lunes, 26 de mayo de 2014

Forjando una cultura de barro


“Y lo reconocieron al pisar el barro…”, pero no sólo al pisarlo, sino también al abrazarlo, al amarlo, al hacerlo propio. En el relato anterior, Josecito no sólo se hizo cargo del barro, sino que no lo esquivó, al contrario, se sumergió en él para descubrir la cultura de barro.
Creemos que al andar se hace camino, creemos que la palabra de los jóvenes merece ser pronunciada porque es válida y no debe mirársela a ésta, como subversiva, rebelde, peligrosa, inexperta, juzgándola desde una perspectiva adulto-céntrica que entienda al mismo como sujeto inmaduro, sujeto en transición, sujeto incompleto.

Sintiendo junto a los apóstoles (no creyéndonos tales, pero intentando imitarles en su fe), “no podemos callar lo que hemos visto y oído” (Hch. 4,20), lo que oímos y vemos, lo que queremos oír y ver. Por eso este grito, es grito de denuncia, pero también grito de respuesta, grito de vida y de esperanza, grito de un amor que se encuentra con el Amor y desea encarnarse en acciones. Es desde este andar donde comienza a forjarse una manera de ver la vida, de configurarnos como personas que queremos vivir con los pies y las manos en el barro, pero porque nos sumergimos en él, con el corazón en el cielo, inundados del compromiso y la entrega que despierta seguir a Jesús, apasionado por la vida, profeta de la compasión.

Podríamos pensar que Josecito es un “pobre loco” que está solo, que no va a poder cambiar el mundo, es un “utópico”. Pero caminando por el barro sagrado nos damos cuenta que no. Basta con adentrarnos más en lo que piensa para ver que sigue a un tipo que hace más de dos mil años se la jugó por abrazar el barro y redimirlo, que se abajó y se hizo uno de nosotros, que se animó a desafiar al sistema político y religioso de su época sin utilizar la violencia, que logró hacer presente un nuevo Reino con medios más eficaces que las balas y la represión: la compasión, el amor y la solidaridad. Salta a nuestro encuentro también, la referencia a otro muchacho llamado Juan Bosco, que entregó hasta su “último aliento” para la promoción integral de tantísimos jóvenes que necesitaban un padre, amigo y hermano que los acerque a Dios. Resulta entonces, que los sueños y las búsquedas personales de Josecito, de repente se vuelven realidades y cuestionamientos grupales, y es ahí donde comienza a gestarse la cultura de barro.

Podemos preguntarnos ¿por qué ha de configurarse una cultura de barro?, a lo cual podemos responder con nuevas preguntas tales como: ¿por qué debemos adoptar una cultura norteamericana?, ¿por qué debemos perder nuestras raíces culturales mediante un proceso de “globalización” que en realidad es masificación o cosificación?, ¿por qué debemos asumir una cultura de muerte?, ¿por qué aceptamos una cultura del “llame ya”, del facilismo y del consumo?, ¿por qué ser parte de una cultura del relativismo y del acostumbrarse a la corrupción, a las desigualdades, entre otras cosas?

Porque no queremos ser cómplices de todo esto, nace la urgencia de alzar un grito de renuncia a los valores anti evangélicos, que atentan contra el Reino y vuelven inhumana la vida de tantos inocentes, y suena fuerte también, un nuevo grito que reclama una cultura de pequeños gestos de amor, cultura de vida y esperanza, que cree y está seguro que es posible la construcción de un mundo mejor. Se trata de “vivir a fondo lo humano e introducirse en el corazón de los desafíos como fermento testimonial, en cualquier cultura, en cualquier ciudad” (Evangelii Gaudim, 75).

Creemos que desde el barro podemos comenzar a moldearla. Encontramos en él, un elemento sacramental, que nos remite a múltiples interpretaciones.

Puede ser el barro un elemento que destruye (basta pensar en un alud), que sacude, que ensucia, un elemento que molesta porque no se puede caminar bien encima de él, se trata de esquivarlo y “saltar el charco”. Esta cultura quiere sacudir esquemas rígidos que no permitan una vida digna, quiere ser incómoda para aquellos que se empeñan en sembrar desesperanza, violencia, resignación y odio. Cultura incómoda también para aquellos que adormecen las conciencias y catalogan de soñadores a quienes creen que una vida conforme al evangelio es posible.

Así como destruye, el barro también construye. Con él se pueden llevar a cabo construcción de viviendas, de hornos, de vasijas, de artesanías, entre otras cosas posibles. No sólo se trata de una cuestión arquitectónica, sino que en torno a él se generan lazos de interacción, de organización, de comunidad. Ésta quiere ser una cultura donde todos somos importantes a los ojos de Dios, donde nos sentimos hermanos porque el otro vale tanto como yo mismo. El amor regula las relaciones y el Amor les da sentido. “Se trata de aprender a descubrir a Jesús en el rostro de los demás, en su voz, en sus reclamos. También es aprender a sufrir en un abrazo con Jesús crucificado cuando recibimos agresiones injustas o ingratitudes, sin cansarnos jamás de optar por la fraternidad” (Evangelii Gaudium, 91).

Otro rasgo sacramental del barro es la sencillez que encierra, por ser un elemento a tapar, que se esconde y se evita. Ante las propagandas masivas, los grandes intereses y negocios, esta cultura se gesta desde el silencio, desde los pequeños gestos de amor en lo cotidiano, de esos que se hacen con humildad sin esperar nada a cambio y ayudan a construir un mundo mejor por insignificantes que sean a los ojos de la sociedad.

La fragilidad es característica: “nosotros llevamos ese tesoro en recipientes de barro, para que se vea bien que este poder extraordinario no procede de nosotros, sino de Dios” (2 Cor. 4, 7). No encerramos a Jesús en una caja fuerte con contraseña, no lo aseguramos con una póliza, sino que nos arriesgamos a llevarlo en una vasija, que ante cualquier golpe se quiebra, pero lo llevamos con la confianza de sabernos acompañados y cuidados, de saber que importa el contenido. Necesitamos la urgencia de compartir semejante regalo.

Un rasgo más, es ser elemento sagrado, barro sagrado. Barro que Dios mismo hace para modelarnos uno a uno, barro que nos conecta con lo más profundo de nuestro ser y nos hace elevar una oración agradecida por nuestra existencia. Barro que nos hace identificarnos con nuestros hermanos, sabernos hijos de un mismo Padre, barro que nos recuerda que fuimos hechos por hermosas manos que nos empujan a construir el Reino. Estamos “llamados a ser personas-cántaros [de barro] para dar de beber a los demás. A veces el cántaro se convierte en una pesada cruz, pero fue precisamente en la cruz, donde traspasado, el Señor se nos entregó como fuente de agua vida. ¡No nos dejemos robar la esperanza!” (Evangelii Gaudium, 86).

Por todo esto, creemos que es necesario asumir que “los que más disfrutan de la vida son los que dejan la seguridad de la orilla y se apasionan en la misión de comunicar vida a los demás”(Documento de Aparecida, 360), por lo cual debemos adentrarnos al compromiso con la cultura de barro, la cultura de los pequeños gestos de amor, de los sueños y las utopías por un Reino presente que puede hacerse realidad, la cultura del Evangelio mismo, que vuelva la vida más humana y más digna, que libere a los oprimidos por tantas violencias a las que nos acostumbramos (droga, corrupción, trata de personas, armas, violencia, indiferencia, etc.).


Emiliano

CULTURA DE BARRO







1 comentario:

  1. Cultura viva.
    Cultura fértil.
    Cultura singular y plural.
    Cultura recreable.
    Cultura necesaria.

    Que nos permita descubrir nuestra verdad más intima... Somos con los otros.

    ResponderBorrar