Partimos
desde una frase que no es un puro slogan o una frase comercial. Partimos del
grito de algunos jóvenes que en una tarde de apostolado, cabizbajos y
pensativos, no podían comprender que con el correr de los días, un puñado de amigos
y amigas de ellos dejaban esta vida por causa de la violencia, del gatillo
fácil. Ya son cuatro en el barrio, en menos de un mes.
Esta
situación, y la frase textual pronunciada por ellos que titula la reflexión,
nos hace cuestionar acerca de nuestra inserción, nuestras propuestas y las
prácticas pastorales que llevamos a cabo semana a semana. Queremos repensar
nuestra presencia y nuestras respuestas, ante una realidad que nos interpela y
pone en tensión la validez de nuestras propuestas. Por eso esta reflexión, es
más bien un disparador con muchas preguntas, que esperemos sirvan para
resignificar o repensar algunas cosas.
En primer
lugar reconocemos diversos tipos de violencias que afectan a la vida del
apostolado. En algunos casos resulta de carácter físico y explícito, pero otras
veces, la violencia impuesta se ejerce de manera sutil.
Reconocemos
hoy una pérdida de valor por la vida, donde cualquiera puede poner fin a la de
un par, convirtiéndose en amo y señor. Es desgarrador pensar que las
diferencias, los reproches, los malentendidos, un robo, pueden terminar con la
vida de un ser humano. Quizás no tengamos los ojos suficientemente abiertos
para abrazar y encontrar un sentido a la vida que nos permita tener alguna
causa digna por la cual gastar la vida, entregarla, jugársela. Y desde esto que
podamos preguntarnos: ¿cuánto ayudamos a nuestros jóvenes a que descubran el
sentido de sus vidas?, ¿qué herramientas y espacios les brindamos para reflexionar
sobre sus proyectos de vida?, ¿qué tan educativos son nuestros ambientes y
nuestras relaciones para aprender a valorarme como persona y a su vez, aceptar
la diversidad (y oportunidad) que es el hermano?, ¿cuánto tienen nuestras
propuestas de ayuda para que la vida de nuestros jóvenes sea digna de ser
vivida?, ¿qué hacemos para que la vida no sea un mero sobrevivir?, ¿de qué
manera enseñamos a resolver los conflictos?
Como ya
dijimos, muchas veces son las balas quienes hacen daño, pero tanto o más, hace
el “porro”, por ejemplo, que se convierte en moneda corriente, que se
naturaliza, abriendo la puerta a un camino del cual es difícil regresar. La
droga está presente en la vida de los pibes, y podemos preguntarnos: ¿qué lugar
ocupa este tema en nuestras planificaciones?, ¿es parte de nuestros itinerarios
formativos?, ¿cómo podemos llegar antes?, ¿cómo acompañar a quienes están
involucrados en adicciones?, ¿cómo hacer más digna la vida de quienes ya están
sufren secuelas imborrables?, ¿es un tema que podemos sacar a la luz o nos
embanderamos en un silencio cómplice para no tener complicaciones?
Si bien en
algún momento compartimos un relato y reflexionábamos sobre el tema de los
prejuicios y las categorizaciones, en medio de la bronca y desazón de los
jóvenes también aparecía esto como una forma de violencia, y por ende, de
queja. Se vuelve difícil llevar el nombre de determinado barrio en el
documento, cuesta horrores recuperar la credibilidad luego de cargar con
antecedentes policiales, se hace difícil recibir una digna educación si te
quedaste varias veces. También sos candidato a ser parte de un show de
detención (degradación, humillación para todo público) si salís a caminar de
gorrita y pantalones anchos. De aquí que nos preguntemos: ¿qué mirada sobre la
realidad hacemos en nuestros grupos?, ¿con qué ojos miramos a nuestros
jóvenes?, ¿los más vulnerables son problemas u oportunidades?, ¿qué tan
dignificadoras son nuestras propuestas?, ¿son nuestros grupos lugares donde la
diversidad pueda reinar generando un clima de libre acogida?, ¿qué requisitos
ponemos a los jóvenes que quieren entrar a nuestros grupos?, ¿estamos al igual
que Don Bosco, con los últimos, con quienes menos oportunidades de promoción
tienen?
Pueden estas
reflexiones sonar pesimistas, quizás sea tristeza, pero no son más que
preguntas ante la desesperación e impotencia que genera descubrir que nuestro
apostolado no es ajeno a todo esto. Por lo cual es cuestionable cuánto tiempo
pasamos preocupándonos y debatiendo acerca de si hacemos el “iepo e tata iepo”
o “vengan a ver mi granja”, si el color de la bandera es verde o roja, entre
otras cosas, en lugar de cuestionarnos sobre interrogantes más profundos que al
fin y al cabo son urgentes responder, si nuestro seguimiento de Cristo tiene
pretensiones de radicalidad. Cuándo las balas, las drogas, la violencia u otras
situaciones de dolor y tensión rozan la vida del apostolado, son los momentos
donde estos interrogantes afloran, por eso desde allí van estos
cuestionamientos.
Basta pensar
en Jesús, quien se hizo carne, abrazó el dolor, las miserias humanas, lloró, se
enfrentó a la muerte, tuvo miedo, dudó, curó, besó, sanó, experimentó la
compasión, dio de comer, en fin, se hizo cargo de todo lo humano, para luego,
hacerse palabra, y anunciar al Reino que llegaba. Que nuestras propuestas
puedan también encarnarse, abrazar toda la realidad, para desde allí gestar el
Reino que florece y echa raíces cuando la realidad parece totalmente adversa.
¡Señor danos
fuerzas para no mirar el partido desde las tribunas, para no mirar la realidad
y el dolor de los pibes desde afuera; danos fuerzas para jugar desde adentro,
para desde esas heridas hacer experiencia de Vos, de tu amor y tu compasión!
¡Danos la gracia de no acostumbrarnos a la muerte injusta, de no ser cómplices
con nuestro silencio! ¡Jesucristo, Señor de la historia, te necesitamos!
Emiliano
CULTURA DE BARRO
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