Josecito
tiene todo listo. Todo fue planificado paso a paso. Primero la remera, un poco
sucia, pero es la roja y no puede faltar, después las medias largas, del mismo
color, para que combinen. La vincha que sostiene su abultada y enrulada
cabellera, es por ley de color negra, ya que hace juego con los cortos. Ante
semejante armonía, los botines recién limpios destellan rompiendo las reglas de
la estética, y aplican a su figura un amarillo brillante como el sol. Pelota
bajo el brazo, se pone en camino hacia el estadio.
Su
respiración denota adrenalina, sus pasos se hacen largos y los nervios
comienzan a librar su cruel batalla con el honor. Reconoce a lo lejos a su
equipo, de repente sus compinches se acercan. Hoy se juega la final en el
Monumental. Todos expectantes. Estadio repleto.
De lejos
Doña Jacinta palpita lo que acontece a su alrededor, y en seguida llama al
patrón de la familia para que deje sus herramientas y venga a mirar. Hacen
también su ingreso al estadio los alcanza pelotas, que se ubican rápidamente detrás
de los arcos.
El partido
se demora porque, burlando el control de seguridad, un perro de dudosa
procedencia e identidad no reconocida, irrumpió, llevándose consigo en un
instante, uno de los palos del arco que da a la cabecera sur. En seguida uno de
los revoltosos hinchas, empuñando su bicicleta, hace justicia ante el delito,
recuperando y devolviendo el palo a su lugar. Consecuencia: prohibido el
ingreso por lo que resta del partido a este perro, que enseguida es trasladado
tras las rejas del jardín de Doña Jacinta.
En el
barrio se habla del partido, e incluso Pancho, dueño del almacén, decretó
feriado por motivos personales. Nadie se quiere perder la final. Se comenta que
incluso el cura y el pastor retrasaron los horarios de misa y del culto.
No hay
papeles picados y bombas, pero ingresan los equipos al campo de juego en medio
de un clima festivo. Se desata la algarabía del público presente y estalla una
ovación. Sin embargo, el partido no puede comenzar. Más percances. Los equipos
presentan disparidad en cantidad de jugadores. ¿Se suspende?, ¡para nada! Se
reparten nuevamente y dos jugadores cambian de cuadro. ¡No hay excusas para
privar al barrio de buen fútbol!
Josecito
está inspirado, dos asistencias, un gol de cabeza, tres quites, dos ayudas para
el delantero rival que cayó al piso, un veloz “pique” para agarrar el caballo
de Juan que se desprendió del carro, una pedida de disculpas a la monja por
manchar de un pelotazo la pared recién pintada del Oratorio. Números sanamente
envidiables. En un partido de ida y vuelta, el resultado redondeó un 5 a 4 a
favor de los rojos.
Como
siempre, se reúnen los periodistas y eruditos del fútbol para hacer su análisis
post partido, a lo cual se escucha un grito vehemente: ¡Con esta bocha no se puede jugar más!, ¡no le queda un solo parche bien cocido! De repente el cielo se
nubla, el reproche encuentra eco allá en el fondo contra unas chapas. Josecito
cierra los ojos y se lleva sus manos a la cabeza. Siente el dolor de un golpe. ¿Cómo podes decir eso che?, ¿por qué no
miras un poco más?, ¿viste lo que hizo la pelota esa?, ¿tenés idea del
historial que tiene?, ¡estamos invictos, nunca perdimos!
El Bocha
estaba pifiado, bastó levantar la mirada para que el sol vuelva a brillar. ¡Pero que salame que soy!, perdoná Josecito,
tenés razón, este fulbo otra vez ganó por goleada. Doña Jacinta, el patrón,
una banda de hermanitos no convocados para el primer equipo (el semillero), alguna
que otra madre orgullosa diciendo “aquel
es mi hijo”, un par de padres que comentan la jugada del gol, el cura y el
pastor que toman parte del festejo con el pueblo, el mate cocido con las tortas
fritas, risa va, risa viene; todos contribuyen a que el fútbol sea esa gran
fiesta que une a propios y extraños.
¡Esto es
fútbol, papá! Una pelota que apenas rueda (y decí que no hicieron falta las
medias de la Pocha), pelota que no es de fútbol, porque lo trasciende; pelota
que es sacramento. Porque todo eso es el fútbol: pasión, emoción, unión,
tristeza, alegría… Fundamentalmente el fútbol es encuentro. Es encuentro tan
genuino que no hacen falta palabras para jugarlo. La emoción es la misma, tan
profunda y tan intensa que se nota en la mirada.
Así es el fútbol-encuentro, un
fútbol que no conoce de discriminación, que es bandera de ecumenismo, generador
de vida, familia que abre sus brazos a quien recurra curioso, y no como ese
otro, de pelota brillante y de plástico, que se juega desde los sillones y
sirve para llenar billeteras.
Así es el fútbol del barro,
del potrero, el que se juega para divertirse, por el honor; desparramando
ilusiones entre gambetas y corridas, llenando el arco de alegrías y atajando desilusiones
para convertirlas, optimistamente, en sueños. Este es el fútbol-encuentro, el que
tiene un lenguaje universal, el que es pasionalmente igual en el potrero de
Córdoba, de La Quiaca, de Ushuaia, de Santiago y también de Villa Fiorito, potrero
bendito que hoy derramó lágrimas cuando Diego Maradona pisó de nuevo una cancha
y pintó de magia toda Roma en el partido por la paz que promovió el Papa
Francisco.
¡Esto es fútbol, señores! Familiaridad,
alegría, compartir, no separar. Todos tenemos cabida en este partido de la vida
¿No se parece a ese Reino donde todos somos hermanos, ese Reino del que nos
habla el cura y el pastor? Ese Reino que implica vivir una experiencia nueva de
Dios que lo redimensiona todo de manera diferente.
Este es el fútbol que
queremos, el fútbol que nos permita encontrarnos, divertirnos, vivir
pasionalmente y decirle sí a la vida, aún en medio de tanta muerte. Porque
somos conscientes de que nos duele nuestra historia, nuestro pasado y presente
de injusticias, de jóvenes en riesgo, de ancianos olvidados y de pueblo
maltratado, es por eso que debemos re-significar y re-valorar nuestros espacios
de encuentro. Y ahí está el fútbol, aquel que se da en el barro sagrado.
Apostemos al fútbol que ayuda
a construir el Reino, que nos permite edificar ese mundo donde caben todos los
mundos ¡Esto es fútbol, carajo! Aquel que nos ayude a acoger el Reino y, de
esta manera, poner a las religiones y a los pueblos, a las culturas y a las
políticas mirando hacia la dignidad del hombre.
Y ahora que me acuerdo, creo
que una vez, un loco de melenita suelta, barbita, flaco pero bien flaco, que
jugaba de diez y la pisaba de forma impresionante, dijo que cada vez que nos
juntemos a jugar, él iba a estar entre nosotros. Nunca más lo vimos, pero la
magia está intacta. ¡Que viva el fútbol! ¡Este fútbol!
Emiliano y Mariano
CULTURA DE BARRO
No hay comentarios.:
Publicar un comentario