lunes, 1 de septiembre de 2014

Josecito y el partido de su vida

Josecito tiene todo listo. Todo fue planificado paso a paso. Primero la remera, un poco sucia, pero es la roja y no puede faltar, después las medias largas, del mismo color, para que combinen. La vincha que sostiene su abultada y enrulada cabellera, es por ley de color negra, ya que hace juego con los cortos. Ante semejante armonía, los botines recién limpios destellan rompiendo las reglas de la estética, y aplican a su figura un amarillo brillante como el sol. Pelota bajo el brazo, se pone en camino hacia el estadio.

Su respiración denota adrenalina, sus pasos se hacen largos y los nervios comienzan a librar su cruel batalla con el honor. Reconoce a lo lejos a su equipo, de repente sus compinches se acercan. Hoy se juega la final en el Monumental. Todos expectantes. Estadio repleto.

De lejos Doña Jacinta palpita lo que acontece a su alrededor, y en seguida llama al patrón de la familia para que deje sus herramientas y venga a mirar. Hacen también su ingreso al estadio los alcanza pelotas, que se ubican rápidamente detrás de los arcos.

El partido se demora porque, burlando el control de seguridad, un perro de dudosa procedencia e identidad no reconocida, irrumpió, llevándose consigo en un instante, uno de los palos del arco que da a la cabecera sur. En seguida uno de los revoltosos hinchas, empuñando su bicicleta, hace justicia ante el delito, recuperando y devolviendo el palo a su lugar. Consecuencia: prohibido el ingreso por lo que resta del partido a este perro, que enseguida es trasladado tras las rejas del jardín de Doña Jacinta.

En el barrio se habla del partido, e incluso Pancho, dueño del almacén, decretó feriado por motivos personales. Nadie se quiere perder la final. Se comenta que incluso el cura y el pastor retrasaron los horarios de misa y del culto.

No hay papeles picados y bombas, pero ingresan los equipos al campo de juego en medio de un clima festivo. Se desata la algarabía del público presente y estalla una ovación. Sin embargo, el partido no puede comenzar. Más percances. Los equipos presentan disparidad en cantidad de jugadores. ¿Se suspende?, ¡para nada! Se reparten nuevamente y dos jugadores cambian de cuadro. ¡No hay excusas para privar al barrio de buen fútbol!

Josecito está inspirado, dos asistencias, un gol de cabeza, tres quites, dos ayudas para el delantero rival que cayó al piso, un veloz “pique” para agarrar el caballo de Juan que se desprendió del carro, una pedida de disculpas a la monja por manchar de un pelotazo la pared recién pintada del Oratorio. Números sanamente envidiables. En un partido de ida y vuelta, el resultado redondeó un 5 a 4 a favor de los rojos.

Como siempre, se reúnen los periodistas y eruditos del fútbol para hacer su análisis post partido, a lo cual se escucha un grito vehemente: ¡Con esta bocha no se puede jugar más!, ¡no le queda un solo parche bien cocido! De repente el cielo se nubla, el reproche encuentra eco allá en el fondo contra unas chapas. Josecito cierra los ojos y se lleva sus manos a la cabeza. Siente el dolor de un golpe. ¿Cómo podes decir eso che?, ¿por qué no miras un poco más?, ¿viste lo que hizo la pelota esa?, ¿tenés idea del historial que tiene?, ¡estamos invictos, nunca perdimos!

El Bocha estaba pifiado, bastó levantar la mirada para que el sol vuelva a brillar. ¡Pero que salame que soy!, perdoná Josecito, tenés razón, este fulbo otra vez ganó por goleada. Doña Jacinta, el patrón, una banda de hermanitos no convocados para el primer equipo (el semillero), alguna que otra madre orgullosa diciendo “aquel es mi hijo”, un par de padres que comentan la jugada del gol, el cura y el pastor que toman parte del festejo con el pueblo, el mate cocido con las tortas fritas, risa va, risa viene; todos contribuyen a que el fútbol sea esa gran fiesta que une a propios y extraños.

¡Esto es fútbol, papá! Una pelota que apenas rueda (y decí que no hicieron falta las medias de la Pocha), pelota que no es de fútbol, porque lo trasciende; pelota que es sacramento. Porque todo eso es el fútbol: pasión, emoción, unión, tristeza, alegría… Fundamentalmente el fútbol es encuentro. Es encuentro tan genuino que no hacen falta palabras para jugarlo. La emoción es la misma, tan profunda y tan intensa que se nota en la mirada.

Así es el fútbol-encuentro, un fútbol que no conoce de discriminación, que es bandera de ecumenismo, generador de vida, familia que abre sus brazos a quien recurra curioso, y no como ese otro, de pelota brillante y de plástico, que se juega desde los sillones y sirve para llenar billeteras.

Así es el fútbol del barro, del potrero, el que se juega para divertirse, por el honor; desparramando ilusiones entre gambetas y corridas, llenando el arco de alegrías y atajando desilusiones para convertirlas, optimistamente, en sueños. Este es el fútbol-encuentro, el que tiene un lenguaje universal, el que es pasionalmente igual en el potrero de Córdoba, de La Quiaca, de Ushuaia, de Santiago y también de Villa Fiorito, potrero bendito que hoy derramó lágrimas cuando Diego Maradona pisó de nuevo una cancha y pintó de magia toda Roma en el partido por la paz que promovió el Papa Francisco.

¡Esto es fútbol, señores! Familiaridad, alegría, compartir, no separar. Todos tenemos cabida en este partido de la vida ¿No se parece a ese Reino donde todos somos hermanos, ese Reino del que nos habla el cura y el pastor? Ese Reino que implica vivir una experiencia nueva de Dios que lo redimensiona todo de manera diferente.

Este es el fútbol que queremos, el fútbol que nos permita encontrarnos, divertirnos, vivir pasionalmente y decirle sí a la vida, aún en medio de tanta muerte. Porque somos conscientes de que nos duele nuestra historia, nuestro pasado y presente de injusticias, de jóvenes en riesgo, de ancianos olvidados y de pueblo maltratado, es por eso que debemos re-significar y re-valorar nuestros espacios de encuentro. Y ahí está el fútbol, aquel que se da en el barro sagrado.

Apostemos al fútbol que ayuda a construir el Reino, que nos permite edificar ese mundo donde caben todos los mundos ¡Esto es fútbol, carajo! Aquel que nos ayude a acoger el Reino y, de esta manera, poner a las religiones y a los pueblos, a las culturas y a las políticas mirando hacia la dignidad del hombre.

Y ahora que me acuerdo, creo que una vez, un loco de melenita suelta, barbita, flaco pero bien flaco, que jugaba de diez y la pisaba de forma impresionante, dijo que cada vez que nos juntemos a jugar, él iba a estar entre nosotros. Nunca más lo vimos, pero la magia está intacta. ¡Que viva el fútbol! ¡Este fútbol!



Emiliano y Mariano

CULTURA DE BARRO





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