“Y lo reconocieron al pisar el
barro…”, pero no sólo al pisarlo, sino también
al abrazarlo, al amarlo, al hacerlo propio. En el relato anterior, Josecito no
sólo se hizo cargo del barro, sino que no lo esquivó, al contrario, se sumergió
en él para descubrir la cultura de barro.
Creemos
que al andar se hace camino, creemos que la palabra de los jóvenes merece ser
pronunciada porque es válida y no debe mirársela a ésta, como subversiva,
rebelde, peligrosa, inexperta, juzgándola desde una perspectiva adulto-céntrica
que entienda al mismo como sujeto inmaduro, sujeto en transición, sujeto
incompleto.
Sintiendo
junto a los apóstoles (no creyéndonos tales, pero intentando imitarles en su
fe), “no podemos callar lo que hemos
visto y oído” (Hch. 4,20), lo que oímos y vemos, lo que queremos oír y ver.
Por eso este grito, es grito de denuncia, pero también grito de respuesta,
grito de vida y de esperanza, grito de un amor que se encuentra con el Amor y
desea encarnarse en acciones. Es desde este andar donde comienza a forjarse una
manera de ver la vida, de configurarnos como personas que queremos vivir con
los pies y las manos en el barro, pero porque nos sumergimos en él, con el
corazón en el cielo, inundados del compromiso y la entrega que despierta seguir
a Jesús, apasionado por la vida, profeta de la compasión.
Podríamos
pensar que Josecito es un “pobre loco” que está solo, que no va a poder cambiar
el mundo, es un “utópico”. Pero caminando por el barro sagrado nos damos cuenta
que no. Basta con adentrarnos más en lo que piensa para ver que sigue a un tipo
que hace más de dos mil años se la jugó por abrazar el barro y redimirlo, que
se abajó y se hizo uno de nosotros, que se animó a desafiar al sistema político
y religioso de su época sin utilizar la violencia, que logró hacer presente un
nuevo Reino con medios más eficaces que las balas y la represión: la compasión,
el amor y la solidaridad. Salta a nuestro encuentro también, la referencia a
otro muchacho llamado Juan Bosco, que entregó hasta su “último aliento” para la
promoción integral de tantísimos jóvenes que necesitaban un padre, amigo y
hermano que los acerque a Dios. Resulta entonces, que los sueños y las
búsquedas personales de Josecito, de repente se vuelven realidades y
cuestionamientos grupales, y es ahí donde comienza a gestarse la cultura de
barro.
Podemos
preguntarnos ¿por qué ha de configurarse una cultura de barro?, a lo cual podemos
responder con nuevas preguntas tales como: ¿por qué debemos adoptar una cultura
norteamericana?, ¿por qué debemos perder nuestras raíces culturales mediante un
proceso de “globalización” que en realidad es masificación o cosificación?,
¿por qué debemos asumir una cultura de muerte?, ¿por qué aceptamos una cultura
del “llame ya”, del facilismo y del consumo?, ¿por qué ser parte de una cultura
del relativismo y del acostumbrarse a la corrupción, a las desigualdades, entre
otras cosas?
Porque
no queremos ser cómplices de todo esto, nace la urgencia de alzar un grito de
renuncia a los valores anti evangélicos, que atentan contra el Reino y vuelven
inhumana la vida de tantos inocentes, y suena fuerte también, un nuevo grito
que reclama una cultura de pequeños gestos de amor, cultura de vida y
esperanza, que cree y está seguro que es posible la construcción de un mundo
mejor. Se trata de “vivir a fondo lo
humano e introducirse en el corazón de los desafíos como fermento testimonial,
en cualquier cultura, en cualquier ciudad” (Evangelii Gaudim, 75).
Creemos
que desde el barro podemos comenzar a moldearla. Encontramos en él, un elemento
sacramental, que nos remite a múltiples interpretaciones.
Puede
ser el barro un elemento que destruye (basta pensar en un alud), que sacude,
que ensucia, un elemento que molesta porque no se puede caminar bien encima de
él, se trata de esquivarlo y “saltar el charco”. Esta cultura quiere sacudir
esquemas rígidos que no permitan una vida digna, quiere ser incómoda para
aquellos que se empeñan en sembrar desesperanza, violencia, resignación y odio.
Cultura incómoda también para aquellos que adormecen las conciencias y
catalogan de soñadores a quienes creen que una vida conforme al evangelio es
posible.
Así
como destruye, el barro también construye. Con él se pueden llevar a cabo
construcción de viviendas, de hornos, de vasijas, de artesanías, entre otras
cosas posibles. No sólo se trata de una cuestión arquitectónica, sino que en
torno a él se generan lazos de interacción, de organización, de comunidad. Ésta
quiere ser una cultura donde todos somos importantes a los ojos de Dios, donde
nos sentimos hermanos porque el otro vale tanto como yo mismo. El amor regula
las relaciones y el Amor les da sentido. “Se
trata de aprender a descubrir a Jesús en el rostro de los demás, en su voz, en
sus reclamos. También es aprender a sufrir en un abrazo con Jesús crucificado
cuando recibimos agresiones injustas o ingratitudes, sin cansarnos jamás de
optar por la fraternidad” (Evangelii Gaudium, 91).
Otro
rasgo sacramental del barro es la sencillez que encierra, por ser un elemento a
tapar, que se esconde y se evita. Ante las propagandas masivas, los grandes
intereses y negocios, esta cultura se gesta desde el silencio, desde los
pequeños gestos de amor en lo cotidiano, de esos que se hacen con humildad sin
esperar nada a cambio y ayudan a construir un mundo mejor por insignificantes
que sean a los ojos de la sociedad.
La
fragilidad es característica: “nosotros
llevamos ese tesoro en recipientes de barro, para que se vea bien que este poder
extraordinario no procede de nosotros, sino de Dios” (2 Cor. 4, 7). No
encerramos a Jesús en una caja fuerte con contraseña, no lo aseguramos con una
póliza, sino que nos arriesgamos a llevarlo en una vasija, que ante cualquier
golpe se quiebra, pero lo llevamos con la confianza de sabernos acompañados y
cuidados, de saber que importa el contenido. Necesitamos la urgencia de
compartir semejante regalo.
Un
rasgo más, es ser elemento sagrado, barro sagrado. Barro que Dios mismo hace
para modelarnos uno a uno, barro que nos conecta con lo más profundo de nuestro
ser y nos hace elevar una oración agradecida por nuestra existencia. Barro que
nos hace identificarnos con nuestros hermanos, sabernos hijos de un mismo
Padre, barro que nos recuerda que fuimos hechos por hermosas manos que nos
empujan a construir el Reino. Estamos “llamados
a ser personas-cántaros [de barro] para
dar de beber a los demás. A veces el cántaro se convierte en una pesada cruz,
pero fue precisamente en la cruz, donde traspasado, el Señor se nos entregó
como fuente de agua vida. ¡No nos dejemos robar la esperanza!” (Evangelii
Gaudium, 86).
Por
todo esto, creemos que es necesario asumir que “los que más disfrutan de la vida son los que dejan la seguridad de la
orilla y se apasionan en la misión de comunicar vida a los demás”(Documento
de Aparecida, 360), por lo cual debemos adentrarnos al compromiso con la
cultura de barro, la cultura de los pequeños gestos de amor, de los sueños y
las utopías por un Reino presente que puede hacerse realidad, la cultura del
Evangelio mismo, que vuelva la vida más humana y más digna, que libere a los
oprimidos por tantas violencias a las que nos acostumbramos (droga, corrupción,
trata de personas, armas, violencia, indiferencia, etc.).
Emiliano
Cultura viva.
ResponderBorrarCultura fértil.
Cultura singular y plural.
Cultura recreable.
Cultura necesaria.
Que nos permita descubrir nuestra verdad más intima... Somos con los otros.