lunes, 30 de junio de 2014

Una propuesta de acercamiento a los jóvenes desde la zarza ardiente

 A partir del libro del Éxodo, capítulo 3.

Me parece oportuno desentrañar desde el pasaje bíblico del encuentro de Moisés con Dios por medio de la zarza ardiente, relatado en el libro del Éxodo, una pedagogía del acercamiento que tiene mucho para decirnos a nosotros, animadores y buscadores del encuentro con la realidad juvenil.

Para ubicar el pasaje bíblico en su contexto, podemos aportar como dato que los Israelitas viven en un clima de opresión por parte de Egipto, Dios se compadece, escucha el clamor de su pueblo y los va a ayudar para su liberación. Para esto, se va a valer de Moisés como instrumento.

Es interesante ver que Dios no nos salva con un control remoto o desde una PC, sino que se vale de sus hijos para obrar y hacer presente su Reino. Siendo Dios, elije lo más débil para actuar, confiándonos una misión. Podemos pensarnos como instrumentos de su amor para los jóvenes, especialmente para los más pobres, indignos de semejante gracia, pero confiados en el auxilio de nuestro Padre.

Moisés al observar la zarza ardiente que no se consume, se sorprende y se acerca, toma la iniciativa de salir al encuentro de ella. Podemos pensar hoy en la realidad de los jóvenes de nuestros apostolados y centrar la mirada en los acontecimientos que suceden en sus vidas. No podemos ser indiferentes ante el “espectáculo” que venden los medios, las problemáticas que los aquejan como las adicciones, el sin sentido, la explotación y violación de sus derechos, el acallamiento de sus voces. A su vez, no podemos ser indiferentes tampoco, ante la luz que brota en la oscuridad, las riquezas que esconden, la rebeldía y las utopías que los impulsan a superarse y transformar el mundo, la creatividad y la necesidad de expresarse por medio del arte por ejemplo. Es necesario dar el primer paso de acercamiento a los jóvenes como “espectáculo” que nos sorprende y cautiva, que nos fascina.

Esa fascinación, no lo deja a Moisés como un mero espectador detrás de la televisión, sino que lo impulsa a salir al encuentro, a acercarse, a romper las barreras que lo separan al fin y al cabo de Dios mismo. Lo desconocido, lo inseguro, lo no explorado, se vuelve suyo, se vuelve familiar y cercano. Se vuelve necesario pasar de una fascinación y un compromiso intelectual a una praxis comprometida, que no nos deje solamente en el escritorio, sino que nos haga salir al encuentro, salir a vernos cara a cara con ellos.

Luego se produce el diálogo, posterior al acercamiento. Diálogo que implica un “aquí estoy” de Moisés, diálogo que nos cuestiona acerca de nuestra disponibilidad para responder a Dios que llama a cada uno de nosotros por nuestro nombre. Es un “aquí estoy” que implica jugársela, comprometerse, hacerse cargo.

Sin embargo, no es una misión cualquiera, por eso hay que quitarse las sandalias. Descalzarnos implica quitar de nosotros nuestros prejuicios, nuestros miedos, nuestro orgullo. Quitarnos el protagonismo sabiendo que es Dios quien nos confía semejante regalo y misión. Implica que “nosotros disminuyamos para que Él crezca”, implica hacernos pequeños, abajarnos para dar paso al principio encarnatorio, liberarnos de nuestras ideas para hacer contacto con la realidad misma.

Dios elige a los jóvenes como instrumentos para revelarse, para transparentarse tal cual es, para mostrar su compasión por el pueblo sufriente, por la realidad juvenil más sufrida que llora desde el silencio y el olvido, la realidad de los jóvenes oprimidos y sin oportunidades, donde el sin sentido y la censura del deseo de un futuro mejor, son sus cruces cotidianas. Por eso Dios, con entrañas de Padre y Madre afirma que “yo he visto la opresión de mi pueblo (…) conozco muy bien sus sufrimientos (…) Por eso he bajado a librarlo del poder de los egipcios y a hacerlo subir, desde aquel país, a una tierra fértil y espaciosa, a una tierra que mana leche y miel”.

Ante semejante propuesta, es entendible que surja el miedo y la inseguridad. No debemos tener miedo a discutir con Dios, esgrimiendo la pregunta que nos pone a la defensiva: “¿Quién soy yo?”. Es la pregunta de Moisés, pero también es la pregunta de María antes de cantar el Magníficat, es la pregunta de Don Bosco ante la “Señora” que lo cuestiona. Sin embargo, es oportunidad para dar paso a la certeza de un Dios que no se borra, que no se queda sentado en un escritorio, un Dios con nosotros que responde “Yo estaré contigo”.


Los jóvenes son nuestra tierra sagrada, barro sagrado, al cual debemos acercarnos con cuidado, con delicadeza. Es tierra santa, se vuelven lugar teológico. Entrar en sus vidas es un privilegio, pero no es mérito nuestro, no es caer en el orgullo de considerarnos súper héroes, sino que es invitación y regalo de Dios, es don y tarea, es confianza del Padre que nos confía a sus jóvenes. No son nuestros, son de Él, por eso nos descalzamos. Los jóvenes se vuelven barro sagrado para caminar sobre Dios, para caminar en Dios.


Emiliano

CULTURA DE BARRO




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