Dentro del mar de dudas en el que parece naufragar la
situación encontramos una certeza: a Franco Casco lo mataron. Él tenía 20 años
y, seguramente, una vida llena de proyectos y de sueños que, cuando comenzaban
a levantar vuelo, los bajaron de un hondazo para siempre. Franco ya no está. Y
van… No sé, perdimos la cuenta. ¿La cuenta? No, perdón, no son números. Eran
pibes. Con un nombre, con una historia, con una vida.
Pero, claro, también aparecen los opinólogos, los
intolerantes y los que necesitan descargar en alguien la frustración que genera
un estado ausente incapaz de dar respuesta a las problemáticas sociales (lo que
nos hace pensar ¿por qué nos indignamos tanto con el accionar de un ratero pero
no protestamos por los ladrones de guante blanco que roban millones y arruinan
vidas?) Y ahí empezamos a escuchar el “algo habrán hecho”, “son lacras”, “así
terminan los chorros”, “son mutantes”, y
otros discursos de esa índole que plantea a una sociedad dividida en un “ellos
y nosotros”.
Y, de esta manera, desconociendo la persona de Franco,
empezaron a aventurar hipótesis cargadas de prejuicios sobre él. ¿Por qué? A lo mejor porque usaba gorra, o quizás porque
se había hecho unos piercings, vaya uno a saber, parece que esos son los
indicadores para ser una persona de bien o no hoy en día. Lo cierto es que
Franco está muerto y el episodio
sucedió en el marco de una desaparición
en tiempos de democracia. La verdad, es lo único que importa, que la llama de
su vida se apagó. No importa si era alto o bajo, flaco o gordo, si “era un chorro”
o no, si era católico o ateo, lo que verdaderamente importa es que una persona,
un ser humano, fue asesinado y que el Estado es responsable.
¿Y ahora? Los pedidos de justicia, las marchas, la búsqueda
de respuestas, la difusión en los medios… Todas esas actividades dolorosas pero
combativas que, aunque rara vez consiguen responder a los interrogantes, nos
sirven para decirle a esta sociedad acostumbrada a la muerte que seremos unos
incoherentes si nos indignamos por las desapariciones de la dictadura pero no denunciamos
que Franco Casco y otros pibes desaparecieron y murieron en tiempos de
democracia. Y más cuando las fuerzas policiales están implicadas en el asesinato.
Y por eso cada vez que pregunten porqué se marcha y se
reclama justicia cada vez que matan a un pibe, ahí tenemos la respuesta: porque
nos negamos a naturalizar y acostumbrarnos a la muerte. Porque el Estado tiene que saber que no somos ignorantes ni sumisos. Porque la sociedad
tiene que saber, aún en estos tiempos de olvido y de oscuridad, que la vida de
toda persona vale. Porque defendemos la vida, porque creemos con el corazón en un
verdadero cambio y porque seguimos convencidos de que el legado que Jesús nos
dejó hace más de dos milenios es el camino: otro mundo es posible.
Basta de desaparecer a nuestros jóvenes.
Mariano
CULTURA DE BARRO
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