lunes, 28 de septiembre de 2015

Bajar de la cruz a los pibes crucificados (o vivir en el intento)

El lunes pasado se hizo memoria de una de las fiestas más celebradas por el pueblo sencillo de nuestra querida Latinoamérica: la exaltación de la cruz. Mientras rezaba a la mañana se me vino a la cabeza el título de uno de los primeros libros de teología que un salesiano amigo me prestó para leer: “El principio misericordia: bajar de la cruz a los pueblos crucificados”. Intentando bajarlo a mi cotidianeidad es que empecé a repetir una y otra vez algo así como: “Jesús, ayudanos a bajar a los pibes y a las pibas de las cruces que les atan la dignidad de su vida”.

Mientras iba repitiendo se me cruzaban por el corazón algunos rostros y nombres de pibes de los oratorios o de la cárcel con los cuáles compartimos la vida y que día a día tienen que luchar para poder cargar su pesada cruz a la que pareciera están ya clavados (y estoy seguro de que a vos también se te vienen muchos chicos a la cabeza). También se cruzaban muchas de esas situaciones tan complejas que verdaderamente los tienen esclavizados, presos, atados y los obligan a navegar en un mar de sin sentidos en el que es muy difícil permanecer a flote (y acá probablemente de vuelta aparezcan dando vueltas una bocha de realidades complejas que forman parte de la cotidianeidad de los pibes).

La verdad es qué me invadió una ola de pesimismo y desesperanza. Rumiaba la historia personal de algunos de esos guachines y lo cierto es que muchas de ellas vislumbraban un rumbo muy difícil de torcer. A veces llegamos tarde…a veces lo que hacemos no alcanza… a veces otros llegan antes que nosotros…a veces los condicionamientos son muy fuertes…a veces surge un panorama desolador que hasta puede hacer que la certeza del Reino empiece a perder sentido.

Pero no. Los cristianos no estamos llamados a ser profetas de calamidad ni testigos de desgracias. El Reino es utopía esperanzada. El reino es profecía optimista. El Reino es lucha cotidiana que siempre mira hacia adelante con alegría y entusiasmo. ¿Entonces? ¿Qué onda con todo esto? ¿Vale la pena? ¿Por qué seguimos? y mientras pasaban los minutos de la mañana se me cruzaban por la cabeza y el corazón dos grandes actitudes para enfrentar el fantasma de la tristeza y que me ayudaban a seguir confiando en el anuncio del Dios de la vida -y así seguir apostando por su proyecto de amor, de misericordia, de solidaridad y de justicia con los más vulnerables de nuestra sociedad-

La primera es seguir jugándose la vida cotidiana por la plenitud de los pibes. ¿Para qué sirve un rato de oratorio los sábados si el resto de los días siguen viviendo en la misma situación de mierda? ¿De qué sirve el amor y el cariño qué le tenés si ni su propia familia le da pelota? Personalmente, muchas veces me cuestionaron con esas preguntas. Y mi respuesta cada vez fue adquiriendo más certezas: para mucho. El oratorio muchas veces es la única posibilidad de una vida distinta que se le cruza al pibe. Tu abrazo, tu “te quiero”, tu sonrisa o tus mates por ahí es el único gesto de amor que tuvo en toda la semana… y ese único gesto es el que les hace descubrir la posibilidad real del amor… y esa única opción que parece tan chiquita en tiempo y espacio es tal vez la que les hace darse cuenta de qué es posible una vida distinta. Eso es una semilla que se siembra…y que (cómo el Reino), aunque muchas veces no lo veamos, va creciendo y lograr dar fruto. La naturaleza es sabia y sabemos que el invierno, dónde nada parece crecer, en realidad se están echando las raíces. Por más que sea un solo pibe al que el oratorio, el bata o el grupo le tocó el corazón, ese pibe es el mismo Dios al que ayudaste a bajar de la cruz…y que tal vez el día de mañana pueda ayudar a otros.

También pensaba en María. No podemos ser necios y tenemos que admitir que muchas veces la realidad nos excede y por más fuerza que hagamos no podemos ayudarlos a bajar de la cruz (cómo tampoco pudo ni quiso bajarse el mismo Jesús)…y ante todo eso estaba la Madre bancándole los trapos hasta lo último de lo último, haciendo suyo cada dolor, limpiando cada lágrima, escuchando cada grito, compadeciéndose de todo y pasando las cosas por su corazón. En todas esas veces donde no podamos hacer nada, tal vez tendremos que estar hasta lo último como hizo ella y tratar de, en medio de todo ese dolor que tal vez no se pueda ir, ser signos de la misericordia y el consuelo infinito de Dios. No podremos bajarlos, pero trataremos de compartir su cruz, de llevarla juntos y de alivianarla lo más posible.

Terminaba la oración y me iba cada vez más convencido de que todo esto vale la pena. Una vida cristiana y salesiana sólo tiene sentido si la implicamos toda en bajar de la cruz a esos pibes y a esas pibas crucificados por el modelo de vida que elegimos para nuestro mundo… y si no lo podemos bajar, viviremos en el intento de mostrarles en gestos y acciones concretos, cotidianos y sencillos que Dios no los va a dejar nunca solos y que los ama parcial y comprometidamente.


Mauro

CULTURA DE BARRO



5 comentarios:

  1. Es hermoso lo que escribiste Mauro! Saludos desde Tucumán. Pablo

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  2. Muy lindo Mauro lo que compartis... esta bueno ver como abris la bocha y calmas sentimientos.... un abrazo enorme Seba, Lore, Venancio y Pedro

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  3. Que hermoso Mauro, y que fuerte ! Me anima mucho a querer jugarmela por esos jovenes, sintiendome parte del Reino de Dios, cosechando un corazón lleno de alegria para salir al encuentro y ser SIGNO del gran amor que Dios nos tiene!!! Y así como Mamá Maria, poder estar al pie de la cruz!!! Rocío

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  4. que genial publicación... nunca hay que perder la esperanza...!!!

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