lunes, 2 de junio de 2014

Repensar el Oratorio

Se dice que uno de los precursores del oratorio de Don Bosco fue Don Cocchi, un sacerdote que se había criado en los barrios bajos de Turín y que, de grande, puso su mirada en los jóvenes más desamparados, ociosos y sin instrucción que vagabundeaban por las calles y las plazas y decidió idear una propuesta para ellos. En su oratorio, Cocchi proporcionaba encuentros catequísticos y momentos de oración; y además, aprovechando su condición de gran atleta, organizaba numerosos juegos deportivos para la diversión de todos los jóvenes que participaban del oratorio.

Por su parte, Don Bosco fue madurando su propia propuesta oratoriana hasta llegar a Valdocco. Según nos cuentan no dejaba de ofrecerse para confesar, dar misa, llevar adelante el catecismo e incluso para enseñar él mismo, canto, música y diversos oficios. Tampoco faltaba el momento para compartir la comida ni los juegos que contribuían al espacio festivo. Y sabemos que Don Bosco ofrecía mucho más que eso. Fue padre, maestro y amigo. Indudablemente fue un hombre de Dios que se gastó la vida en amar a los Otros.

Ahora pensemos en los oratorios de hoy. Sabemos que los tiempos han cambiado y que los oratorios se desarrollan en nuevas sociedades. Todo es diferente. Vivimos tiempos violentos, de exclusión, de negación de la individualidad del Otro.  Pero también vivimos tiempos en donde surgen la solidaridad y la cultura del encuentro como alternativas a la globalización del egoísmo. Estos nuevos tiempos nos exigen nuevas estrategias y concepciones.

Por eso es necesario repensar el oratorio y, sobre todo, hacerlo desde una clave donboscana ¿pero por qué  hacer esto? En un primer momento, da la sensación de que muchas personas tienen un concepto reduccionista del oratorio actual. Parecería que es un espacio donde “sólo se juega y se da la merienda”. Es obvio que el oratorio encierra más que eso. Pero ¿realmente es así? ¿No deberíamos repensarnos? ¿No hemos encasillado al oratorio dentro de nuestros esquemas escolares para reducirlo a un espacio monótono y estructurado? ¿Atendemos, realmente,  la juventud a la que Don Bosco y Cocchi se acercaron? Es decir, a los que hoy en día serían los jóvenes en riesgo, amenazados por la pobreza, la droga, la violencia y la exclusión social. 

Deberíamos preguntarnos si es concebible un oratorio fuera de estos márgenes. Tanto Cocchi como Bosco tenían algo en común: los destinatarios. Pensar los destinatarios de esos tiempos es pensar a los pobres de hoy en día. Aquellos que mueren antes de tiempo. Aquellos que conocen (porque lo sufren en carne propia) de puños y golpes pero no de bondad y de ternura. Aquellos que no comen todos los días, y que suelen pasar frio. Aquellos jóvenes que se mueren bajo las balas de los narcos ante la mirada cómplice del Estado, y que, para colmo, la televisión y los diarios utilizan para exhibirlos como primicias de su morbo informativo. Ahí es cuando temblamos, lloramos, gritamos, no podemos más, porque se nos va otro pibe, que, paradójicamente, no es “otro”, sino que es “uno”. Un pibe único en la historia. En ningún punto del entrecruzamiento de las líneas espacio-tiempo va a coincidir una vida con otra. Y eso es un milagro.

Es indispensable pensar un oratorio, desde Don Bosco, con estos destinatarios. Y eso nos lleva a la inevitable pregunta que nos confronta y surge en nosotros mismos cuando trabajamos en los barrios: ¿Alcanza lo que estoy haciendo? Es una pregunta de difícil respuesta. De lo que podemos estar seguros, es que cae de maduro que no podemos reducir nuestra acción a unos pocos juegos, un momento de catequesis y una merienda.
Alguno podría decir que cuando Don Bosco se vio forzado a escribir un reglamento oratoriano estableció que “el objetivo del Oratorio festivo es el de entretener a la juventud en los días de fiesta con agradable y honesta recreación después de haber asistido a las funciones sagradas en la iglesia” (Reglamento del Oratorio Festivo)

¿Pero acaso los tiempos en que vivimos no nos exigen algo más? ¿No nos piden que vayamos donde los jóvenes más sufren? ¿Seríamos capaces de desaprovechar la experiencia pedagógica de Don Bosco y perder la oportunidad de salvar tantas vidas? Es obvio que la cuestión de fondo no está en el buen uso o no de la palabra “oratorio”, sino en la profunda interpelación de nuestra misión como salesianos.

Y no pensemos sólo en conceptos, sino también en estrategias. No se trata únicamente de volver a la tierra sagrada de plazas y barriadas enarbolando la bandera de pobreza cero. Es necesario también repensar el cómo nos acercamos y acompañamos a los jóvenes y qué propuestas tenemos para combatir la situación de riesgo en la que se hallan. Esto implica abrir la mirada y caminar al encuentro del Otro,  ir donde la verdad grita y donde ser joven es peligroso. Significa aprender a trabajar en red con las distintas instituciones barriales de esta sociedad pluricultural y diversa. Se trata, también, de convertirse en misionero y visitar casas, familias y dolores ancestrales. Implica comprometerse social y políticamente (lo que no implica adherir a un partido político) para tratar de lograr cambios consistentes y duraderos. Como salesianos laicos y consagrados, poco a poco vamos tomando conciencia de esto y hemos empezado a vivir una historia de encarnación.


Repensar el oratorio y la misión, es comenzar a intuir que la historia se juega en nuestras calles. Y es algo inevitable y primordial que debemos hacer. Nosotros mismos hemos construido el camino para que, algunos piensen,  que el oratorio, hoy en día, no se compromete de fondo con nuestra realidad social. Es tarea nuestra, entonces, repensarnos, poner manos a la obra y mirar desde los ojos de Jesús y de Don Bosco, porque, como cantó Eduardo Meana en Santo callejero, “tu mirada de santo no está llena de nubes Juan Bosco, santo callejero, sino de rostros de hijos queridos y de fatigas, de amor y caminos.” 


Mariano

CULTURA DE BARRO




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