Titulamos
esta reflexión, haciendo una analogía y parafraseando a Margarita Occhiena,
madre de Don Bosco, cuando a Juan, recientemente ordenado sacerdote, le
advierte: “Yo no he leído tus libros,
pero recuerda que comenzar a decir Misa quiere decir comenzar a sufrir. No te
darás cuenta enseguida”.
Evocamos
esta frase de Mamá Margarita, porque con la intención de seguir profundizando en
la cuestión del centro, de lo verdaderamente importante, de los interrogantes centrales
o más profundos, queremos abordar la tarea del animador. Consideramos que
“comenzar a animar es comenzar a sufrir”, y por eso en torno a esto queremos
reflexionar y elaborar algunas conclusiones.
En primer
lugar, podríamos preguntarnos acerca de qué es para nosotros ser un animador, y
dentro de esto, las implicancias de ser concretamente, animadores con estilo
salesiano.
La primera
concepción que nos sale al encuentro, es la de un personaje alegre, simpático,
bailarín, atrayente, y demás cualidades que lo simplifican y lo reducen,
volviéndolo una persona que solo trata de hacer pasar un buen rato a cualquiera
o que quiere ser agradable a todos. ¿Cuántas veces escuchamos o sentimos que
vamos al apostolado solo para sacar una sonrisa a los chicos?, ¿cuántas veces
achicamos y acortamos nuestra labor a una tarea superficial?, ¿qué hace que
seamos animadores y no confundirnos con payasos?, ¿qué hacemos para trascender
esta dimensión y no quedarnos solo en esto?, ¿es un medio o se vuelve un fin en
sí mismo para “sentirnos bien”?
En cambio,
si revisamos etimológicamente, la palabra “animador”, encierra una riquísima
significación que puede iluminar o abrir una nueva visión - misión. Ser
animador, es ser “dador de vida”, es despertar la vida, es contagiar la vida,
es soplar un aliento vital en uno y en el otro. Ahora, podemos preguntarnos,
¿qué es ser dador de vida?, ¿qué implica este proceso de ser dadores de vida?
Dar vida
implica no sólo dar tiempo y actividades a los demás, dejar de hacer
determinadas cosas para hacer las del apostolado, dejar un tiempo la familia
para ayudar a otros, comprometerse con la visita a los barrios, encariñarse y
preocuparse por los jóvenes. Más profundamente, es darse uno mismo a los demás,
darse con limitaciones y virtudes, entregar el corazón para ponerlo entre los
jóvenes, especialmente los más pobres y con menos oportunidades, confiando en
que Dios lo abraza y lo recibe, para transformarlo en corazón de buenos
pastores y pastoras, de buenos educadores. Entonces, ¿qué tiene que ver darse
uno mismo, entregar el corazón, vivir apasionadamente esta tarea, amar mucho,
con “animar es sufrir”?, ¿no es todo lo contrario, alegría inmensa, gozo
asegurado? Sí lo es, pero incluye la dimensión del sufrimiento también, no la
deja de lado, sino que porque la abraza y la asume, la alegría se vuelve
verdadera.
Quien quiere
vivir su ser animador no desde la mera superficialidad, sino desde el verdadero
compromiso, desde la radicalidad y la entrega total de sí, no puede no sufrir,
porque como en otros artículos mencionábamos, no puede ser indiferente a las
diferentes formas de violencia que se ejercen contra los jóvenes, las
adicciones, los rótulos injustos, las estructuras que atentan contra la
promoción de toda la persona, la estigmatización, el sin sentido que muchas
vidas acarrean, las complejas realidades familiares de muchos, el
analfabetismo, la muerte que se hace presente mediante muchas expresiones,
entre otras cosas.
Es necesario
poder hacer experiencia y tocar todo ese dolor, sumergirnos en estos abismos y
dejar correr una lágrima si es necesario, pero no en un sentido de
autoflagelación o para mortificarnos, sino para poder captar en su profundidad,
la vida que brota desde allí. Jesús pese a las tentaciones y las invitaciones
no se bajó de la cruz, decidió abrazarla y no renegar de ella aunque tuvo miedo
y se quejó. Esa cruz fue injusta, impuesta, sin embargo se hace cargo, y fruto
de abrazarla, es que desde allí brota la vida, se enciende una luz de
esperanza.
Sólo tocando
el dolor que atraviesan los jóvenes podremos hacer experiencia de la vida que
brota en el barro, de las chispas que brotan bajo la lluvia, del clarear del
sol ante la fría noche. Desde ese sufrimiento, nace la alegría de ser animador, ese vivir tan hermosa y desafiante misión.
A partir de
eso, podemos afirmar que si nuestras prácticas pastorales y nuestro ser
animador se reducen a la autosatisfacción que puede generar la sonrisa de un
niño, a organizar eventos económicos, a planificar y a hacer que todo se cumpla
al pie de la letra, a participar de un apostolado “porque me hace bien”, a
pensar todo desde nuestros esquemas y nuestras ideas dejando de lado la
realidad, a hacer sociales, no estamos equivocados (porque es necesario), pero
nos estamos perdiendo la parte más hermosa.
Además,
corremos el riesgo de apoyar nuestras motivaciones por las cuales participamos
de un apostolado, en cuestiones superficiales o sentimentalistas, que tarde o
temprano se desgastan, en lugar de cimentar todo en el seguimiento de Cristo.
Ante el primer disgusto, el primer fracaso, la primera discusión con mis pares,
el primer insulto recibido, el choque con las dificultades o los límites de los
pibes, seguramente vuelva a pensar si esto es lo mío o no.
Desde esta
óptica, nos perdemos la posibilidad de “dar – contagiar – recibir – llenarnos”
de vida, de encontrar a Jesús y de revelarlo presente entre los jóvenes, de
encender una luz en la oscuridad del dolor y el sufrimiento, de ser signos y
portadores del amor de Dios a los jóvenes, especialmente a los más pobres.
Debemos
comprometernos para ser animadores salesianos capaces de asumir todo lo bueno
que hay en los jóvenes, pero también todo aquello que no hace bien, todo lo que
hace sufrir, para que teniendo una mirada no romántica de las cosas, seamos
capaces de dar vida en abundancia, contagiando la Vida. Debemos convencernos
que comenzar a animar, es también comenzar a sufrir, y desde allí enfrentar
nuestro apostolado de manera más real, comprometida y radical.
Emiliano
CULTURA DE BARRO
Un GENIO.
ResponderBorrarMuy bueno.
ResponderBorrarAnimar es entonces, una tarea propia de la vida en este mundo.Una misión esencial.
ResponderBorrarQue importante es contemplarla realmente y asumirla verdaderamente.
Descubrirnos pequeños, pobres, pero capases de abrir esas fuentes.
Gracias!
Querido Emiliano: comprender que es parte de nuestro ser, que estamos para ayudarnos. Un abrazo!
ResponderBorrarme gusta es tal cual lo que dice, muy bueno , para reflexionar mucho! gracias. mili
ResponderBorrar