lunes, 5 de octubre de 2015

Que el Oratorio se vuelva esquina...

Un grupo de pibes todos juntos. Gorritas con viseras anchas, pantalones deportivos, camisetas de fútbol, algunos tatuajes, ronda en torno al fueguito, acordes que zigzaguean entre el rap y el cuarteto, cigarros y una cerveza… La esquina. A un poco más de 20 pasos está el comedor del barrio, y los sábados, el Oratorio. Desde acá los miro, ellos allá y yo acá.

Un saludo, un par de cruces de miradas. No puedo decir nada, solamente acercarme y ver qué onda. Me acerco descalzo a pisar tierra sagrada (Ex. 3, 5), y ¡como duele! Como Moisés voy descalzo y en el piso hay vidrios, hay porro, sin sentido, historias duras, pibes inexistentes para el sistema, pero que ahí están, me miran con sus ojos vidriosos, me cuestionan, me desinstalan del rol del súper misionero evangelizador que se las sabe todas. Todo bien con la opción preferencial por los más pobres, pero así mismo me hacen preguntar ¿dónde está Dios?, ¿se olvidó de estos pibes?

Nos vamos conociendo de a poco. Nos integran a la ronda. Reímos juntos, charlamos un rato del fútbol, la resaca, cuánto pega el sol o el pedazo de frio que hace, los bailes de la Mona o los temas de “rimando entre versos”, los resultados del fin de semana, los abusos de la policía, lo genio que es Tevez volviendo a Boca y la vida misma que se comparte. Estos momentos poco a poco se vuelven ritual. 

Sin embargo me asalta una pregunta que me hace muchísimo ruido: ¿y ahora qué?, ¿qué propongo?, ¿qué hacemos?, ¿Dios?, ¿solamente estar? Creo encontrar una pregunta que engloba al resto: ¿los invito al Oratorio? Y así arrancan nuevamente… ¿Qué es el Oratorio?, ¿está a 20 pasos el Oratorio? Un poco confundido puedo vislumbrar algunas otras ideas. 

Dios no mira la tele, no publica por Facebook, no manda WathsApp, no maneja los hilos por medio de un control remoto. No. ¿Puede hacerlo? Sí, es Dios, pero no quiere. Bajó en pañales, en la clandestinidad, hijo de una mamá adolescente que no estaba casada, entre animales y en un rancho, escondido y entre pastores no tan reconocidos por ser buena gente. ¡Ahí se metió Dios, ahí abrazó a la humanidad! Hoy creo que se abaja, se hace pibe, se calza una gorrita y la camiseta del Chelsea, se toma una birra entre amigos en una esquina y de ahí nos mira desafiantes, te mira, me mira, nos cuestiona, no nos deja ilesos (Jn. 1, 14).

Pienso en Don Bosco y sus pibes. Las calles fueron el primer patio, no esperó que se le acerquen, salió a patear los barrios, visitó seguramente las esquinas. Abrazó el dolor y los fue a ver a las cárceles, a sus lugares de trabajo. ¿Cuándo?, ¡AHORA MISMO!, le respondió a Bartolomé Garelli y así arrancó todo… No hay muchas vueltas, Dios pasa y el tiempo es hoy, ahora, ya. Te golpea la puerta y te llama (Ap. 3, 20). Los pibes hoy están sentados ahí, mañana no sé. La vida es tan áspera con algunos que solamente se vive y se celebra hoy. 

Miro un poco más acá en el tiempo y me sorprende muchísimo el papa Francisco. Me cuestiona un poco todo el tema de ir a las periferias, porque me saca de mis esquemas, me hace tener que renunciar a mis proyectos, mis ideas, mis opciones, me hace renunciar al “mis”. Menos yo, más Dios, menos yo, más el Otro, menos yo, más los pibes y las pibas. Ir a las periferias no es tan sencillo, es animarse a jugar de visitante con cancha llena, pero es la invitación, es el desafío. Hacer del Oratorio, el Bata, la Escuadra, la Catequesis, u otras propuestas, no un lugar puertas adentro, sino un camino hacia afuera. Ir donde están los pibes y no tanto quedarse esperando. 

Y así la esquina se vuelve lugar teológico, se vuelve tierra sagrada. La esquina se vuelve casa que da seguridad, los pibes se convierten en hermanos, te da una familia, te acepta como sos, te hace el aguante el rato que necesites y no te falla, te hace reír un rato, respeta tus silencios, te saluda y te improvisa una charla al paso. No tiene puertas de entrada ni de salida.

Quizás la cosa venga por ahí, buscar en la calle, en la esquina, a Dios que se esconde y nace continuamente entre los pibes, entre “los gorritas”. Salir más y esconderse menos, ceder la localía y jugar de visitante. Bancarse la tribuna visitante que está hasta las manos: llena de prejuicios, de estigmatizaciones, de un sistema violento que excluye y esconde a los más pobres, de espiritualidades preocupadas solamente por el “más allá” y con los pies bien lejos del “más acá”, de medios de comunicación cómplices con la injusticia, entre otros personajes que no podían faltar a este difícil partido por la Vida. 

Quizás se trata de encarnar con obras concretas en nuestros apostolados, las palabras que el Padre Pascual Chávez, uno de los sucesores de Don Bosco, nos dice a todos: “Quedando cerrados en nuestras obras, el riesgo es creernos vivos pastoralmente, mientras que estamos muriendo de asfixia. Los jóvenes, en primer lugar los que no nos buscan y vagan sin brújula en la vida, son nuestra patria, nuestra misión”.

Pese a las adversidades y los bajones, lo desafiante y lo complejo, los miedos y las certezas, quizás se trate de descubrir el rostro de Dios que camina por la calle y correr a su encuentro para abrazarlo cueste lo que cueste. Así nació el Oratorio…

Al fin de cuentas, ¿no será que el desafío es hacer que Oratorio se vuelva esquina, o todas las esquinas se vuelvan Oratorio?


Emiliano

CULTURA DE BARRO




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