A partir del 8 de diciembre nuestro Papa Francisco nos invita a vivir el Año de la Misericordia , y en su
primer ángelus como sumo pontífice nos regaló este
hermoso texto:
“El Evangelio nos presenta el episodio de la mujer
adúltera, a la que Jesús salvó de la condena a muerte. Nos conmueve la actitud
de Jesús: no escuchamos palabras de desprecio, no escuchamos palabras de
condena, sino sólo palabras de amor, de misericordia, que invitan a la
conversión "Tampoco yo te condeno ¡Vete y ya no vuelvas a pecar!"
¡Oh, hermanos y hermanas, el rostro de Dios es el de un padre misericordioso,
que siempre tiene paciencia! ¿Habéis pensado en la paciencia de Dios, la
paciencia que tiene con cada uno de nosotros? ¡Eh, esa es su misericordia! Siempre
tiene paciencia: tiene paciencia con nosotros, nos comprende, nos espera, no se
cansa de perdonarnos si sabemos volver a Él con el corazón contrito. Grande es
la misericordia del Señor.”
Y
ante esta nueva etapa se me vienen a la mente unas preguntas sobre el perdón… ¿Sabemos perdonar? ¿Somos pacientes como
Jesús lo fue? ¿Perdonamos siendo conscientes de lo que significa
verdaderamente?¿O sólo perdonamos para satisfacer a la otra persona o para
quedar bien entre los demás?¿Tenemos el corazón que tuvo Él con la mujer
adúltera? ¿O somos como los escribas y fariseos que la condenaron?
El
perdón es un Don que nos regala Dios a todos nosotros, tenemos que dar la
importancia que se merece. Porque Jesús murió en la Cruz para que sean perdonados
todos nuestros pecados. Nos enseñó en carne propia la Misericordia , sobre
todo para con aquellas personas que nos hacen o nos desean el mal. Jesús antes
de morir dijo: “Padre, perdónalos, porque
no saben lo que hacen” (Lc. 23, 34). Él pudo saber perdonar a aquellas
personas que lo iban a matar, ¿Por qué nosotros no podemos hacer lo mismo con
nuestros hermanos? ¿Quiénes somos para condenar a los demás? Muchas veces nos
olvidamos que nuestro Padre nos enseñó a rezar diciendo “Perdona nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a
aquellos que nos ofenden” (Lc. 11, 4) ¿Y cómo pretendemos que Dios nos
perdone si nosotros no somos capaces de perdonar a nuestros hermanos?
En
esta Misericordia a la que Jesús nos
enseña e invita, encontramos una expresión enorme de amor puro y bondadoso.
Pero ¿A quiénes tenemos que perdonar? Para saber esto, tenemos que saber
primero a quiénes tenemos que amar. Donde el Evangelio nos enseña “Pero a ustedes que me escuchan les digo: Amen a sus
enemigos, hagan bien a quienes los odian, bendigan
a quienes los maldicen, oren por quienes los maltratan. (Lc. 6, 27-28).“Si
ustedes aman solamente a quienes los aman a ustedes, ¿Qué hacen de
extraordinario? Hasta los pecadores se portan así.” (Lc. 6, 32). Entonces, tenemos que aprender a perdonar
a aquellas personas con la que no tenemos una buena relación, con aquellas que
por ciertos motivos nos hacen el mal, pero no para que nos pasen por encima,
sino para mostrarles que vivimos como Jesús lo quiere.
Ya sea en el apostolado, con nuestra comunidad de animadores
o en nuestra propia familia, sabiendo que todos podemos caer en el error; ya
sea con no llevar un material que se tenía pensado usar en el día, o enojarse
porque discutimos con nuestros hermanos por pequeñeces y, por orgullo, no nos
acercamos a hablar. Muchas veces, las diferencias se generan por las distintas
formas de pensar, esto ocasiona una cierta rivalidad que nos lleva al
enfrentarnos y discutir entre nosotros. Nos quedamos en la bronca y en el juicio,
mientras seguimos criticando por detrás sin ser lo suficientemente maduros como
para arreglar el problema. Porque es más cómodo no hacer nada y seguir en lo
mismo, que tener gestos de Misericordia y Amor para con nuestro hermano. Porque
cuando nos llegue el gran momento de encontrarnos con Dios en el cielo, nuestro
Señor nos va a hacer la misma pregunta que le hizo a Caín: ¿Dónde está tu
hermano Abel? (Gn 4, 9). Y así, entender que a pesar de las desigualdades que
podemos tener, de los errores en lo que podemos caer, siempre tener presente
este hermoso acto de amor que nos invita Jesús, el de perdonar dejando de lado
lo sucedido y siendo nosotros responsables de que nuestro hermano no obre mal, hablando
constructivamente y con el simple y gran gesto de la oración por aquel que nos
ofendió. Para que no volvamos a caer en lo mismo, y así poder experimentar juntos el amor
misericordioso de Dios.
Si nos quedamos en el odio y en el mal, no logrando perdonar, ¿Qué diferencia
tendríamos con el otro? Tenemos que salir de ese estado de enojo y poder encontrar
ese Don del Perdón que se nos regaló, poder saber amar a nuestros enemigos y no
hacer lo mismo que los fariseos y escribas. Saber que no somos quienes para no
ofrecer el perdón a nuestros hermanos. Jesús nos pide que amemos a través de la Misericordia , que
seamos signos de amor con aquellas personas que nos hacen el mal; dando
testimonio de la luz y vida que se encuentra en el camino de Dios. Pidámosle a
Dios que podamos ser instrumentos de amor a través del perdón, con la certeza
de que es nuestro Padre, que nos ama y nos invita a encontrar la Felicidad , en este acto
puro y hermoso, como lo es el de saber
perdonar amando.
“Perdonen, y Dios los perdonará.” (Lc. 6, 37)
Joel Fostier
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