lunes, 29 de septiembre de 2014

Cuando estar es amar

-¿Qué hacés acá? ¿Para qué venís? – preguntó Alan con un dejo de curiosidad en su voz. 

La pregunta tomó totalmente por sorpresa a Eduardo que no supo que contestar.

-Sí, ¿para qué venís acá? – continuó Alan –. Con la moto que tenés podrías irte a la costa, al parque, a cualquier otro lugar, menos acá – puntualizó mientras señalaba el barrial en que se había convertido la villa tras la lluvia del día anterior.

Y Eduardo, todavía sorprendido por la pregunta del chico de 10 años, contestó con la verdad propia de los que hablan con el corazón: “Vengo para estar con ustedes”.

Bien podría ser esto un relato de ficción. Pero no lo fue. Eduardo se enfrentó a la pregunta que un pibe del oratorio, desde su más sincera curiosidad, le lanzó con brusquedad. En un primer momento parecería que le dio una respuesta superficial, pero cuando lo pensamos con detenimiento, aquellas palabras encierran una densidad difícil de explicar. Como dice Meana en su canción titulada “no puedo creer en el amor del que no está”, estar es amar. Estar, en este caso, es amar, cuando se hace una opción, cuando dejamos de lado otras actividades para compartir la vida en el apostolado. Estar es amar cuando nuestra presencia educa, es ejemplo, es testimonio; cuando nuestros propios actos evidencian la sacralidad de la vida del otro. Así como Eduardo, vamos al oratorio o al grupo para encontrarnos, para estar con ese otro, para moldear en el barro el cambio que queremos ver en el mundo. Es ahí donde se da la cultura del encuentro, en el estar con el otro, de manera sencilla, desinteresada; sólo por el hecho de querer compartir la vida.

En reflexiones anteriores, invitábamos a que pensemos juntos qué clase de presencia llevamos a cabo en nuestros apostolados, es decir, a repensar nuestras propuestas para que sean siempre acordes a los gritos de los jóvenes, a reflexionar cómo podemos acompañarlos en sus caminos de aciertos y desaciertos, de tropiezos y triunfos.

Todo esto apunta a preguntarnos por el estar. Es decir, ¿por qué estamos en el apostolado? ¿Qué es lo que nos motiva? ¿De qué manera lo hacemos? ¿Cómo nos acercamos a las distintas personas con las que nos encontramos allí? ¿Qué hacemos para que nuestro apostolado sea un lugar de genuino encuentro? ¿Somos testimonio? ¿Nuestra presencia educa? Y preguntarnos por nuestra presencia educadora implica, también, preguntarnos por el carácter de la educación en el apostolado. En una educación popular, en contextos de riesgo, educar, fundamentalmente, es ayudar a constituir identidades. Es decir, ayudar a formar una mirada del mundo, una manera de comprender el mundo, una valoración del mundo, un posicionamiento ante el mundo, un modo de pararse, relacionarse y actuar en el mundo, con una actitud esperanzadora y combativa, con una actitud que grite desde las profundidades del alma: yo puedo. Con una actitud consciente de los condicionamientos, pero que niegue los determinismos del “vos no podes”, “vos no servís”, “vos no sabes”, para que, aún en medio de tanta muerte, se pueda afirmar y celebrar la vida.

Podemos hacer del estar un amar, con un amor hecho presencia que se encarna en la historia, en la mía, en la tuya, en la de todos y que nos hermana, porque es el mismo amor de Dios Padre y Madre que decidió sumergirse en nuestra historia a través de Jesús.

- Vengo para estar con ustedes  - había dicho Eduardo.

Alan no contestó. Dio media vuelta y se fue, pero con una caricia en el alma. 


Mariano

CULTURA DE BARRO






No hay comentarios.:

Publicar un comentario