“Amar” ese verbo que al escucharlo, se pueden
disparar mil y un sinónimos o adjetivos que lo describan, nos surgen también
ejemplos de la vida cotidiana, como amar a una madre, a un padre, un hijo o
hija, algún ser querido como una novia o novio, amigos y amigas, los pibes y
las pibas de mi grupo… y la lista puede continuar… Pero hoy está bueno
detenernos prontamente en conjugar ese verbo con el “yo”, conmigo mismo, con mi
propia historia vivida y la que sigo escribiendo, con quien yo soy. Pero… “¿Quién
soy yo?” ¿Alguna vez “bajamos un
cambio” a todo el activismo que vamos viviendo y nos detuvimos a preguntarnos
esto? Que es una respuesta que va mucho mas allá de mi nombre y apellido, del
lugar de donde vengo, de las actitudes o el carácter que tengo, de las cosas
que hago, de mis pensamientos, sentimientos, de mi personalidad… estamos de
acuerdo en una cosa, todos estos factores juegan un rol importantísimo, casi
indispensable, en la construcción de lo que soy, de mi esencia, pero aún así
falta algo.
Supongamos que todas estas características
nombradas y muchas otras más sean una prenda de vestir, una ropa que tenemos
puesta, si nos vamos quitando de a poco estas prendas, nos vamos “desvistiendo”
de estas ropas, lo que queda al final de todo es la desnudez, la perfecta
muestra de lo que Dios creó a su imagen y semejanza. “Ayudar a los demás”
“Animar a los pibes” “Soy alguien muy simpático” “Me considero alguien muy
desagradecida” “Vengo de tal ciudad” “Estudio tal carrera” “Tengo un
temperamento fuerte” etc. Si a todos estos “ropajes” los voy dejando a un
costado, lo que queda, esa “desnudez” plena, es ese “algo” que soy. Solo cuando
podamos interpretar y entender que es ese “algo” que se encuentra en las
profundidades de mi mismo, cuando lo conozcamos, lo interpelemos, lo palpemos, posiblemente
recién ahí vamos a poder hacer el proceso de conjugar el verbo “amar”. ¡Como
Jesús! A quien desvistieron de sus propias vestiduras hasta dejarlo
semi-desnudo, humillado y torturado hasta que se expuso quien era
verdaderamente “Tú eres el Cristo, el
Hijo del Dios viviente” Mt.16:16. En la lógica de la cruz.
Amarme, me amo… ¿Suena un poco narcisista no?
Si lo vemos desde la lógica del amor de Dios que es Padre y Madre, nos vamos a
dar cuenta de lo antagónico y alejado que está ese término de lo que nos
referimos.
Lo dice el Padre Meana en una de sus tantas
hermosas letras: “Mi ser no es ser
infinito; es precario mi existir. Pero este ser que amo y tengo en Vos funda su
raíz.” Es un amor que ni siquiera nos pertenece, del cual no podemos
atribuirnos a nosotros mismos ningún mérito para obtenerlo, es un amor que nos
trasciende mas allá de nuestra propia existencia (que como lo dice la letra no
es infinito, sino mas bien precario, fugaz, efímero) Un poco más arriba también
nos dice la siguientes líneas: “¡Has
querido mi existencia! Me sostienes, puro amor, glaciar alto y escondido del
que mana lo que soy.” De este amor
de Padre bueno y misericordioso mana todo lo que somos y podemos llegar a ser.
Y todos y todas estamos invitadxs a experimentar este amor, pero para ello
estaría bueno seguir esta sencilla secuencia: “Conocer para amar, amar para
imitar” ¡Todxs estamos invitados e invitadas a vivirlo desde la propia
experiencia de vida!
Amarme a mí con todo lo que me conlleva y a
mis circunstancias, a lo que me pasa, vivo, siento, pienso, comparto, hago,
rezo… ¡Que gran aventura para emprenderla! Y desde acá nace nuestro compromiso
social, nuestro laburo pastoral y cultural.
Si me amo a mi mismo, a mis circunstancias, a
lo que me pasó y lo que me va pasando, si amo mi propia “miseria y pequeñez” y
la comprendo como tal, posiblemente
ahí voy a poder entender lo que es “amar la tierra santa” “el barro sagrado”
“la cruz del otro” palabras que calan muy hondo en estos patios virtuales y en
el día a día de nuestra praxis con los jóvenes.
Si tomamos como ejemplo la parábola del buen
samaritano, podemos entender que si alguna vez viví la experiencia de “compadecerme y comprometerme” con ese otro que se
encontraba “al costado del camino”
(el pibe que “jala la bolsa” en la esquina, la piba discriminada por traer la
vida en su vientre a tan corta edad, el niño que no sabe leer ni escribir, la
adolescente maltratada, el joven que creció con ambos padres presentes
físicamente pero ausentes afectiva y amorosamente toda su vida) quizás y solo
quizás (cabe aclarar que solo es una posible hipótesis del que escribe) en mi
propia experiencia vital antes fui yo el que presenció la oportunidad de ser
aquél o aquella al borde del camino que, sin rumbo, moribundo/a y sin más
expectativas de seguir adelante, encontró al Dios hecho carne, hecho hombre,
hecho mamá, papá, hermano, hermana, docente, animador o animadora y que no solo
se conmovió por mi miseria, sino que
la abrazó, se arremangó, se descalzó para
pisar mi barro y se puso a laburar por
mí.
Entonces, en líneas generales, está bueno de
vez en cuando parar la mano un poco de tanto laburo, tanto quehacer, tanto
activismo y mirarme: automonitorearme. Descubrir qué tanto de Dios encuentro en
mi y en qué medida y con qué profundidad encuentro al Dios Padre y Madre en el
otr@, siendo consciente que no solo aquél o aquella que se encuentra “al borde del camino” es alguien que
está fuera de mi casa, sino que ese “hombre que bajaba de Jerusalén a Jericó”
puede estar hoy, puertas pa’ dentro de mi casa, de mi hogar y que inclusive, puedo ser yo mismo/a aquél/a que
esté necesitando y pidiendo a gritos “amarme un poco más”.
Pablo Salinas
Guaaau. En el centro del pecho. Para reflexionar y agradecer. Gracias por ser tan útiles en mis actividades! Besitos desde la Escuadra 13, Córdoba
ResponderBorrar