprometió con la vida
de su hijo, jugándose la vida por Él. Veo en ella una madre abandonada a la
voluntad de Dios, firme y a su vez tierna, con una fe grande y un corazón más
grande aún. Ajusto mejor los “lentes de Dios”, y no puedo evitar recordar a
todas las madres que están a la par de sus hijos, que visitan la cárcel, que
son las únicas que se juegan por sus pibes, que pese a la condición en la que
están, no dudan en gastar los pocos pesos que tienen para visitarlos. No puedo
dejar de lado la imagen de las madres sentadas afuera con el sol que le pega en
sus caras, esperando el turno de visita, la sonrisa de una madre que puede
salir con su hijo de permiso.
Pienso en José, y si dos palabras pudiesen alcanzar para describirlos,
elegiría silencio y servicio. Con la capacidad de ser siempre segundo, de
actuar desde atrás, de comprometerse sin
hacer alarde ni mucho ruido, pero siempre presente, siempre acompañando,
siempre sosteniendo la vida de familia. Y ahí está, también lo descubro
presente, en tanta gente desinteresada que visita la cárcel, que responde a
Jesús que clama: “estuve preso y me visitaste”, en grupos cristianos que creen
encontrar a Dios tras las rejas, en maestros que quieren realmente una vida más
digna para los chicos ahí dentro, y muchas personas que yendo un poco en
contracorriente, confía en los jóvenes, confía en que Dios que capaz de llenar
los corazones y elige a los más pequeños para hablarnos.
Mirar con los “lentes y el corazón de Dios”, no quiere hacernos tener
una mirada romántica o alejada de la realidad sobre el mundo de la carcelación.
Sin dudas que hay muchísimas cosas feas e injustas en este lugar, pero nada
hace distarlo con el tradicional pesebre, quiere ser una mirada alternativa.
Sin dudas que Jesús nace continuamente allí.
¿Qué es la navidad entonces? Algunas respuestas de los chicos al mirar
con los “lentes de Dios”, pueden ser más claras que mil palabras: “libertad,
justicia, permisos para estar en familia en las fiestas, compartir con la
familia, alegría, paz en el mundo, hogar para los chicos de la calle, que mi
hermano pueda salir de la droga, que pueda cambiar, poder soñar…”.
Ojalá que la navidad no pase desapercibida, y que el deseo de una vida
más digna para todos y un mundo más acorde al Reino de Dios donde todos seamos
hermanos, puedan traducirse en acciones concretas, que permitan a Jesús, volver
a nacer hoy entre sus preferidos.
Recemos para que al celebrar el nacimiento de Jesús, podamos dejar que
habite en nosotros y nos comprometa a una vida más entregada, a una vivencia de
la fe más “callejera” y “en salida”, como le encanta decir a Francisco.
Emiliano
CULTURA DE BARRO
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