lunes, 6 de octubre de 2014

Comenzar a animar es comenzar a sufrir

Titulamos esta reflexión, haciendo una analogía y parafraseando a Margarita Occhiena, madre de Don Bosco, cuando a Juan, recientemente ordenado sacerdote, le advierte: “Yo no he leído tus libros, pero recuerda que comenzar a decir Misa quiere decir comenzar a sufrir. No te darás cuenta enseguida”.

Evocamos esta frase de Mamá Margarita, porque con la intención de seguir profundizando en la cuestión del centro, de lo verdaderamente importante, de los interrogantes centrales o más profundos, queremos abordar la tarea del animador. Consideramos que “comenzar a animar es comenzar a sufrir”, y por eso en torno a esto queremos reflexionar y elaborar algunas conclusiones.

En primer lugar, podríamos preguntarnos acerca de qué es para nosotros ser un animador, y dentro de esto, las implicancias de ser concretamente, animadores con estilo salesiano.

La primera concepción que nos sale al encuentro, es la de un personaje alegre, simpático, bailarín, atrayente, y demás cualidades que lo simplifican y lo reducen, volviéndolo una persona que solo trata de hacer pasar un buen rato a cualquiera o que quiere ser agradable a todos. ¿Cuántas veces escuchamos o sentimos que vamos al apostolado solo para sacar una sonrisa a los chicos?, ¿cuántas veces achicamos y acortamos nuestra labor a una tarea superficial?, ¿qué hace que seamos animadores y no confundirnos con payasos?, ¿qué hacemos para trascender esta dimensión y no quedarnos solo en esto?, ¿es un medio o se vuelve un fin en sí mismo para “sentirnos bien”?

En cambio, si revisamos etimológicamente, la palabra “animador”, encierra una riquísima significación que puede iluminar o abrir una nueva visión - misión. Ser animador, es ser “dador de vida”, es despertar la vida, es contagiar la vida, es soplar un aliento vital en uno y en el otro. Ahora, podemos preguntarnos, ¿qué es ser dador de vida?, ¿qué implica este proceso de ser dadores de vida?

Dar vida implica no sólo dar tiempo y actividades a los demás, dejar de hacer determinadas cosas para hacer las del apostolado, dejar un tiempo la familia para ayudar a otros, comprometerse con la visita a los barrios, encariñarse y preocuparse por los jóvenes. Más profundamente, es darse uno mismo a los demás, darse con limitaciones y virtudes, entregar el corazón para ponerlo entre los jóvenes, especialmente los más pobres y con menos oportunidades, confiando en que Dios lo abraza y lo recibe, para transformarlo en corazón de buenos pastores y pastoras, de buenos educadores. Entonces, ¿qué tiene que ver darse uno mismo, entregar el corazón, vivir apasionadamente esta tarea, amar mucho, con “animar es sufrir”?, ¿no es todo lo contrario, alegría inmensa, gozo asegurado? Sí lo es, pero incluye la dimensión del sufrimiento también, no la deja de lado, sino que porque la abraza y la asume, la alegría se vuelve verdadera.

Quien quiere vivir su ser animador no desde la mera superficialidad, sino desde el verdadero compromiso, desde la radicalidad y la entrega total de sí, no puede no sufrir, porque como en otros artículos mencionábamos, no puede ser indiferente a las diferentes formas de violencia que se ejercen contra los jóvenes, las adicciones, los rótulos injustos, las estructuras que atentan contra la promoción de toda la persona, la estigmatización, el sin sentido que muchas vidas acarrean, las complejas realidades familiares de muchos, el analfabetismo, la muerte que se hace presente mediante muchas expresiones, entre otras cosas.

Es necesario poder hacer experiencia y tocar todo ese dolor, sumergirnos en estos abismos y dejar correr una lágrima si es necesario, pero no en un sentido de autoflagelación o para mortificarnos, sino para poder captar en su profundidad, la vida que brota desde allí. Jesús pese a las tentaciones y las invitaciones no se bajó de la cruz, decidió abrazarla y no renegar de ella aunque tuvo miedo y se quejó. Esa cruz fue injusta, impuesta, sin embargo se hace cargo, y fruto de abrazarla, es que desde allí brota la vida, se enciende una luz de esperanza.

Sólo tocando el dolor que atraviesan los jóvenes podremos hacer experiencia de la vida que brota en el barro, de las chispas que brotan bajo la lluvia, del clarear del sol ante la fría noche. Desde ese sufrimiento, nace la alegría de ser animador, ese vivir tan hermosa y desafiante misión.

A partir de eso, podemos afirmar que si nuestras prácticas pastorales y nuestro ser animador se reducen a la autosatisfacción que puede generar la sonrisa de un niño, a organizar eventos económicos, a planificar y a hacer que todo se cumpla al pie de la letra, a participar de un apostolado “porque me hace bien”, a pensar todo desde nuestros esquemas y nuestras ideas dejando de lado la realidad, a hacer sociales, no estamos equivocados (porque es necesario), pero nos estamos perdiendo la parte más hermosa.

Además, corremos el riesgo de apoyar nuestras motivaciones por las cuales participamos de un apostolado, en cuestiones superficiales o sentimentalistas, que tarde o temprano se desgastan, en lugar de cimentar todo en el seguimiento de Cristo. Ante el primer disgusto, el primer fracaso, la primera discusión con mis pares, el primer insulto recibido, el choque con las dificultades o los límites de los pibes, seguramente vuelva a pensar si esto es lo mío o no.

Desde esta óptica, nos perdemos la posibilidad de “dar – contagiar – recibir – llenarnos” de vida, de encontrar a Jesús y de revelarlo presente entre los jóvenes, de encender una luz en la oscuridad del dolor y el sufrimiento, de ser signos y portadores del amor de Dios a los jóvenes, especialmente a los más pobres.

Debemos comprometernos para ser animadores salesianos capaces de asumir todo lo bueno que hay en los jóvenes, pero también todo aquello que no hace bien, todo lo que hace sufrir, para que teniendo una mirada no romántica de las cosas, seamos capaces de dar vida en abundancia, contagiando la Vida. Debemos convencernos que comenzar a animar, es también comenzar a sufrir, y desde allí enfrentar nuestro apostolado de manera más real, comprometida y radical.



Emiliano

CULTURA DE BARRO



5 comentarios:

  1. Animar es entonces, una tarea propia de la vida en este mundo.Una misión esencial.
    Que importante es contemplarla realmente y asumirla verdaderamente.
    Descubrirnos pequeños, pobres, pero capases de abrir esas fuentes.
    Gracias!

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  2. Querido Emiliano: comprender que es parte de nuestro ser, que estamos para ayudarnos. Un abrazo!

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  3. me gusta es tal cual lo que dice, muy bueno , para reflexionar mucho! gracias. mili

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