lunes, 14 de septiembre de 2015

200 años y a seguir caminando

Ya pasó poco más de una semana de la fiesta que nos congregó a más de diez mil jóvenes en la capital del país. En realidad éramos muchos más. Juan Bosco, el santo callejero, reunió a lo largo del tiempo y la eternidad, a través de todo el globo terráqueo, a incontables pibes y pibas, como aquellos gurises turinenses, allá por 1842, o tal vez a los muchachos mapuches de nuestra Patagonia a principios del siglo XX, y también a muchos chicos y muchas chicas de hoy en día, que a pesar de no estar presentes físicamente, se hicieron sentir a la distancia, su corazón latiendo al mismo compás.

Como fuimos compartiendo en la semana, hubo espacio para todo. Jugamos, rezamos, nos manifestamos, celebramos, y, fundamentalmente, nos encontramos. La emoción a flor de piel, esa sensación de sabernos hermanados al otro aunque sea la primera vez que lo vemos, esa euforia desatada generada por el afán de querer contarle a toda una ciudad, a todo un país, que hay un Dios que nos ama y que hay miles de pibas y pibes que pueden llevar ese Dios Padre y ese Dios Madre a toda una juventud herida de la misma manera que Don Bosco lo hizo.

Esto nos da una alegría inmensa, pero a la vez nos hace conscientes de una gran responsabilidad. Porque la verdadera locura no consta de haber copado Plaza de Mayo o de llenar el Luna Park hasta el último asiento, ni de haber poblado las obras salesianas de Capital realizando distintas actividades, sino que la verdadera locura está en reafirmar con acciones aquello que manifestamos en la marcha: que hay que ir al encuentro de los pibes y las pibas que están en riesgo, que los están matando, que les están robando la infancia y que, a lo mejor, nunca nadie les dijo que están para cosas más grandes que desperdiciar la vida.

Porque eso es lo que manifestamos en la marcha del sábado por la noche. Denunciamos a grito vivo lo que le duele a nuestra Argentina. Y entre tanta euforia, gritos enardecidos, banderas de colores ondeando, cantos, risas y saltos, descubrimos que aquella marcha guardaba algo de relación con la entrada triunfal de Jesús a Jerusalén (Mt. 21.1-11; Lc. 19.28-40; Jn. 12.12-19) Porque estábamos viviendo la alegría de la presencia de Cristo, la gratitud por la vida de Don Bosco, y la denuncia por la vida de tantos jóvenes que sufren. Todo esto frente a una multitud que también se acercó a ver qué pasaba, quiénes éramos y qué queríamos. Y muchos escucharon nuestro mensaje y probablemente estaban de acuerdo.

Pero no nos olvidemos de una cosa, unos días después de su entrada en Jerusalén, Jesús pasó por la experiencia de la cruz. Y entonces el recibimiento que le habían hecho días antes cobró un sentido mucho más fuerte, porque de no haber muerto en la cruz, la entrada a Jerusalén hubiera sido un lindo show. Sin cruz no hay redención. Y Jesús lo confirmó haciéndolo carne.

Entonces ahora, más que nunca, es nuestro momento de ir a hacer experiencia de cruz. Y esto consiste en ir donde los pibes y las pibas sufren, donde están en peligro, donde les imponen una cultura de la muerte, donde la droga tiene más valor que la vida. Ahí tenemos que ir a hacer cruz, para estar, acompañar, amar, para cuidar la vida y para gritar, como gritamos en la marcha, que hay un Dios que nos ama y que puede llenar una vida. Y tenemos que hacerlo en comunidad, juntos, animándonos a salir de la comodidad si todavía no lo hemos hecho, sabiendo que la experiencia de cruz es dolorosa, difícil, triste, desgarradora… pero liberadora al fin. Y necesaria, indispensable.  

Sólo de esa manera cobrará un verdadero sentido el “no podemos callar lo que hemos visto y oído” que proclamamos en la marcha. Porque eso fue lo que dijeron los apóstoles cuando salieron de la cárcel, después de haber sido golpeados, escupidos y humillados por evangelizar. Se juntaron, se miraron, así como estaban, y reafirmaron que, sin importar las consecuencias, debían seguir evangelizando. Y eso es a lo que debemos apostar nosotros, a seguir construyendo el Reino, porque no podemos callar las injusticias que vemos y oímos, las mismas injusticias que le hacían hervir la sangre a Jesús y a Juan Bosco, eso no lo podemos callar.

Entonces es tiempo de seguir caminando, celebrando estos doscientos años de la mejor manera, siendo fieles a Don Bosco y a Jesús yendo al encuentro de esos tantos jóvenes que son “hijos e hijas del viento”, porque no tienen a nadie. Rompiendo esquemas, olvidándonos que el apostolado “es un viernes o un sábado o un domingo” y que podemos hacernos presentes cualquier día en cualquier momento, porque nuestros pibes y nuestras pibas viven en un riesgo que no entiende de tiempos, que no espera, y que no le interesa si hoy o mañana juega o no el equipo del que somos hinchas. Estemos, para una charla, para jugar al fútbol, para cazar cuises, para tomar mates, para festejar cumpleaños, para rezar, para dar con esa palabra justa que abre el corazón. Estemos para amar.  

Este encuentro quedará en nuestras memorias por tanta emoción compartida, porque miles de corazones latían al mismo tiempo y hablaban el mismo idioma, porque nos encontramos, nos reunimos y marchamos con un grito como estandarte. Continuemos con la marcha que empezó aquella noche de sábado, y no la terminemos nunca.   



Mariano

CULTURA DE BARRO



2 comentarios:

  1. Qué bien expresado está, en este artículo, el sentimiento de muchos de los que fuimos al Encuentro del Bicentenario... "No podemos callar lo que hemos visto y oído", tenemos que redoblar nuestro compromiso con los jóvenes más pobres y seguir saliendo al encuentro de los últimos, de los marginados, de los excluidos, especialmente de los jóvenes más pobres, de aquellos por los cuales Don Bosco se jugó hasta la última gota de vida.
    El tiempo compartido en el EBic fue realmente un tiempo de Gracia, un regalo del Dios vivo que salió a nuestro en cada pibe, en cada historia, en cada momento compartido. De corazón espero para todos (porque lo espero para mí), que podamos abrir los ojos del corazón y así crecer en entrega y en radicalidad de opciones por los pibes que más necesitan del abrazo amoroso de Jesús y del nuestro.
    ¡Gracias por el testimonio que nos dan en cada artículo! Un abrazo,

    Emi.

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    1. Muchas gracias Emi por sumarte a la reflexión. Es tal como decís, esperemos que este Encuentro nos de la fuerza y el empuje para laburar y nos suscite la compasión para seguir encontrándonos con pibes y pibas que necesiten de nuestro testimonio. Nunca parece ser suficiente lo que hacemos pero, cada tanto, en algunos gestos pequeños, en algunas palabras sencillas, por medio de los otros, Dios nos regala una caricia al corazón y ahí entendemos que cosechamos lo que sembramos. Ojalá podamos seguir así. Te mando un fuerte abrazo.

      Mariano.

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