lunes, 9 de junio de 2014

Seguimos repensando el oratorio: el oratorio como familia.

El ideal de comunidad del cual siempre se ha partido,  es sin duda la experiencia de las primeras comunidades cristianas; en especial aquella primerísima del libro de los Hechos de los Apóstoles. Allí se nos recuerda  todos los creyentes vivían juntos y compartían todo cuanto tenían (…). Día tras día iban al templo con gran entusiasmo y con un mismo espíritu y compartían el pan en sus casas, comiendo juntos con alegría y sencillez de corazón (Hech. 2,44-46).

A partir de este modelo surgen distintas preguntas ¿cómo se vive el espíritu comunitario, de familia en el oratorio hoy? ¿Qué implica el sentirse familia oratoriana? ¿Cuáles son los desafíos que tenemos que afrontar para ser verdadera y significativa familia oratoriana?

Claro está que en la experiencia de Don Bosco esto se encuentra bien presente. Es en la famosa carta del ’84 donde plasma aquella premisa la familiaridad engendra afecto, y el afecto, confianza. Esto es lo que abre los corazones, y los jóvenes lo manifiestan todo sin temor. ¿Cómo traer esta afirmación a nuestro presente?

Sabemos que la familia se ha ido modificando en los últimos tiempos, atraviesa una crisis cultural profunda (…) en ella la fragilidad de los vínculos se vuelve especialmente grave porque se trata de la célula básica de la sociedad, el lugar donde se aprende a convivir en la diferencia y a pertenecer a otros 1. Frente a esta realidad ¿qué familia debemos de construir en nuestros espacios oratorianos?

Sin dudas que el intento de respuesta a esta pregunta va a ser parcial a la realidad que me toca  vivir y su respectiva cultura. Por eso, animo a que cada uno pueda preguntárselo allí por donde camina, en lo cotidiano.

En primer lugar, si queremos formar una verdadera familia con sus rasgos característicos debemos tener en cuenta el concepto de diversidad. El oratorio debe ser sin dudas un espacio de lo heterogéneo, de la abundancia de “cosas” diferentes. De otro modo, no podremos afirmar que  el oratorio y la misión, es comenzar a intuir que la historia se juega en nuestras calles2, ya que allí  es donde se perciben la multiplicidad de costumbres, de tradiciones que hacen a las personas tan distintas pero a la vez tan iguales en su búsqueda de dignidad. Debemos repensarnos como una familia que incluye y acepta realidades, incluso las más difíciles y conflictivas. Surge un llamado de atención a la actividad de aquellos que animamos y acompañamos la vida oratoriana. ¿Con qué criterios podemos, en algunas ocasiones, relegar a un chico la posibilidad de estar en el oratorio? ¿Este es el sentido de familia que queremos buscar? ¿Acaso muchas veces no repudiamos  a aquellas familias o instituciones que relegan? Aclaremos antes que no buscamos situarnos en una posición permisiva, liberal, de dejar hacer. Pero pensemos en concreto, en sentido de empatía y alteridad ¿cómo se sentirá un chico que dejamos fuera del oratorio?

Por momentos, se viene ese sin sabor de que reconstruimos esa exclusión que a veces tanto denunciamos; lo que lleva a pensar que la propuesta no responde a sus necesidades, no enmarca su realidad, y terminamos por dejarlo, otra vez, fuera.

Es justo aquí donde el oratorio debe asumir un espíritu de familia que brote de la mismísima cultura de barro. El anuncio del Dios amor que resignifica nuestras vidas exige cercanía, apertura al diálogo, paciencia, acogida cordial que no condena3.  El oratorio así debe configurarse,  en palabras de San Pablo a la comunidad de Corinto,  como el Cuerpo de Cristo, y cada uno en particular, miembros de ese Cuerpo (1° Cor.12, 27).

Configurado como ambiente familiar, se pueden buscar objetivos en común, caminos por los cuales andar. Es aquí donde el Espíritu Santo, que suscita la diversidad, puede sacar de todo algo bueno y convertirlo en un dinamismo evangelizador que actúa por atracción. La diversidad tiene que ser siempre reconciliada con la ayuda del Espíritu Santo; sólo Él puede suscitar la diversidad, la pluralidad, la multiplicidad y, al mismo tiempo, realizar la unidad4.  Es así que nuestros oratorios tienen que comprometerse en concebirse como una familia, una verdadera comunidad que trabaja juntos y también con otros, que comparte la mesa, lugar donde se acompañan alegrías y penas,  lugar del diálogo y de la solidaridad 5 en donde afirmarse para forjar un mundo más justo, más humano, mas de Dios.

Es cierto que no podemos asumir esto sin una convicción enérgica de que es posible. Como aquella primera comunidad cristiana, hemos de reconocer el soplo del Espíritu; Él nos convierte en templo de Dios y libera los dinamismos que transforman la historia 6, nos animar a anunciar otra verdad, la del Reino, aquí y ahora;  y en comunión, en familia ser actores del cambio, ser la acción concreta del Espíritu Santo. Así juntos podremos rezar y hacer concreto: Ven Espíritu Santo y renueva la faz de la Tierra 7.




P/D: Para seguir profundizando te invitamos a escuchar la canción “Renueva la Faz” de Daniel Poli y con ella poder rezar situaciones concretas de tu cotidianeidad. 






Gustavo

CULTURA DE BARRO


Referencias

1- SANTO PADRE FRANCISCO, Exhortación Apostólica “Evangelii Gaudium”, Roma, 2013, N°N°66
3- SANTO PADRE FRANCISCO, Exhortación Apostólica “Evangelii Gaudium”, Roma, 2013, N°165
4- SANTO PADRE FRANCISCO, Exhortación Apostólica “Evangelii Gaudium”, Roma, 2013, N°131
5- V CONFERENCIA GENERAL DEL EPISCOPADO LATINOAMERICANO Y DEL CARIBE  Documento Conclusivo” , Aparecida, Brasil 2007, N°39
6- https://twitter.com/PascualChavez5/status/475378549541834752
7- STEPHEN LANGTON “Secuencia de Pentecostés” 







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