El ideal de comunidad del cual siempre se ha partido, es sin duda la experiencia de las primeras
comunidades cristianas; en especial aquella primerísima del libro de los Hechos
de los Apóstoles. Allí se nos recuerda todos los creyentes vivían juntos y compartían todo cuanto tenían (…).
Día tras día iban al templo con gran entusiasmo y con un mismo espíritu y
compartían el pan en sus casas, comiendo juntos con alegría y sencillez de
corazón (Hech. 2,44-46).
A partir de este modelo surgen distintas preguntas ¿cómo se
vive el espíritu comunitario, de familia en el oratorio hoy? ¿Qué implica el
sentirse familia oratoriana? ¿Cuáles son los desafíos que tenemos que afrontar
para ser verdadera y significativa familia oratoriana?
Claro está que en la
experiencia de Don Bosco esto se encuentra bien presente. Es en la famosa carta
del ’84 donde plasma aquella premisa la familiaridad engendra afecto, y el afecto, confianza. Esto es lo que
abre los corazones, y los jóvenes lo manifiestan todo sin temor. ¿Cómo
traer esta afirmación a nuestro presente?
Sabemos que la familia se ha ido modificando en los últimos
tiempos, atraviesa una crisis cultural
profunda (…) en ella la fragilidad de los vínculos se vuelve especialmente
grave porque se trata de la célula básica de la sociedad, el lugar donde se
aprende a convivir en la diferencia y a pertenecer a otros 1.
Frente a esta realidad ¿qué familia debemos de construir en nuestros espacios
oratorianos?
Sin dudas que el intento de respuesta a esta pregunta va a
ser parcial a la realidad que me toca vivir y su respectiva cultura. Por eso, animo
a que cada uno pueda preguntárselo allí por donde camina, en lo cotidiano.
En primer lugar, si queremos formar una verdadera familia con
sus rasgos característicos debemos tener en cuenta el concepto de diversidad. El
oratorio debe ser sin dudas un espacio de lo heterogéneo, de la abundancia de
“cosas” diferentes. De otro modo, no
podremos afirmar que el oratorio y la
misión, es comenzar a intuir que la historia se juega en nuestras calles2,
ya que allí es donde se perciben la
multiplicidad de costumbres, de tradiciones que hacen a las personas tan
distintas pero a la vez tan iguales en su búsqueda de dignidad. Debemos
repensarnos como una familia que incluye y acepta realidades, incluso las más
difíciles y conflictivas. Surge un llamado de atención a la actividad de
aquellos que animamos y acompañamos la vida oratoriana. ¿Con qué criterios
podemos, en algunas ocasiones, relegar a un chico la posibilidad de estar en el
oratorio? ¿Este es el sentido de familia que queremos buscar? ¿Acaso muchas
veces no repudiamos a aquellas familias
o instituciones que relegan? Aclaremos antes que no buscamos situarnos en una
posición permisiva, liberal, de dejar hacer. Pero pensemos en concreto, en
sentido de empatía y alteridad ¿cómo se sentirá un chico que dejamos fuera del
oratorio?
Por momentos, se viene ese sin sabor de que reconstruimos esa
exclusión que a veces tanto denunciamos; lo que lleva a pensar que la propuesta
no responde a sus necesidades, no enmarca su realidad, y terminamos por dejarlo,
otra vez, fuera.
Es justo aquí donde el oratorio debe asumir un espíritu de
familia que brote de la mismísima cultura de barro. El anuncio del Dios amor
que resignifica nuestras vidas exige cercanía,
apertura al diálogo, paciencia, acogida cordial que no condena3. El oratorio así debe configurarse, en palabras de San Pablo a la comunidad de
Corinto, como el Cuerpo de Cristo, y cada uno en particular, miembros de ese
Cuerpo (1° Cor.12, 27).
Configurado como ambiente familiar, se pueden buscar
objetivos en común, caminos por los cuales andar. Es aquí donde el Espíritu Santo, que suscita la
diversidad, puede sacar de todo algo bueno y convertirlo en un dinamismo evangelizador
que actúa por atracción. La diversidad tiene que ser siempre reconciliada con
la ayuda del Espíritu Santo; sólo Él puede suscitar la diversidad, la
pluralidad, la multiplicidad y, al mismo tiempo, realizar la unidad4.
Es así que nuestros oratorios tienen que
comprometerse en concebirse como una familia, una verdadera comunidad que trabaja
juntos y también con otros, que comparte la mesa, lugar donde se acompañan
alegrías y penas, lugar
del diálogo y de la solidaridad 5 en donde afirmarse para forjar un mundo más
justo, más humano, mas de Dios.
Es cierto que no podemos asumir esto sin una convicción
enérgica de que es posible. Como aquella primera comunidad cristiana, hemos de reconocer
el soplo del Espíritu; Él nos convierte
en templo de Dios y libera los dinamismos que transforman la historia 6,
nos animar a anunciar otra verdad, la del Reino, aquí y ahora; y en comunión, en familia ser actores del
cambio, ser la acción concreta del Espíritu Santo. Así juntos podremos rezar y
hacer concreto: Ven Espíritu Santo y
renueva la faz de la Tierra 7.
P/D: Para seguir profundizando te invitamos a escuchar la
canción “Renueva la Faz” de Daniel Poli y con ella poder rezar situaciones
concretas de tu cotidianeidad.
Gustavo
CULTURA DE BARRO
Referencias
1- SANTO
PADRE FRANCISCO, Exhortación Apostólica “Evangelii Gaudium”, Roma, 2013, N°N°66
3- SANTO
PADRE FRANCISCO, Exhortación Apostólica “Evangelii Gaudium”, Roma, 2013, N°165
4- SANTO
PADRE FRANCISCO, Exhortación Apostólica “Evangelii Gaudium”, Roma, 2013, N°131
5- V CONFERENCIA GENERAL DEL
EPISCOPADO LATINOAMERICANO Y DEL CARIBE “Documento Conclusivo” ,
Aparecida, Brasil 2007, N°39
6- https://twitter.com/PascualChavez5/status/475378549541834752
7- STEPHEN LANGTON “Secuencia de Pentecostés”
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