lunes, 7 de marzo de 2016

Escuchadores de la presencia de Dios.

De a poco iba arrancando la mañana y entre mate y mate comencé a chusmear un poco el Evangelio del día. De todo el fragmento (Mc. 12, 18-24, por si te interesa) fueron dos palabras las que me quedaron dando vueltas: “Escucha, Israel”. Sólo eso. Mirá que el texto habla del amor, del Reino y de muchas otras realidades que tocan mis sensibilidades personales. Pero hoy decidí quedarme sólo con “Escucha Israel”. En ese par de palabritas me parecieron encontrar algunas claves que voy tratando de vivir en este último tiempo para caminar en una espiritualidad que sea cada día más liberadora, más actual y más encarnada en el barro que transitamos todos los días.

Al menos en mi experiencia actual de búsqueda de Dios (que no necesariamente será la de todos, ¡por suerte!) la escucha se constituye en el elemento central que le da sentido a mi oración. Poder contemplar la presencia de Dios en mi vida concreta y la de los que me rodean, en la vida del barrio, la de mis hermanos y en la vida de los pibes y de las pibas, me exige necesariamente escuchar. Escucharme, escucharlos, escucharnos y escucharlo.

Escuchar-me: cuáles son mis inquietudes, mis fragilidades, mis búsquedas, mis aciertos, los rostros y las realidades que me conmueven, las situaciones complejas para resolver, los lugares y momentos donde sintonizo la presencia de Dios, mis necesidades, mis motivaciones más profundas y hasta aquellas cosas de mí que prefiero no mostrar tanto…
Escuchar-nos: como comunidad. Nuestros desafíos y anhelos. Nuestras dificultades. Nuestros vínculos. Nuestras cosas a crecer. Las cosas que venimos haciendo bien. Nuestras búsquedas más hondas. Nuestras vidas y cotidianidades. Nuestras ganas de seguir construyendo el Reino. Nuestros bajones, llantos y nuestros desánimos.
Escuchar-los: a aquellos que son nuestro lugar privilegiado de encuentro con Dios: los pibes y las pibas más vulnerables. Escuchar sus gritos, sus necesidades, sus dolores, sus historias y sus trayectorias vitales. Escuchar sus virtudes, escuchar sus dones, sus sueños, sus aspiraciones más nobles, sus verdades. Escuchar. Cómo si fuera poco.
Escuchar-Lo: en su Palabra. En la vida y la misión de Jesús. En la novedad del Espíritu. En el discernimiento de los signos de los tiempos. En su propuesta del Reino. En sus prioridades. En su proyecto para la humanidad. En los pobres, pequeños y pecadores. En los que más sufren. En mis hermanos.

Hoy encuentro pleno y liberador rezar con el Dios de la escucha. Escucharme, escucharnos y escucharlos. A partir de eso, escucharLo, para discernir como actuar concretamente en nuestra vida de todos los días a la luz de la propuesta de Jesús. Escuchar gritos y susurros (tanto nuestros como los de los pibes), llevarlos al corazón de Dios e intentar soñar cómo responder a ellos de acuerdo al proyecto pensado por Dios para la humanidad: su reino de solidaridad, justicia, amor y paz. Creo que así podemos ir llevando nuestro día a día a la oración y que podemos confiarle a Dios todo lo que vamos viviendo, creyendo cada vez más en un Dios cuyo mayor regalo es la libertad y que pone en nuestras manos el desafío de seguir haciendo realizad en la Tierra su propuesta de humanización.

Muchas son las tentaciones que asedian nuestra oración y detrás de cada una de ellas se esconde una imagen que nos construimos de Dios. A veces le rezamos al “dios-comerciante”: te rezo esto para que me des aquello, te ofrezco esto porque necesito esto, ahora necesito nada así que dejo de buscarte. Otras veces le rezamos al “dios-milagrero”: te rezo para que nos mandes un de luz que nos solucione todos los problemas, te rezo para que manejarte y que te pongas de mi lado, te rezo para informarte y que ya me arregles mis quilombos. Unas cuántas le rezamos al “dios-meritocrático”: me tenés que dar porque soy bueno y a él no le tenés que dar nada porque es malo. Hasta solemos rezarle al “dios-legalista” transformando nuestra dimensión espiritual en una vida de cumplimientos y repeticiones.

               
Hoy decido rezarle al Dios de la escucha. Al escucharme y escucharnos siento la presencia de Dios invitándome a ser cada día más bueno, más entregado, más santo. Al escuchar a los pibes, al escuchar la vida del barrio, siento la presencia del Tata desafiándonos a ser signos de transformación y de plenitud. Al escucharLo, siento bien cerca su Palabra diciendo: “cada vez que lo hagas con el más pequeño de mis hermanos, lo estás haciendo conmigo”. Siento su invitación a tomar conciencia de la fragilidad del mundo y ponerse a laburar en eso. Por eso creo en la escucha como un sacramento: signo sensible del cariñoso amor de Dios padre-madre que acompaña nuestras luchas por un mundo mejor, más humano, más cerquita de lo que soñó para nosotros.

Mauro

CULTURA DE BARRO


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