Son las 23:10,
el día estuvo agotador. La misa acaba de terminar y no da para más. No es día
para tomar una coca. Rápido a casa que mañana es Pascua y hay festejo. El día
parece acompañar esta idea de tristeza y muerte, muchas nubes, bastante frío,
silencio y soledad en las calles.
Emprendemos el
regreso hacia la parada del colectivo junto a dos muchachos. Hace frío, pero a
modo de “ancho de espadas” escondido bajo la manga, sonriendo pícaramente, uno
saca el arma letal para enfrentarlo: un mate bien calentito. Mate va, mate
viene, la charla se hace interesante, nuestra voz resuena fuerte en las calles
vacías y solo los árboles se vuelven testigos de nuestras palabras. Hablamos
sobre la opción de Jesús por los más pobres y su injusta muerte…
“¡Jesús no murió!”, dice un grito que desconcierta,
“¡A Jesús lo mataron!”, completa la
idea. Suena fuerte, me molesta un poco esta idea, pero aunque me duela y me
resulte incómoda, debo aceptarla. Siendo Dios fue asesinado por un sistema que
rechazaba todo lo que tenga que ver con una propuesta alternativa, dentro del
imperio romano y la religión judía, no podía aceptarse la presencia de un nuevo
Reino, que se estaba gestando desde los pobres, los últimos, los olvidados y
que tenía el amor y el perdón como estandarte. ¿Cómo la compasión podía
sobreponerse a las prescripciones religiosas y políticas del momento, ser más
importante que el dinero? Inaceptable.
La reflexión se
corta. Alerta máxima. Llegamos a divisar a lo lejos dos sujetos que nos
resultan sospechosos. Meto mis manos en los bolsillos del pantalón y enseguida
escondo mi celular y la billetera entre la campera y mi pantalón, con la misma
velocidad que un mago ensaya cualquiera de sus admirables ilusiones. Uno de los
muchachos se ajusta las zapatillas, agarra fuerte el termo. El otro baja rápido
a la calle, se trata de adelantarse y tener más campo para salir corriendo. Ya
estamos preparados.
El paso se
vuelve más cauteloso, las miradas comienzan a tener un giro más amplio y no
dejo de perderme un detalle acerca de estos dos sujetos. Cada vez estamos más
cerca, vienen derecho a nosotros, la diferencia es que circulan en la vereda,
nosotros elegimos la calle.
De repente nos
encandila una luz azul y blanca: “¡Estamos
salvados!”. Giramos nuestras cabezas y un vehículo de la policía acaba de
doblar, se nos aproxima, y a su vez los pibes están a pocos metros de nosotros.
Los segundos pasan muy lentos, la camioneta también circula lenta, cada vez más
cerca, los pibes, la camioneta, nosotros, todo lento… “¡¡¡Alto!!!”. Frenada brusca, grito brusco, portazo brusco,
desconcierto total.
Baja de la
camioneta un efectivo a los gritos, pero nos sorprende no ver a estos chicos
asustarse, ya que con total tranquilidad siguen caminando. Nos miramos entre
nosotros y con incredulidad vamos a ser testigos de algo que puede ser
intolerable. ¿A nosotros nos grita?, ¿a nosotros nos va a detener?, si nosotros
no estamos haciendo nada, solo estamos caminando, ¡alguien que haga justicia
por favor!
Las manos en el
frío capo de la camioneta, sucio de tantas manos que se apoyan día tras día, y
¿yo tengo que poner las manos ahí?, ¿para qué me parás?, ¿qué hice?
¿Qué está
haciendo oficial?, ¿para qué quiere mi documento?, ¿se da cuenta que me está
haciendo pasar vergüenza, que hay gente mirando?, ¿usted sabe quién soy, de
dónde vengo, qué hago?, ¡usted se equivoca, no me puede parar a mí! ¿No entendés
que yo no hice nada? Frases y más frases apuntan y disparan como una
ametralladora, muy parecida a la que el oficial empuña.
¡Aquéllos eran!,
¡ellos tienen la culpa!, nos estaban por… Silencio…
Basta de fabular.
Esto es
detención no por “portador de rostro”, sino por portación de representaciones,
por portación de categorizaciones, de rótulos denigrantes, de puros prejuicios…
El momento
termina, emprendemos el regreso. Es Viernes Santo y fui Jesús. Experimenté lo
que Él desde la cruz sufrió, cruz injusta e indigna que cargan tantos pibes y
pibas dos mil años después, cruz impuesta, cruz deshumanizante, cruz violenta y
siempre actual. Cruz impuesta también por nosotros mismos, muchas veces
crucificadores, de tantos inocentes que día a día sufren en carne propia los
estigmas de la discriminación, de los prejuicios, pibes que sufren los clavos
que nosotros mismos afilamos y preparamos. Cruz que cuestiona nuestra autenticidad
y nuestra coherencia. ¡Perdonanos Señor por no convertir nuestro corazón al
Evangelio!
Emiliano
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