- Perdón. Buenos días ¿Puedo hacerle una pregunta? - La voz
interrumpió los pensamientos del anciano que caminaba a paso sereno por la
vereda. Este, antes de dedicarle una atenta mirada a su interlocutor, acomodó
con la mano derecha sus anteojos de grueso marco, ya que en la izquierda
sostenía un mate gastado, al igual que el termo que guardaba bajo el brazo. Ante
él se erguía un muchacho que no podía tener más de 25 años, de rostro cansado y
ojos tristes, con una gran mochila colgada a sus hombros.
- Lo escucho, joven. Hágame dos preguntas, por ser usted -
contestó el viejo amablemente.
El muchacho no pudo evitar sonreír por la respuesta recibida
y se sorprendió ante el humor del anciano, cuya figura no inspiraba
precisamente una grata imagen. La barba completamente blanca le poblaba el
rostro uniéndose con el abundante cabello ondulado del mismo color. Sus ojos
claros y penetrantes hablaban de la sabiduría ganada con los años.
- Es que quiero saber si estoy en el lugar indicado - le
dijo el joven con la inquietud del que quiere recibir una respuesta pero al
mismo tiempo le da temor escucharla, mientras se tomaba un tiempo para mirar donde se
encontraba. A unos metros se erguían los ranchos de chapa, construidos a
conciencia, mientras que a un costado de las calles de tierra, la basura se
extendía todo a lo largo. El joven ya había estado en lugares así
anteriormente, lugares ocultados, abandonados, exiliados. Y había huido de
ellos raudamente.
- Eso depende de cuales sean sus intenciones –el viejo
interrumpió sus pensamientos. Aunque a juzgar por su aspecto y por lo que dicen
sus ojos, ya sé que es lo que pretende usted – acotó con serenidad, observando
penetrantemente al muchacho.
El joven casi se larga a reír a carcajadas al oír la
respuesta. Se dijo a si mismo que probablemente estaría frente a esos ancianos
que creen tener todas las respuestas. Aunque… Por otro lado, lo invadió la
curiosidad.
- ¿Mis ojos? ¡Je! ¿Y qué dicen mis ojos si se puede saber? -
inquirió sonriendo.
- Tus ojos hablan de todo un poco. Principalmente hablan de
una historia. Bueno, toda mirada nos habla de una historia, pero la suya de una
particular. De algo que fue y de algo que puede llegar a ser pero que no está
seguro si será, aunque lo desea fuertemente.
El muchacho pensó que definitivamente la conversación se
había vuelto demasiado extraña y hasta se preguntó si el viejo no estaría
borracho o si sería uno de aquellos locos que desvarían. Pero… Lo que dijo no
estaba lejos de la verdad. Lo que lo motivó a seguir hablando fue, nuevamente,
la curiosidad.
- ¿Cómo puede usted leer eso en la mirada de alguien que
acaba de conocer? ¿No estará exagerando? - le preguntó burlonamente.
El viejo le sonrió.
- Las miradas nos hablan de la verdad. Y más cuando se
espera oír aquello que se desea. Y usted espera oír que aquí va a encontrar el
Eslabón Olvidado.
Ahora si el joven quedó petrificado y sin palabra. ¿Cómo era
posible que aquel hombre conociera sus intenciones más íntimas? ¿No era acaso
la búsqueda del Eslabón Olvidado algo de lo que unos pocos elegidos tenían
conocimiento? Y para colmo estos pocos buscadores tenían escasa información
acerca de lo que buscaban. No sabían lo que era, ni donde se podía hallar, ni
la recompensa que traería el descubrirlo. Únicamente sabían que era un gran
bien perdido para el hombre. Un bien que lograba el entroncamiento de la
historia: que aquello que fue, que es y que será quede atravesado y unido por
la acción del Eslabón Olvidado. La pieza faltante de la cadena humana. El
factor esencial que salvaría al hombre postmoderno del auto-arrojo a la nada
existencial.
- ¿Cómo es posible que sepa del Eslabón? ¿Sabe lo que es? ¿Dónde
está? - El joven estaba desesperado y atacaba con preguntas al anciano de manera
frenética. Tres años de búsqueda intensa podían llegar a su fin esa misma tarde
en aquel barrio perdido. La emoción que sentía hizo que aferrara con fuerzas
las tiras de la mochila que llevaba a la espalda, recipiente de sus escasas
pertenencias.
El viejo le sonrió, destapó el termo y comenzó a cebar mate
con la parsimonia propia de la edad. Se cuidaba de no derramar agua luchando
contra su pulso, que ya no era lo que solía ser. Una vez que hubo terminado
extendió la mano ofreciéndole el mate mientras hablaba.
- Se lo que es el Eslabón Olvidado y le puedo decir que aquí
lo puede encontrar. ¿Mate?
El joven desbordaba de emoción por el descubrimiento. Se
acabarían los años de caminatas a la intemperie, soportando el frío y el calor,
el hambre, los robos, el maltrato, la indiferencia. Por fin había llegado a su
destino.
- Bueno ¿Y qué es entonces? ¡Dígame! - le respondió
impacientemente ignorando el mate que le ofrecía el viejo.
- Descubrirlo, mi amigo, es tarea suya - le sonrió el
anciano mientras se llevaba el mate a la boca y el joven lo miraba como si todo
el peso del mundo cayera sobre sus hombros.
- Somos como los pájaros en la trampa. Desfallecientes,
gemimos por volar. Hasta que la trampa se rompe y escapamos. Volamos hacia la
libertad - le explicó seriamente el anciano. Yo no puedo romper su trampa. Debe
hacerlo usted sólo. Y por cierto, si quiere romper la trampa, comience a tomar
mate.
Continuará.
Mariano
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