Hace un par de sábados –ya
reinstalados nuevamente en Córdoba- retomamos con nuestra comunidad de la
pastoral penitenciaria las visitas al Complejo Esperanza. El complejo es, según
su definición legal, “un centro socio- educativo de protección y asistencia con
el objetivo de estimular actitudes de auto cuidado y aquellas habilidades
sociales que faciliten su integración social”. De todos modos cada sábado que
pasa no me caben dudas en definirlo cómo una auténtica “cárcel de menores”. La descripción
acerca del modo de trabajar con los pibes y las condiciones en las que viven se
las dejo a su imaginación. Va, mejor no. En esta nota del diario la Voz del
Interior podés, si tenés un rato, interiorizarte un poco más: http://www.lavoz.com.ar/ciudadanos/complejo-nueva-esperanza-es-espanto.
Transcurriendo la visita en uno
de los sectores (entre cartas, la Mona Jímenez y muchas charlas) se hizo la
hora de la comida. Llegó el “tacho” (cómo le dicen los “maestros” al plato de
comida, haciendo analogía con el tacho donde comen los chanchos) y su escasez
no nos sorprendió: dos porciones de pizza para cada uno. Probablemente sería lo
único para comer en un buen rato. Lo que le sigue tampoco nos sorprendió: nos
invitaron a comer. Nos sentamos alrededor de la mesa y en seguida cada uno iba
regalándonos un pedazo de su porción (o una porción completa) para que podamos
almorzar juntos. Si bien nosotros teníamos asegurado un plato de comida en
casa, la experiencia nos dice que no se nos puede ocurrir decir qué no a ese
pedacito de pizza: que la gente de la pastoral se quede a comer con ellos y
puedan compartir la mesa es un regalo muy lindo para su fin de semana.
Bendecimos, rezamos, comimos y pasamos un buen rato juntos hasta que se hizo la
hora de salir.
¿Qué tendrá que ver esto con el
Jueves Santo? De verdad que ese mediodía sentimos que pudimos tener un almuerzo
en clave eucarística. ¿Sabes por qué? Por algunas de estas cosas que resonaban
en el corazón…
- Nos reunimos en nombre de Jesús quiénes creemos en Él, quiénes lo queremos mucho, quiénes intentamos seguirlo y escucharlo, quiénes creemos que su amor y su misericordia sostiene y abraza nuestras vulnerabilidades por más profundas que sean.
- Estábamos compartiendo la mesa de la inclusión, una mesa para todos y todas, sin dejar a nadie afuera a pesar de las fragilidades y pecados de teníamos cada uno de los que ahí andábamos (como diría Edu Meana “como en el mate no hay excluidos y siempre alcanza”)
- Es cierto que había poco para comer, pero hubo quiénes se animaron a compartir su pan para que alcance para todos. El pan que se parte y se reparte siempre alcanza para todos.
- Dimos gracias a Dios por los alimentos, por la posibilidad de almorzar juntos, le confiamos nuestras preocupaciones, a nuestras familias, a nuestros amigos, lo que vivimos día a día… ellos le confiaron la vida de quiénes están en la calle porque, si bien la pasan como la mierda, al menos tienen para comer, ropa y dónde dormir.
- Los últimos, los pequeños, los “choros” (o los “negros de mierda”) son los que nos evangelizan, mostrándonos muchas veces con sus actitudes cómo se construye el Reino de Dios (a pesar de que con otras actitudes seguramente nos han mostrado lo contrario…como también nos pasa a nosotros, frágiles y pequeños).
La
verdad que Jesús la tenía clara che… por eso en este jueves Santo pongo en el
corazón de Dios dos sueños. Uno tiene que ver con nuestras Eucaristías: qué se
parezcan cada vez más a las celebraciones de las primeras comunidades. Hermanos
que celebran juntos y en clima de familia y alegría sus cotidianidades (llena
de luchas, sueños, alegrías y tristezas, de aciertos y de errores),
compartiendo la mesa y haciendo memorial de Jesús que se entregó por el Reino y
nos alimenta con su Pan para que podamos también nosotros entregarnos por los
más vulnerables de nuestra sociedad y ser “pan que se parte y reparte”. El otro
sueño es algo medio parecido, pero también medio al revés: que podamos hacer de
nuestra cotidianeidad una Eucaristía, de nuestra vida cotidiana un sacramento
constante de la presencia de un Dios que ama preferencialmente a los últimos y
que nos invita a la construcción de un mundo mejor.
En
este día de la memoria (hoy más que nunca, sueño de la vida y de la historia, como dice León Gieco) ojalá que el memorial de Jesús nos ayude a tomar sus
opciones y a vivir su radicalidad: anunciando su Reino de comunión y
solidaridad y denunciando todo lo que atenta contra la vida, especialmente de
los más frágiles.
Mauro
CULTURA DE BARRO
Que bueno maurito compartir el pan
ResponderBorrarQue bueno maurito compartir el pan
ResponderBorrarAgrego esta bella reflexión, algo que en verdad está implícito entre sus lineas: también fue un regalo para nosotros ese, y otroa momentos parecidos que nos llenan el corazón, y que a pesar de que entramos al sector sin que nos llamen, los chicos siempre nos abren las puertas de su casa actual con mucho cariño.
ResponderBorrarGracias por compartirlo Mauro :)
María C.