martes, 16 de septiembre de 2014

Están matando a nuestros pibes

Partimos desde una frase que no es un puro slogan o una frase comercial. Partimos del grito de algunos jóvenes que en una tarde de apostolado, cabizbajos y pensativos, no podían comprender que con el correr de los días, un puñado de amigos y amigas de ellos dejaban esta vida por causa de la violencia, del gatillo fácil. Ya son cuatro en el barrio, en menos de un mes.

Esta situación, y la frase textual pronunciada por ellos que titula la reflexión, nos hace cuestionar acerca de nuestra inserción, nuestras propuestas y las prácticas pastorales que llevamos a cabo semana a semana. Queremos repensar nuestra presencia y nuestras respuestas, ante una realidad que nos interpela y pone en tensión la validez de nuestras propuestas. Por eso esta reflexión, es más bien un disparador con muchas preguntas, que esperemos sirvan para resignificar o repensar algunas cosas.

En primer lugar reconocemos diversos tipos de violencias que afectan a la vida del apostolado. En algunos casos resulta de carácter físico y explícito, pero otras veces, la violencia impuesta se ejerce de manera sutil.

Reconocemos hoy una pérdida de valor por la vida, donde cualquiera puede poner fin a la de un par, convirtiéndose en amo y señor. Es desgarrador pensar que las diferencias, los reproches, los malentendidos, un robo, pueden terminar con la vida de un ser humano. Quizás no tengamos los ojos suficientemente abiertos para abrazar y encontrar un sentido a la vida que nos permita tener alguna causa digna por la cual gastar la vida, entregarla, jugársela. Y desde esto que podamos preguntarnos: ¿cuánto ayudamos a nuestros jóvenes a que descubran el sentido de sus vidas?, ¿qué herramientas y espacios les brindamos para reflexionar sobre sus proyectos de vida?, ¿qué tan educativos son nuestros ambientes y nuestras relaciones para aprender a valorarme como persona y a su vez, aceptar la diversidad (y oportunidad) que es el hermano?, ¿cuánto tienen nuestras propuestas de ayuda para que la vida de nuestros jóvenes sea digna de ser vivida?, ¿qué hacemos para que la vida no sea un mero sobrevivir?, ¿de qué manera enseñamos a resolver los conflictos?

Como ya dijimos, muchas veces son las balas quienes hacen daño, pero tanto o más, hace el “porro”, por ejemplo, que se convierte en moneda corriente, que se naturaliza, abriendo la puerta a un camino del cual es difícil regresar. La droga está presente en la vida de los pibes, y podemos preguntarnos: ¿qué lugar ocupa este tema en nuestras planificaciones?, ¿es parte de nuestros itinerarios formativos?, ¿cómo podemos llegar antes?, ¿cómo acompañar a quienes están involucrados en adicciones?, ¿cómo hacer más digna la vida de quienes ya están sufren secuelas imborrables?, ¿es un tema que podemos sacar a la luz o nos embanderamos en un silencio cómplice para no tener complicaciones?

Si bien en algún momento compartimos un relato y reflexionábamos sobre el tema de los prejuicios y las categorizaciones, en medio de la bronca y desazón de los jóvenes también aparecía esto como una forma de violencia, y por ende, de queja. Se vuelve difícil llevar el nombre de determinado barrio en el documento, cuesta horrores recuperar la credibilidad luego de cargar con antecedentes policiales, se hace difícil recibir una digna educación si te quedaste varias veces. También sos candidato a ser parte de un show de detención (degradación, humillación para todo público) si salís a caminar de gorrita y pantalones anchos. De aquí que nos preguntemos: ¿qué mirada sobre la realidad hacemos en nuestros grupos?, ¿con qué ojos miramos a nuestros jóvenes?, ¿los más vulnerables son problemas u oportunidades?, ¿qué tan dignificadoras son nuestras propuestas?, ¿son nuestros grupos lugares donde la diversidad pueda reinar generando un clima de libre acogida?, ¿qué requisitos ponemos a los jóvenes que quieren entrar a nuestros grupos?, ¿estamos al igual que Don Bosco, con los últimos, con quienes menos oportunidades de promoción tienen?

Pueden estas reflexiones sonar pesimistas, quizás sea tristeza, pero no son más que preguntas ante la desesperación e impotencia que genera descubrir que nuestro apostolado no es ajeno a todo esto. Por lo cual es cuestionable cuánto tiempo pasamos preocupándonos y debatiendo acerca de si hacemos el “iepo e tata iepo” o “vengan a ver mi granja”, si el color de la bandera es verde o roja, entre otras cosas, en lugar de cuestionarnos sobre interrogantes más profundos que al fin y al cabo son urgentes responder, si nuestro seguimiento de Cristo tiene pretensiones de radicalidad. Cuándo las balas, las drogas, la violencia u otras situaciones de dolor y tensión rozan la vida del apostolado, son los momentos donde estos interrogantes afloran, por eso desde allí van estos cuestionamientos.

Basta pensar en Jesús, quien se hizo carne, abrazó el dolor, las miserias humanas, lloró, se enfrentó a la muerte, tuvo miedo, dudó, curó, besó, sanó, experimentó la compasión, dio de comer, en fin, se hizo cargo de todo lo humano, para luego, hacerse palabra, y anunciar al Reino que llegaba. Que nuestras propuestas puedan también encarnarse, abrazar toda la realidad, para desde allí gestar el Reino que florece y echa raíces cuando la realidad parece totalmente adversa.

¡Señor danos fuerzas para no mirar el partido desde las tribunas, para no mirar la realidad y el dolor de los pibes desde afuera; danos fuerzas para jugar desde adentro, para desde esas heridas hacer experiencia de Vos, de tu amor y tu compasión! ¡Danos la gracia de no acostumbrarnos a la muerte injusta, de no ser cómplices con nuestro silencio! ¡Jesucristo, Señor de la historia, te necesitamos!


Emiliano

CULTURA DE BARRO





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