Luego de
todas las actividades pastorales de verano, colonias de vacaciones, espacios de
formación, misiones, campamentos juveniles, oratorios de verano, entre otras
cosas, es bueno parar un poco y detenerse a contemplar lo vivido, para
agradecer el presente y proyectar el futuro.
Podemos
pensar nuestras prácticas pastorales desde tres acciones: el embarrarnos,
contemplar el barro y seguir andando.
Embarrarse: Sin dudas que al participar
y enfrentarnos con alguna práctica pastoral podemos transitarla de diversas
maneras. Podemos vivirla desde lejos como quien calcula un charco para
esquivarlo, pegar un salto pasando rápidamente por arriba y lejos del barro, o
podemos aventurarnos a pisar el barro, transitándolo de tal manera que sea
imposible no embarrarse, haciendo experiencia, echando raíces, involucrándonos
y comprometiéndonos.
De vivencias
superficiales y desentendidas, solo pueden quedar como bellos recuerdos algunas
fotos lindas, anécdotas graciosas, cantar saltando alguna canción, entre otras
cosas que tarde o temprano se olvidarán o pasarán. En cambio, de vivencias
comprometidas podemos recoger las manchas de barro y volverlas aprendizaje para
la vida.
Embarrarse
es “abajarse” a la realidad, dejarse transformar por la experiencia, aprender
de los demás, sentir que el corazón late al compás del compartir, ser feliz en
el dar, abrazar la realidad con sus límites y sus riquezas. Es dar lo mejor de
uno en cada momento, es poner al otro en el centro, es creer que Dios habita
entre los más pequeños y allí nos espera.
Podemos
preguntarnos: ¿cómo he vivido las actividades pastorales de verano?, ¿cómo ha
sido mi compromiso en ellas?, ¿fue un animador jugado o un turista
privilegiado?, ¿qué recuerdos son los que más me hacen vibrar?, ¿pude echar
raíces en el apostolado o pasé desentendido?
Contemplar el barro: Conscientes de que
entrar el barro es animarse a caminar la realidad, empaparse de ella, podemos
pensarlo como un espacio sagrado, de encuentro con Dios que se hace presente en
cada persona, momento, lugar histórico. Por eso, al igual que Dios le pide a
Moisés: “quítate las sandalias porque el lugar donde estás parado es tierra
sagrada” (Ex. 3,5).
Estas
experiencias nos dejan manchados de barro. Barro que se transforma en nuevas
miradas, nueva experiencia de Dios. Nos quitamos las sandalias (nuestros
prejuicios, miedos, esquemas) porque hacemos un verdadero contacto con Dios y
nos dejamos sorprender. Intentamos no dañar la tierra, respetarla, cuidarla.
No solo hay
que embarrarse, es necesario contemplar el barro, para desentrañar de allí la
faceta de Dios que se nos reveló en cada experiencia, para encontrarnos con Él
y dar gracias. Descubrir a Dios que se nos presenta como Dios joven, Dios
pobre, Dios alegre, Dios en el sufrimiento, entre otras cosas. La tarea de cada
uno debe ser entonces, pasar por el corazón la experiencia vivida y poder ir
más a fondo que las fotos o anécdotas, para descubrir qué rostro de Dios se nos
reveló.
Podemos
preguntarnos: ¿puedo reconocer el paso de Dios en el apostolado?, ¿qué rostro
de Dios creo haber encontrado?, ¿pude hacer la experiencia de descalzarme para
dejarme abrazar por Dios?, ¿me regalé algunos minutos para volver a pasar la
experiencia por el corazón?
Seguir andando: Luego de caminar el
barro (empaparse de realidad), contemplar las manchas (el paso de Dios en
nuestra vida), es necesario seguir andando. Es necesario hacer memoria
agradecida por todo lo vivido, pero es necesario también salir nuevamente a
seguir caminando.
Sin dudas
que cuesta mucho seguir, porque duele irse, las despedidas, dejar tierra
sagrada. Pero este dolor es algo que también tenemos que agradecer, porque es
signo de haber echado raíces, de un estar comprometido que no ha pasado
desapercibido. ¡Sería triste que no duela!
Así como el
papa Francisco insiste con una Iglesia en salida, no podemos encerrarnos en
experiencias que nos hacen bien y duran un par de semanas. Es necesario pensar
que la vida sigue y nos exige un compromiso para con ella, en lo cotidiano, en
lo de todos los días.
La forma de
seguir a Tata Dios que nos regaló Don Bosco, no se
caracteriza por encontrarlo en grandes eventos extraordinarios, como pueden ser
las cortas actividades de verano, sino que el desafío es encontrarlo en lo ordinario.
De eso se trata, abrazar estas experiencias significativas y hacerlas un
empujón para caminar durante el año. Anidar todos estos momentos de encuentro
con Dios en el fondo del corazón, para que cuando a lo largo del año el
cansancio nos achaque, podamos recordar que vale la pena jugarse la vida por
Tata Dios, cansarse por Él.
Podemos
preguntarnos: ¿pude echar raíces en las experiencias de verano?, ¿pude ver en
las experiencias tierra sagrada de encuentro con Dios?, ¿qué experiencias anido
para caminar este año?, ¿cómo estoy para comenzar un intenso año de apostolado?
Una breve
reflexión del obispo brasileño Pedro Casaldáliga, puede ayudarnos a sintetizar
estas líneas: “Al final de mis días me
dirán: ¿has vivido?, ¿has amado?, y yo, sin decir nada, abriré mi corazón lleno
de nombres”.
¡Gracias
Señor por salir a nuestro encuentro entre los pibes!
¡Creemos en
el Dios que ama a los jóvenes!
Emiliano
CULTURA DE BARRO
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